Ecuador, 23 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Beatificaciones

Beatificaciones
20 de enero de 2013 - 00:00

Carla Badillo Coronado

Siempre me han interesado los escritores que arriesgan. Aquellos que de entrada nos dan el puñetazo al que Kafka alude en la cita de arriba. Rilke decía que las obras de arte son siempre el producto de un riesgo, de una experiencia llevada al límite. En La literatura y el mal, Georges Bataille sostiene que la obra de William Blake sorprende precisamente por su indiferencia a las reglas comunes; en ella “hay algo desorbitado, algo insensible a la reprobación de los demás, que eleva a lo sublime esos poemas”. La literatura es un asunto de valientes. A los nombres de François Villon, Marqués de Sade, Lautréamont, Henry Miller, Anaïs Nin, Antonin Artaud, Jean Genet, Mohamed Chukri o Fernando Vallejo, podríamos añadir un sinnúmero de autores más, de diferentes épocas, géneros y estilos, que han levantado polvo con sus letras. Afirma Ciorán que “si Nietzsche, Proust, Baudelaire o Rimbaud sobreviven a las fluctuaciones de la moda se lo deben a la gratuidad de su crueldad, a su cirugía demoníaca, a la generosidad de su hiel”. Riesgo / Transgresión / Trascendencia. Roberto Bolaño, polémico de primera clase y visionario feroz, decía que la literatura se parece mucho a una pelea de samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo; y aun sabiendo que va a ser derrotado tiene el valor de salir a pelear. 

Siguiendo ese precepto, la Generación Beat supo enfrentar al monstruo del que habló Bolaño. Sus integrantes no solo cuestionaron las normas sociales sino que desafiaron las formas literarias existentes: fueron defensores del verso libre cuando incluso eso significaba un sacrilegio para la literatura puritana de los años 50, escribieron sobre temas que muy pocos se atrevieron antes (sexo, drogas, homosexualidad), y por ello fueron acusados de obscenos; incluyeron cintas de grabación, recortes de prensa, palabras ajenas a diccionarios, y argots nunca antes usados en prosa o poesía. Por eso, más allá del mito o la etiqueta beat, es innegable su influencia en los movimientos contraculturales posteriores. En lo personal, más que sus romances de bar y carretera, más que sus juegos de niños malos o profetas iluminados, incluso más que sus viajes físicos o mentales, lo que me atrapó fue la ruptura del lenguaje. La mezcla. El intercambio. El desafío. El idioma no rígido. El jazz como ejemplo de improvisación. La respiración como impulso. El verso como mantra. La transgresión de todos los géneros. Poemas relatados. Novelas declamadas. Voces como música. Espejos como puertas. Quiebre. Provocación. Abismo. La armonía en el desequilibrio. La contradicción. Transformar oraciones en animales salvajes, ser devorada por el ritmo.
*

El verano de 2008 fue pródigo en aventuras. Emprendí un largo viaje que me llevó a conocer gran parte del suroeste de Estados Unidos. Todo lo que llevaba conmigo era una mochila con provisiones de comida, un par de mudadas, mi cámara de fotos, mi libro de turno, mis poemas y mi diario. Recorrí todo tipo de escenarios, desde la ficción que envuelve a Los Ángeles (lo más real fue la tumba de Bukoswki en San Pedro, frente a la Isla Bonita) hasta los áridos pueblos de Arizona. Me alojé en hostales baratos; transité días y noches por míticas carreteras a ritmo de blues; crucé el desierto de Sonora; me bañé a orillas del Río Grande; me interné en los territorios indígenas de Nuevo México, participé en ceremonias de peyote siendo la única extran

iempre me han interesado los escritores que arriesgan. Aquellos que de entrada nos dan el puñetazo al que Kafka alude en la cita de arriba. Rilke decía que las obras de arte son siempre el producto de un riesgo, de una experiencia llevada al límite. En La literatura y el mal, Georges Bataille sostiene que la obra de William Blake sorprende precisamente por su indiferencia a las reglas comunes; en ella “hay algo desorbitado, algo insensible a la reprobación de los demás, que eleva a lo sublime esos poemas”. La literatura es un asunto de valientes. A los nombres de François Villon, Marqués de Sade, Lautréamont, Henry Miller, Anaïs Nin, Antonin Artaud, Jean Genet, Mohamed Chukri o Fernando Vallejo, podríamos añadir un sinnúmero de autores más, de diferentes épocas, géneros y estilos, que han levantado polvo con sus letras. Afirma Ciorán que “si Nietzsche, Proust, Baudelaire o Rimbaud sobreviven a las fluctuaciones de la moda se lo deben a la gratuidad de su crueldad, a su cirugía demoníaca, a la generosidad de su hiel”. Riesgo / Transgresión / Trascendencia. Roberto Bolaño, polémico de primera clase y visionario feroz, decía que la literatura se parece mucho a una pelea de samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo; y aun sabiendo que va a ser derrotado tiene el valor de salir a pelear.
Siguiendo ese precepto, la Generación Beat supo enfrentar al monstruo del que habló Bolaño. Sus integrantes no solo cuestionaron las normas sociales sino que desafiaron las formas literarias existentes: fueron defensores del verso libre cuando incluso eso significaba un sacrilegio para la literatura puritana de los años 50, escribieron sobre temas que muy pocos se atrevieron antes (sexo, drogas, homosexualidad), y por ello fueron acusados de obscenos; incluyeron cintas de grabación, recortes de prensa, palabras ajenas a diccionarios, y argots nunca antes usados en prosa o poesía. Por eso, más allá del mito o la etiqueta beat, es innegable su influencia en los movimientos contraculturales posteriores. En lo personal, más que sus romances de bar y carretera, más que sus juegos de niños malos o profetas iluminados, incluso más que sus viajes físicos o mentales, lo que me atrapó fue la ruptura del lenguaje. La mezcla. El intercambio. El desafío. El idioma no rígido. El jazz como ejemplo de improvisación. La respiración como impulso. El verso como mantra. La transgresión de todos los géneros. Poemas relatados. Novelas declamadas. Voces como música. Espejos como puertas. Quiebre. Provocación. Abismo. La armonía en el desequilibrio. La contradicción. Transformar oraciones en animales salvajes, ser devorada por el ritmo.
*
El verano de 2008 fue pródigo en aventuras. Emprendí un largo viaje que me llevó a conocer gran parte del suroeste de Estados Unidos. Todo lo que llevaba conmigo era una mochila con provisiones de comida, un par de mudadas, mi cámara de fotos, mi libro de turno, mis poemas y mi diario. Recorrí todo tipo de escenarios, desde la ficción que envuelve a Los Ángeles (lo más real fue la tumba de Bukoswki en San Pedro, frente a la Isla Bonita) hasta los áridos pueblos de Arizona. Me alojé en hostales baratos; transité días y noches por míticas carreteras a ritmo de blues; crucé el desierto de Sonora; me bañé a orillas del Río Grande; me interné en los territorios indígenas de Nuevo México, participé en ceremonias de peyote siendo la única extran

iempre me han interesado los escritores que arriesgan. Aquellos que de entrada nos dan el puñetazo al que Kafka alude en la cita de arriba. Rilke decía que las obras de arte son siempre el producto de un riesgo, de una experiencia llevada al límite. En La literatura y el mal, Georges Bataille sostiene que la obra de William Blake sorprende precisamente por su indiferencia a las reglas comunes; en ella “hay algo desorbitado, algo insensible a la reprobación de los demás, que eleva a lo sublime esos poemas”. La literatura es un asunto de valientes. A los nombres de François Villon, Marqués de Sade, Lautréamont, Henry Miller, Anaïs Nin, Antonin Artaud, Jean Genet, Mohamed Chukri o Fernando Vallejo, podríamos añadir un sinnúmero de autores más, de diferentes épocas, géneros y estilos, que han levantado polvo con sus letras. Afirma Ciorán que “si Nietzsche, Proust, Baudelaire o Rimbaud sobreviven a las fluctuaciones de la moda se lo deben a la gratuidad de su crueldad, a su cirugía demoníaca, a la generosidad de su hiel”. Riesgo / Transgresión / Trascendencia. Roberto Bolaño, polémico de primera clase y visionario feroz, decía que la literatura se parece mucho a una pelea de samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo; y aun sabiendo que va a ser derrotado tiene el valor de salir a pelear.


Siguiendo ese precepto, la Generación Beat supo enfrentar al monstruo del que habló Bolaño. Sus integrantes no solo cuestionaron las normas sociales sino que desafiaron las formas literarias existentes: fueron defensores del verso libre cuando incluso eso significaba un sacrilegio para la literatura puritana de los años 50, escribieron sobre temas que muy pocos se atrevieron antes (sexo, drogas, homosexualidad), y por ello fueron acusados de obscenos; incluyeron cintas de grabación, recortes de prensa, palabras ajenas a diccionarios, y argots nunca antes usados en prosa o poesía. Por eso, más allá del mito o la etiqueta beat, es innegable su influencia en los movimientos contraculturales posteriores. En lo personal, más que sus romances de bar y carretera, más que sus juegos de niños malos o profetas iluminados, incluso más que sus viajes físicos o mentales, lo que me atrapó fue la ruptura del lenguaje. La mezcla. El intercambio. El desafío. El idioma no rígido. El jazz como ejemplo de improvisación. La respiración como impulso. El verso como mantra. La transgresión de todos los géneros. Poemas relatados. Novelas declamadas. Voces como música. Espejos como puertas. Quiebre. Provocación. Abismo. La armonía en el desequilibrio. La contradicción. Transformar oraciones en animales salvajes, ser devorada por el ritmo.
*
El verano de 2008 fue pródigo en aventuras. Emprendí un largo viaje que me llevó a conocer gran parte del suroeste de Estados Unidos. Todo lo que llevaba conmigo era una mochila con provisiones de comida, un par de mudadas, mi cámara de fotos, mi libro de turno, mis poemas y mi diario. Recorrí todo tipo de escenarios, desde la ficción que envuelve a Los Ángeles (lo más real fue la tumba de Bukoswki en San Pedro, frente a la Isla Bonita) hasta los áridos pueblos de Arizona. Me alojé en hostales baratos; transité días y noches por míticas carreteras a ritmo de blues; crucé el desierto de Sonora; me bañé a orillas del Río Grande; me interné en los territorios indígenas de Nuevo México, participé en ceremonias de peyote siendo la única extranjera; dormí al interior de tepees, al pie de lagos y quebradas; amanecí entre venados y búfalos en Colorado, dancé junto a lakotas, apaches y navajos, y me perdí entre los pueblos fantasmas del Lejano Oeste. En el camino escuché disparos y los gritos de Billy the Kid, y recordé fragmentos de otros aventureros como Jack Kerouac, quien junto a Neal Cassady había recorrido el país de costa a costa hace más de medio siglo. Pero en 2008 esa carretera fue mía y por ella avancé hasta San Francisco, recorriendo parte de la ruta 66, sola, y bajo un cielo en llamas, atravesando América sobre la línea divisoria entre el Este de mi juventud y el Oeste de mi futuro. 

*
Llegué con la idea de quedarme tres días y acabé extendiendo el tiempo, el corazón y mi diario. Quise ir directo a North Beach, también conocido como barrio italiano o barrio bohemio, Meca de la Generación Beat, y aunque parecía casi imposible, deseaba asistir a algún recital de dos poetas legendarios: Lawrence Ferlinghetti, dueño de la famosa City Lights Books, y Jack Hirschman, poeta laureado de San Francisco. Entré a la primera estación de metro y pedí ayuda a la única mujer que vi sentada. –Sígueme si quieres, dijo, yo también voy a North Beach. En el trayecto conversamos y supo que yo era poeta, una poeta anónima y errante, entonces me invitó al Caffe Trieste, según dijo quería presentarme a sus amigos. Al llegar, vi una serie de personajes bohemios y excéntricos como en ningún otro sitio. La mujer me presentó a un par de amigas pintoras, y una de ellas me dijo que su esposo también escribía poesía. ¿Cómo se llama su esposo?, pregunté. –Jack Hirschman, contestó. No lo podía creer, era el poeta que traía en mente. Jack llegó a los cinco minutos y con una sencillez única se puso a conversar conmigo. Resultó ser un tipo fascinante. A sus 74 años había vivido todo tipo de experiencias: a los 19 se animó a escribirle una carta a Ernest Hemingway de quien recibió respuesta semanas después, desde su Finca Vigía, en Cuba; fue amigo de Djuna Barnes, Henry Miller, Anaïs Nin, Leonard Cohen y los beat; asistió al último recital de Dylan Thomas en Nueva York, y fue profesor de Jim Morrison en UCLA, de donde fue despedido por su oposición activa a la guerra de Vietnam y su afiliación al partido comunista. Al cabo de un rato, Jack quiso leer mis poemas. Yo le advertí que los tenía en hojas sueltas y en español. –No te preocupes, dijo, quiero saber si son buenos; y en cuanto al español no hay problema, he traducido nueve lenguas incluyendo la tuya. Leyó mi poema Sarah Kane y se mostró sorprendido, dijo que le parecía un poema con fuerza y quería traducirlo, y por si fuera poco me invitó a leerlo en su próximo recital en la Biblioteca Pública. Parecía un sueño. Con mucha pena le dije que no podía quedarme, sobre todo por presupuesto, ya que aún me esperaba por delante una larga ruta, a lo que Jack y su esposa dijeron que no me preocupara, que desde ya tenía un cuarto en su casa, durante el tiempo que sea, a cambio de nada. El único compromiso fue seguirle entregando a Jack mis poemas a fin de traducirlos al inglés. Yo seguía alucinada. Esa misma tarde conocí a otros artistas, incluyendo poetas callejeros y personalidades como Neeli Cherkovski, quien alguna vez fue roommate de Gregory Corso y Bob Kaufman; y gran amigo de Charles Bukowski, de quien escribió una biografía. Neeli me dijo que la forma en que los beats se expresaron también se nutrió de la comunidad, y que las Cartas Revolucionarias de Diane di Prima fueron importantes al dar una visión poética de cómo se podría reordenar la sociedad. Finalmente, quise conocer la librería City Lights Books, pero Jack sugirió que fuese al día siguiente, con más calma, antes de la cena con Lawrence en su casa. ¿Qué Lawrence?, pregunté. –Ferlinghetti, respondió. –Otro de los hijos salvajes de Whitman, ya lo verás.

*
El día que conocí a Ferlinghetti murió BJ Papa, uno de los hijos predilectos de North Beach, elemento clave del jazz, un verdadero piano man. Jack y yo nos juntamos en Caffe Trieste y luego fuimos a su casa. Lawrence llegaría a las seis y treinta. Al entrar oímos llantos y alaridos. Mierda, pensé, después de todo esperábamos a Ferlinghetti, y sabíamos que andaba un poco delicado de salud. Cuando subimos, Aggie nos dijo que BJ Papa murió mientras dormía. Tenía 70. Jack colocó un CD del viejo jazzero. Aggie y Lee gritaban en la esquina, yo solo escuchaba las notas de un piano vivo. Luego las cosas se calmaron un poco. A las siete llegó el viejo beat. Ahí estaba el autor de Coney Island de la mente, con casi 90 años, sonrisa amplia y un arete en la oreja derecha. Jack me presentó como su nueva amiga: “This is Carla, a marvelous poet from Ecuador” (me sentí extraña y complacida), y tras contarle nuestro azaroso encuentro, Lawrence me dijo: “Tienes suerte, jovencita. Cuando llegué a San Francisco, en 1955, me tomó tres meses para vivir más o menos lo mismo”. Luego me preguntó sobre Ecuador, y yo le conté algunas historias que creí podían interesarle. De ahí pasamos a sus inicios en la escena beat, me contó sobre las series de jazz y poesía que organizó junto a Kenneth Rexroth y su círculo libertario en un club de North Beach llamado The Cellar. El objetivo de la fusión era que la poesía fuese más accesible al público. Músicos como Thelonious Monk, Miles Davis, Charly Parker o Dizzy Gilliespie eran parte del bebop, un estilo más libre que permitía la improvisación y rozaba la locura. Según Rexroth, uno podía ir a cualquier tienda de música en el barrio negro de Fillmore, agarrar un disco y encontrar mejores letras que cualquier seudopoema de jazz. También hablamos sobre la irreverente técnica del cut up de William Burroughs, la historia de City Lights y sobre el juicio contra el poema “Aullido” de Allen Ginsberg (prologado por William Carlos Williams y publicado por Ferlinghetti en 1953) en donde se lo acusaba de obsceno. Lawrence me dijo: No es el poeta, sino lo que él observa lo que se revela como obsceno. Todo lo que rompe con la tradición es mal visto, y eso fue, precisamente, lo que nosotros hicimos.
*
City Lights Books. Tercer piso. Sección de poesía. -Felicidades-, dice Mark mientras me abraza, tu libro ya está aquí. Pertenencias/ Belongings ocupa uno de estos estantes de madera, codeándose con Anne Sexton, Ámbar Past y Adrienne Rich. Al lado izquierdo una sección completa de literatura beat, y al derecho una de poesía clásica y contemporánea de todo el mundo. Al fondo del pasillo está la oficina de Lawrence, y yo sonrío al recordar que hace casi un año, esta poeta errante les mostró sus poemas dispersos a él y a Jack, cuyas traducciones también constan en este libro. Pienso que de alguna forma estos poemas ya no son solo míos sino de todo aquel que los lea, de todo aquel que se apropie de mi voz. Mark está emocionado. Lo veo descubrirse en más de un poema. Yo también lo estoy. Esta librería significa mucho para ambos. Él siempre la ha visitado a diario, pero casi nunca subía al Poetry Room, sus secciones preferidas están en el subsuelo: historia, filosofía, blues, ajedrez. Pero ahora subimos juntos y compartimos versos hasta la medianoche, tiempo en que el librero apaga las luces y nos dice que solo faltamos nosotros para poder cerrar. 

*
Escribo en la habitación 204 del hotel Boheme, la que en su tiempo ocupó Allen Ginsberg, testigo de la destrucción de las mejores mentes de su generación a causa de la locura. Recostada sobre esta cama, es inevitable pensar en los cuerpos que me precedieron, en todas las manos que escribieron versos sobre pieles que jamás llegaré a leer. Este cuarto no tiene cuatro esquinas sino diez irregulares, y dos lámparas con inscripciones alusivas a North Beach: Vesuvio, Tosca, Gino & Carlo. En la pared hay dos cuadros antiguos donde aparecen un hombre uniformado y una mujer exótica que me miran como si fuesen a revelarme historias de marineros y putas de los años veinte. Me incorporo. En la pared del baño hay una fotografía en blanco y negro de algunos beats abrazados frente a City Lights, tomada por Peter Orlovsky, en 1955, y con una leyenda escrita por el mismo Ginsberg. Lucen felices y despreocupados. Y es lógico, la muerte apenas era una dama esbelta con la que salían a coquetear cada noche.
*
Estoy en la tumba de Gregory Corso, en Roma. Shelley y Keats son sus vecinos. Me pregunto en cuántos cementerios tuvieron que vivir estos poetas antes de radicarse aquí. Pienso en Corso, de no haber muerto en Minnesota quizá lo hubiese conocido. Las mujeres lo detestaban por agresivo, pero sus amigos dicen que era como un niño inofensivamente rudo. Jack me contó una vez que Gregory, ya viejo, fue entrevistado en una radio, y a medio programa llamó una muchacha diciéndole: Hola, Gregory, soy tu hija, a lo que él respondió: ¡Vamos, tú quieres follar! Ese era Corso. Ese y el niño de los orfanatos (su madre lo tuvo a los 16 y lo abandonó para regresar a Italia) y el que estuvo en la cárcel por pequeños robos, aunque fuese ahí, en la biblioteca de la penitenciaría, donde encontraría su verdadera vocación, convirtiéndose en ávido lector y escribiendo sus primeros poemas. Muchas lo detestaron, Jessica no. Jessica Loos fue una de sus pocas y buenas amigas. Se conocieron en un recital de los beats, en Nueva York. Ella tenía 23 y Corso bordeaba los 60, desde entonces fueron inseparables. De hecho ella vivió dos años en su piso, por eso lo conoció muy bien. “Era satírico, viajero, vulnerable y amante de Shelley. Hablaba de los mismos temas, pero siempre hallaba algo nuevo”. Recorrieron librerías, cafés y cantinas del bajo Manhattan. Otra anécdota fue cuando Ginsberg tuvo un recital en la Universidad de Nueva York. Ted Jones, Jessica y Corso lo acompañaron. Cuando Ginsberg empezó a cantar su poema “Don’t smoke” (contra la nicotina), Ted sacó una botella de ron y empezaron a beber, luego Gregory empezó a gritar: “Smoke, Allen, Smoke”, lo que hizo que el mismo Allen los echara de la sala. Corso era irreverente por naturaleza. A la única que respetó en verdad fue a la poesía. Patti Smith llegó a decir: “No hay duda de que Corso fue un poeta. La poesía era su ideología, los poetas sus santos”. Poco antes de morir, Corso contactó a su hija, quien, además de perdonarlo, cuidó de él hasta el último día, cuando el poeta, literalmente, murió soñando.
*
Estoy en Vesuvio. Segundo piso. Junto a la ventana. Sola. Espero a Mark con el libro abierto sobre la mesa. Soy la única mujer en esta sala. La única que sigue viva. El jazz es una pantera contorneándose en mi espalda. Olores musicales seduciéndome. Summertime es un rugido atemporal. Charlie Parker abrigándome en invierno. Chet Baker sonriendo con la boca destrozada (como cuando unos dealers se quedaron con su dentadura superior tras una paliza). West coast jazz de los años 50. Pienso en jazz y pienso en Bob Kaufman, en el Rimbaud Negro, como le decían en Francia, y también pienso en otros beats, los olvidados de puertas para afuera: Gary Snyder, Herbert Huncke, David Meltzer, Jack Micheline, Ray Bremser, Amiri Baraka, Ted Jones, y un largo etcétera. Marginados de los marginados. Beatíficos del tiempo. Pienso en las elegías que Neeli le dedicó a Bob Kaufman, su querido amigo, poeta oral por excelencia. Pienso en la esposa de Bob rescatando versos que el poeta lanzaba como flechas para luego transcribirlos. Pienso en jazz y pienso en Bob Kaufman. Y en la improvisación de su vida. Él decía: Soy negro, judío, blanco, verde y amarillo / con un hombre azul adentro / que lucha por salir. Pienso en jazz y pienso en Bob Kaufman.

*
La noche avanza. La niebla avanza. Las voces avanzan como balas perdidas. Dos años viviendo en San Francisco por temporadas, escuchando el sonido real de mi voz (polifonía demencial). Aquí puedo reír, llorar o escupir sin tener la obligación de explicar que soy humana. Afilo versos para cortar la soga que amarra mis miedos, y rezo rosarios de pájaros castrados (para nunca dejar de volar). North Beach es mi madre loca. Y el tiempo aquí no es tragedia. Foggy City. Foggy Woman. Espíritus de poetas muertos acompañan mis pasos por estas calles de niebla. Y desde luego la mano de Mark, que es como caminar agarrada del Poema. Viajo al fin de la noche como un Céline desnudo, transfigurado, atravesando la carretera de mi propia mente, porque a fin de cuentas el viaje es hacia adentro, como lo fue para aquellos que aquí he nombrado, de los que he dado fe, y de muchos otros que algún día nombraré, porque sepan, señoras y señores, que si hemos traspasado muchos límites legales y morales fue solo por la esperanza de encontrar, del otro lado, algo en qué creer.

Para estar siempre al día con lo último en noticias, suscríbete a nuestro Canal de WhatsApp.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media