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Abya Yala, fértil en arte y política

Abya Yala, fértil en arte y política
17 de febrero de 2013 - 00:00

El lugar que damos a una posible articulación entre arte y política está necesariamente atravesado por la forma en la cual concebimos a ambos. Esta delimitación no se trata de un debate meramente conceptual (acerca de una definición de arte o de qué entendemos por política) sino de poder discutir acerca de lo que incluimos en el terreno del arte y de la política, pues así también podemos visibilizar aquello que de dichos campos se excluye.

Para poder analizar el tema en perspectiva, en el presente texto intentaremos ahondar acerca de la forma en la cual se concibe el arte en relación con la estética, para contribuir al debate sobre el rol del arte en la política.

Cuando del arte se trata, suele tomarse como preponderante la función que ha sido llamada “estética”. El origen etimológico de la palabra estética, ligado a vocablos griegos que implican el sentir, la sensibilidad y la percepción a través de los sentidos, remite a todo aquello que, a través de las formas, incide e impacta en el sentir y la percepción humana.  Dichas formas, que encontramos en las disciplinas artísticas como así también en el mundo que nos rodea, portan diversas maneras de hacernos sentir.  El estudio de este fenómeno ha devenido en la Estética (con mayúscula) como rama de la filosofía.

A pesar de los numerosos estudios y desarrollos en lo que a arte y estética respecta, podemos identificar al menos dos problemas para una justa valoración de las prácticas artístico-políticas. El primero es el hecho de que ha vinculado a lo artístico solamente con su función estética.  Desde el surgimiento de la Estética como rama de la filosofía, hasta los desarrollos de Kant sobre la autonomía del juicio estético, la teoría clásica separa tajantemente lo utilitario (medios-fines) de lo bello (inmediatez, sin finalidad). 

Así surge la preponderancia y cuasi exclusividad que desde lo occidental se ha otorgado a la función estética en las artes, motivo por el cual las expresiones artísticas que cumplieran también con otras funciones, quedarían excluidas del campo del arte.  Sin embargo, siguiendo al escritor y especialista en temas de arte y cultura popular Adolfo Colombres, si bien el arte no puede prescindir de lo estético, también contempla otras funciones: utilitaria, la ética, la religiosa, la mágica, y así también la social y política. El segundo problema en este sentido es que históricamente se ha vinculado a la estética sólo con la belleza. Esto ha reducido en forma importante a la función estética, descartando otros aspectos que le son inherentes como lo tenebroso, lo trágico, lo cómico, lo monstruoso, lo grotesco o lo sublime.

Actualmente nos encontramos ante la necesidad de descolonizar el arte, en tanto pensarlo desde América con la fuerza propia de su manifestación en nuestro suelo. Como bien dice Juan Acha: “… si el latinoamericano requiere redefinir el arte, es porque ineludiblemente le urge redefinirse él mismo; esto es, su mente, sensibilidad y su imaginación, así como su cultura y ecología. Y como hemos visto, tal redefinición no cuenta con otra salida que darse cara a cara con la realidad del mundo actual y la latinoamericana, si es que no se quiere patinar en la abstracción lo puramente imaginativo”.(Juan Acha, 2004: 58)

Se trata de reconocer la concepción de arte subyacente en las prácticas estéticas que pueden tomar como predominantes distintas funciones.  La dimensión ética, la función social del arte, la búsqueda de lo sagrado a través de las formas o las expresiones en objetos que pueden tener otras funciones además de la estética, pueden ser excluidas del campo del arte o subvaloradas, pero lucen perfectamente en un arte-para-la-vida. 

En ello radicará la eficacia de las formas artísticas, y de allí es que podremos seguir creando un arte popular. El arte popular, según el investigador y ex Ministro de Cultura del Paraguay Ticio Escobar, no se define por un tema, una técnica o por quién o dónde éste se produce sino que es aquel que logra establecer un vínculo con una comunidad que se reconoce en sus producciones y se sirve de ellas para profundizar la mirada sobre su realidad para transformarla.

Si pretendemos construir una teoría sobre arte que sea de índole transcultural, entonces por fuerza debemos trascender las fronteras sobre la noción de arte que arrastramos desde el Renacimiento y aún hoy tienen peso en la valoración de la praxis artístico-política. Una de las consecuencias de dicha trascendencia, será la defensa de la función social y política del arte, no sólo como una parte de lo artístico que acompaña la función estética sino, además, como una función que potencia lo artístico de las producciones.

La carga política que tiene el arte –como se ve explícitamente en tantos casos, aunque no podemos afirmar que necesariamente en cualquier expresión artística al mismo nivel- no consiste en mostrar o imitar la realidad, sino en su posibilidad de visualizarla desde nuevos lugares, a través de diversas materialidades; en otros casos, descubrimos la posibilidad de negarla en tanto se aparece, brindando así también una política: esto es, la capacidad humana para transformar la realidad a través de su accionar. 

A decir verdad, no sabemos si será el arte el primero o el único que abra la posibilidad del cambio.  En todo caso, el arte permite dotar de nuevos sentidos al campo social y predispone a las fuerzas creativas necesarias para que las personas (sea en tanto ciudadanos/as, organizaciones, instituciones, etc.) modifiquen la representación que tienen sobre su rol en las transformaciones que consideran necesarias.  Renovar la noción de arte en nuestra América consiste también en renovar la función que otorgamos a la creatividad humana, a seres humanos y humanas que desde lo propio desarrollan la matriz de sus deseos y sueños.  Sin embargo, hay más aún. 

El arte no sólo es un medio para la transformación social, sino también es un fin en sí mismo, pues la expresión artístico-estética es una característica, una necesidad y por ende un derecho a nivel comunitario. Promover las prácticas artísticas hacia la transformación social es por ende un buen aporte para cualquier proyecto político, que, cual un collage o un vitraux, pretenda ampliar la diversidad de la democracia

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