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El Telégrafo

Yo, robot

15 de junio de 2011 - 00:00

De seguro el título hace la sugerencia de recordar los relatos del escritor ruso-estadounidense Isaac Asimov o la adaptación de estas obras a la pantalla grande. Sin embargo este no es tanto el caso. Más bien se trata de recoger aquellas ideas de comparación que hubo en algún tiempo en la psicología, entre el ser humano con el robot o la computadora. Este modelo fue superado a medida que se estableció, que el individuo no podía ser como una computadora solamente por sus procesos intelectivos, sino que también posee volición, afectividad; y en otra postura: inconsciente - lenguaje.

La idea de “robot”, a manera de impresión, se revela en el sujeto originalmente desde la cultura. Por la vigencia de individuos, más parecidos los unos a los otros, más que meramente como un proceso de identificación, como un proceso de igualación, de réplica de la imagen. La réplica no ocurre de forma accidental, ni mucho menos, es una intencionalidad de la maquinaria mercantil. Solamente hay que subrayar que este fenómeno surge de la misma elección del sujeto, a partir de la oferta del mercado.

Existe una suerte de producción continua, secuencial, de individuos iguales, caracterizados por el plástico y los gadgets. Ensamblados en el mismo molde y con los mismos juguetes o artefactos. La cuestión está en el lado que se pide a la “fábrica” ser ensamblado como el otro. De esta manera, se libera un tanto de responsabilidad al mercado (entendido como estructura), y se baña al sujeto con su capacidad de decisión: pedir al mercado, ser a imagen y semejanza del otro.

Pero se encuentra a la venta la idea de pertenecer a un grupo, que no es más que una forma de estandarización de la masa, ya no como una imposición, sino como una elección del sujeto. Lo interesante es que la identificación que aquí se da no ocurre sobre algo trascendental, a simple vista, sino que aparece desde la propuesta que hay en el mercado. Dicha propuesta no va más allá de un retoque de nariz, unos implantes o la compra de un celular de última generación.

La réplica y la compra de la imagen aparece por la carencia de ese lugar para el sujeto, para ser de un grupo y ser distinto a la vez. Afuera se vive como un robot, pensando a través de la tecnología, estando conectado al otro, con la condición de estar a la misma altura de él/ella: imitándolo, siendo idéntico. El robot hecho por miles, uno tras otro, con los mismos artefactos e iguales entre ellos; no piensan, sino que reciben órdenes. La pregunta ahora es: ¿de quién?

La institución familiar y la educativa (la universidad, el colegio) son lugares que deben resguardar los espacios para la identificación entre los sujetos. Respetando las afiliaciones entre los miembros de la familia, los estudiantes. Si se coartaran estos pequeños lugares propicios para la identificación, no habrá semblantes trascendentales a los cuales afiliarse.

Psic. Carlos Silva Koppel

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