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El Telégrafo

Un monstruo con tentáculos merodea los colegios de la ciudad de Quito

23 de enero de 2016

En el Distrito Metropolitano de Quito funcionan colegios, sean fiscales, fiscomisionales, municipales y particulares, cuyos estudiantes provienen de familias de diferentes estratos socioeconómicos.

Actualmente deben existir aproximadamente unos 300.000 estudiantes, cantidad muy representativa para un negocio ilícito que emprendieron los grandes empresarios en sus diferentes escalas de distribución y venta; me refiero a ese gran monstruo llamado ‘droga ilícita’.

Una droga es una sustancia que puede modificar el pensamiento, las sensaciones y las emociones de la persona que la consume. Las drogas tienen la capacidad de cambiar el comportamiento y, a la larga, la manera de ser.

Las drogas representan un riesgo y no existe consumo alguno que pueda considerarse totalmente seguro. El riesgo resulta de la combinación de tres factores: los efectos que provoca la sustancia, la manera de utilizarla (dosis, forma de administrarla, efectos que quieren obtenerse con ella) y la vulnerabilidad del consumidor.

La venta y el consumo de las drogas por parte de jóvenes estudiantes van en aumento, conllevando a la modificación de la conducta por acción en el cerebro. Las modificaciones conductuales causadas por drogas que provocan emociones incontrolables, restricción del almacenamiento de información, capacidad limitada para tomar decisiones y otros tipos de conducta sin control, tanto en lo físico como mental. Y cómo no decir que la administración de las drogas provoca sensaciones de placer completamente distintivas cuando son estimuladas, aún más el abuso de drogas, que causa una intensa euforia, además de cambios en la conducta del individuo consumidor; entonces, ¿qué hacer, queridos padres de familia, docentes y estudiantes, para no caer en los tentáculos de ese gran monstruo?

Prevenir, lo que implica actuar para disminuir el número de personas que tienen problemas con las drogas, para que sean menos graves, para evitar las posibles secuelas. Obviamente, prevenir exige anticiparse a los problemas, actuar cuanto antes.

Por eso hablamos de una prevención a los adolescentes, en la que el papel de la familia y de la escuela es fundamental: porque son los espacios en los que prioritariamente se educa, se ayuda a crecer y a construir personalidades más seguras, más libres y más responsables.

No hay que esperar a la adolescencia para empezar a prevenir. Lo más importante es tener un conocimiento real de lo que son las drogas, estar convencido de sus consecuencias negativas y acompañarlo del ejemplo personal.

Quito DM, enero de 2016
Steven Michael León Tipán

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