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El Telégrafo

Los desafíos como emblema del accionar humano y la mediocridad como destructora de la sociedad

05 de septiembre de 2012 - 00:00

Solo las personas de verdadera visión y empeño hablan de desafíos y se los imponen. Los conformistas solo hablan de lo más mínimo que un ser humano puede alcanzar. Es que estamos creados para imponernos los desafíos y las metas más difíciles de lograr. Pero no todos tienen este criterio. Para desgracia de la sociedad, existen muchísimos conformistas que dejan de hacer algo o lo dan por culminado cuando saben que pueden lograr mucho más. Y por ello nuestra sociedad ha sido sacudida, maltratada, escupida y vapuleada con peyorativos que, aparte de dolorosos, son ciertos.

No hay duda de que los conformistas son unos mediocres. Y una sociedad civilizada, digna, altruista y culta no puede vivir con acciones de los mediocres. Vive con las acciones, con el digno trabajo y el esfuerzo de los hombres y mujeres que se plantean y plantean desafíos que, una vez logrados, nos llevarán a la cultura de la excelencia.

Cuántas veces en el diario existir del ser humano, este cae y recae en innumerables angustias, dolores, penas y sufrimientos que en ciertas ocasiones nos llevan a decisiones fatales. He ahí la fortaleza y el hecho de ser constante, de no dejarse amilanar por nada, de asumir los retos impuestos por la naturaleza y la vida misma y arribar con suma alegría, humildad y satisfacción a esa meta que ansiosa nos espera. A esa meta que se convierte en inicio de otra etapa con muchos más frutos y, claro, con muchas más dificultades. Creo que solo así se muestra la verdadera personalidad de un ser humano, sus actitudes, aptitudes, destrezas y talentos.

Y con todo esto, habiendo cumplido metas y traspasado obstáculos, una persona será aplaudida, elogiada, memorizada y se convertirá en la esperanza de muchos, en un baúl lleno de energías, en una cantera que contiene las más nobles expresiones humanas y simplemente en un sin par ser que ha sido capaz de romper esquemas y barreras. 

Pero tampoco esperemos vivir a base de los aplausos, elogios y condecoraciones. Si bien eso es un minúsculo estímulo para el hombre, lo verdaderamente valioso es lo que llevemos dentro, cuánto trabajemos por nuestro prójimo y por nosotros mismos, y por supuesto, con qué ganas e ímpetu realicemos las cosas.

Ancianos, adultos, jóvenes, niños y todos debemos dejar atrás la mediocridad, el conformismo y el amor a los metales en el pecho. Seamos sencillos con los demás, pero extraordinarios con nuestros desafíos. Vistamos con fortaleza, fogosidad y anhelo mediante nuestras miradas, al horizonte que con un cuadro exquisito, con una brisa intensa y con una llama ardiente nos evoca a ser mejores cada día. Agradezcamos al cielo y a la humanidad nuestros logros; seamos patriotas profundos, amantes de lo nuestro, sensibles con el ocurrir humano, hombres de gran visión y lo más importante: sembradores, ejecutores y cosechadores de desafíos infinitos.

Que nada os detenga, humanidad querida.

José Luis Íñiguez Granda
[email protected]

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