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El Telégrafo

Carta ciudadana

26 de junio de 2018 - 00:00

La pluralidad, el espacio al pensamiento de todas las tendencias, no debe convertirse en libertad para mentir y tergiversar. Sin embargo, en esto último se enmarca la columna de la señora Carol Murillo, para quien todos los grandes casos de corrupción y abuso de poder del gobierno de Rafael Correa son un montaje. Cuando existen opiniones que rebasan todo tipo de sensatez, es necesario hacer precisiones.

Según la señora Murillo, el caso de Fernando Balda es una mentira para incriminar a Correa y “aniquilarlo moralmente”. No obstante, ¿alguien con un poco de objetividad puede creer que todas las evidencias recabadas por el Fiscal General, funcionario de carrera que ha dado muestras de independencia (contrario a sus dos antecesores, un familiar y un excompañero de aula de Correa) se trata de una mitomanía? La justicia colombiana sentenció a los autores materiales del secuestro a Balda, mientras la investigación sobre los autores intelectuales de tan repudiable hecho permaneció bajo la sombra y silencio de autoridades ecuatorianas durante años, precisamente en la administración correísta que venera la señora Murillo.

Negar esto equivale a insultar nuestra inteligencia. Correa ostentaba tener todo bajo control, desde pedir una respuesta a sus ministros por cada noticia publicada en la prensa, hasta jactarse públicamente de ser el jefe de todos los poderes del Estado, llegando a dictar “sentencias” en sus sabatinas. A otro lado con el cuento de repentina amnesia. Correa no hace más que hundirse al decir que no conoce a varios de sus más cercanos colaboradores.

Quizás, en el fondo, lo que molesta a los seguidores del expresidente Correa es que recién ahora está quedando en evidencia cómo en los últimos diez años se ocultaron hechos execrables al pueblo. Y hay más interrogantes que deben responderse, como el llamado caso “Mameluco”, denuncia que Balda expuso en sus redes sociales en 2012 y que sería el motivo para ordenar su secuestro.

Si tuvieran sangre en la cara vendrían a rendir cuentas y no se escudarían en discursos de supuesta persecución o en intentos de asilo político. Finalmente, Correa terminó convirtiéndose en lo que tanto censuró de sus adversarios. (O)

Gabriela García

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