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El tatuaje: un compañero para toda la vida (Galería)
Son las 14:00 de un lunes. Caminando por la Madrid y Toledo, sector la Floresta, veo un letrero vertical, piramidal y negro, con las palabras Malek y tattoo en letras rojas. Como hace tiempo tengo la intensión de tatuarme en el cuello el diseño que Storm Thorgerson preparó para The Division Bell, el último disco de Pink Floyd, recorro una puerta de vidrio e ingreso a un recibidor en el que predomina una vitrina repleta de expansores y piercings para cejas, narices, labios, lenguas y etc.
Viene a mi encuentro Alejandro Gomezcoello, artista que aprendió a pintar en los cuerpos en el estudio de un tatuador colombiano ubicado en el Bronx neoyorquino. Hay días en que la afluencia de clientes no le deja tiempo ni de salir almorzar. Hay otros en que no tiene uno solo. Hoy es uno de esos días, así que accede a tatuarme sin previa cita.
Busca, en Internet, la imagen que le he pedido, la fotocopia y la lleva, mediante la técnica del calco, al papel hectográfico. Mientras tanto husmeo en su librero: Manga paso a paso, Anatomía animal, Nose art, El libro de los símbolos y hasta un antología de imágenes del diablo de editorial Taschen. Veo, además, máscaras, una bandera pirata, una camilla, un par de sillas y un compresor que permite regular la potencia de la pistola tatuadora en 8 voltios para trazar las líneas y en 5 para realizar sombras y rellenos.
Gracias a programas de televisión como Los Angeles inc, Nueva York inc, e incluso Tatuajes terribles, esta forma de arte corporal se ha puesto de moda.
Esto, no obstante, no siempre fue así, a inicios de la primera década del siglo XXI, cuando intentaba concluir mis estudios universitarios con un trabajo dedicado, precisamente, al tatuaje, este aún era visto como algo que caracterizaba a delincuentes, soldados y marineros, por no hablar de otros oficios propios de puerto, que estigmatizaba a quienes se los hacían.
Y si parecer marginales y delincuentes no causaba miedo en los jóvenes, los adultos nos decían que si nos tatuábamos nunca más podríamos donar sangre, como si eso hubiese sido, en la vida, algo más importante que tatuarse. Lo que nunca nos dijeron es que uno puede donar sangre un año después de haberse sometido a los pinchazos, y que el estigma que en nuestro país católico tiene el tatuaje, se debe a que en la Biblia hay un pasaje que dice: “... ningún marcado entrará al reino de los cielos”, y eso, para los cristianos es tan importante, que cuando Himmler intentó tatuar a los judíos en el rostro para reconocerlos, fue algo que pareció excesivo a los mismos nazis.
Pero volvamos a los diseños. Por los días en que realizaba mi estudio me encontré con libros que clasificaban a los tatuajes en marineros, industriales, cibernéticos, religiosos, de muerte, de fútbol, tantos como actividades humanas existen. Decían, incluso, obviedades tales como que los obreros sienten predilección, al momento de optar por un diseño, por herramientas de trabajo.
Gomezcoello transfiere el diseño a mi cuello, cubre los alrededores con plástico estéril para conjurar cualquier tipo de infección y me cuenta casos poco comunes: en alguna ocasión un exestudiante del Mejía le pidió que le tatuara el escudo del colegio en el pecho; en otra, un fortachón le dijo que reprodujera en su brazo, una muñeca barbie, sin imaginar que minutos después vería cruzar por la puerta a la esposa de este, una mujer cuyos ojos hablaban de su vejez pero que había hecho todo lo posible por parecerse al juguete de Mattel. Acaso, no obstante, la mejor anécdota es la que protagonizó un hombre que llegó con su novia y le pidió que le tatuara su nombre. Como ella no estaba muy convencida y él insistía, Gomezcoello les sugirió que fueran a darse una vuelta, a pensarlo bien, con la esperanza de que desistieran de su proyecto. Regresaron al poco rato. La mujer sacó dinero de su cartera y le pidió que le pusiera en el brazo el nombre de su novio, que estaba absolutamente convencida de lo que quería. El epílogo de la historia es que una semana más tarde el galán volvió con otra mujer y le pidió a Gomezcoello que también le tatuara su nombre. En esta ocasión, el tatuador se negó a hacerlo. Los artistas que trabajan bajo contrato no suelen cuestionar los perdidos de los clientes, en tanto que otros, con estudio propio y ética, los instan a reflexionar.
Yo mismo, cuando tenía menos de 20 años quise tatuarme en el hombro una rata que, daba la impresión, había rasgado, con sus garras de alcantarilla, la piel de mi brazo. Afortunadamente el tatuador me instó a desistir, preguntándome qué le diría al hijo que podría tener en el futuro, si preguntara por qué tenía algo tan espantoso en el cuerpo.
Gomezcoello enciende la máquina y empieza a trazar líneas. Tengo tatuados los hombros y uno de los antebrazos, pero ninguno me dolió tanto como en la parte trasera del cuello. Quizás se deba a que la zona es más delicada, tal vez el estrés, o a lo mejor a que he estado haciendo mucho ejercicio y tengo los músculos contracturados. Probablemente a todo junto. En este punto, el artista me cuenta que las mujeres resisten mejor el dolor. Alejandro Gomezcoello me pide que no me mueva o que le pida pausas si es necesario, pues de lo contrario el trazado podría salir mal y de lo que se trata, en última instancia, es de disfrutar de la experiencia.
Siento como si me estuviesen cortando con un estilete, como si me estuvieran quemando con un soplete.
Pero sigamos hablando de diseños. Gomezcoello dice que las mujeres tienen más desarrollado el sentido de la estética que los hombres y que se tatúan más, por lo general, cosas que se ven bien: mariposas, alas, ángeles, en tanto que los hombres optan por diseños más grandes y con un significado trascendente.
Se piensa además, que las mujeres se tatúan en zonas de su cuerpo que potencian su sensualidad, como el vientre, las piernas, la espalda, en tanto que los hombres lo hacen en lugares tradicionalmente vinculados a la fuerza, como los brazos, el pecho, las pantorrillas.
Quienes piensen que el tatuaje es una expresión de nuestra actual juventud, se equivocan ampliamente; se encontraron tatuajes en la espalda y rodillas de un guerrero del neolítico que quedó atrapado en un glaciar.
Los tatuajes, por los días en que los españoles llegaron a América, habían pasado de moda en estas tierras. De hecho, los aventureros los recuperaron porque les permitían, al volver a sus lugares de origen, demostrar que no tenían bienes, pero sí viajes, aventuras, experiencias. Los piratas, quienes han pasado a la historia como uno de los grupos más asociados con los tatuajes, solían marcar sus pieles, no con puntillazos de tinta, como en la actualidad, sino con dibujos de pólvora a los que encendían fuego. Los polinesios cubrían casi la totalidad de sus cuerpos con profundas incisiones hechas con punzones, porque consideraban que eran una suerte de escudo que les permitía enfrentarse al mundo. En la medida no obstante, en que debían volver limpios al ‘origen’, cuando morían, los miembros de la comunidad les arrancaban las pieles. De hecho, la palabra ‘tatuaje’ provendría de la voz polinesia ‘ta’ que significa golpear, o de la expresión, también polinesia, ‘tau tau’, que se traduce como ‘choque de huesos’. Definiciones de lado, la pregunta ahora no es si está bien o mal hacérselo, sino si duele y si es posible, llegado el momento, borrárselo.
La respuesta a la primera pregunta es ‘sí’, siempre duele hacerse un tatuaje, pero depende, naturalmente, del tamaño del diseño y del lugar del cuerpo en que se lo haga, pues no es lo mismo tatuarse, digamos, en el brazo, donde hay más grasa, que en la espalda o el cuello. Hay que saber, además, que si bien es posible realizar un tatuaje que cubra la espalda de un solo tirón, los diseños grandes requieren varias sesiones.
Gomezcoello dice que hay muchas personas que no saben lo que quieren y que se tatúan, cuando tienen dinero, obedeciendo a impulsos. Se recomienda no obstante, que la imagen a tatuarse sea única, diseñada, de ser posible, por el tatuador. Se recomienda, de igual modo, evitar los nombres o imágenes de personas que pueden no ser permanentes en nuestras vidas, y acudir al estudio en momentos de alegría, pues caso contrario, el tatuaje remitirá siempre a momentos de tristeza u oscuridad. Una vez realizado el tatuaje, hay que lavarlo sin jabón, limpiarlo con una toalla húmeda, cubrirlo con una ligera capa de crema Bepanthol y protegerlo con plástico por 15 días. Se debe evitar durante un mes saunas y piscinas, grasas y alcohol, e incluso las duchas largas. Se recomienda hacer deporte, excepto, por supuesto, los de contacto.