Darcy Ribeiro, uno de los mayores antropólogos de Brasil y, por si fuera poco, uno de los más destacados intelectuales que ha conocido América Latina, destaca en aquella, su propuesta emblemática: La Nación Latinoamericana, algo a lo que pocos intelectuales han dedicado esfuerzos: Ribeiro considera a la alegría de vivir como la mayor y mejor de nuestras virtudes morales como seres humanos. “La más preciosa de ellas -especifica en su análisis- es la heredada de la matriz negra, es una alegría de vivir que no me canso de ver con admiración”.

Es que el gran Darcy estudió nuestra historia no solo desde sus orígenes, sino también desde nuestras inmensas e inexploradas complejidades. El negro, el afrodescendiente, llegó a los territorios de la  América colonizada por Europa, para servir de esclavo en las plantaciones y grandes centros mineros, en una de las épocas más vergonzosas de la “civilización occidental y cristiana”.

Pero con su tragedia trajo su riqueza cultural, que lentamente comenzó a colonizar a sus opresores con su inmenso amor por la naturaleza y su capacidad de producir, precisamente inspirado en ella, la música más rítmica, más alegre, más intensa que haya creado el ser humano. Y de la música sale la danza, los arrullos, la poesía, los juegos y una forma de hablar y de vivir de manera armónica con los demás seres humanos y con la naturaleza, que hoy es fuente de inspiración y esencia de la cultura moderna.

Sin la cultura africana no es posible entender la contemporaneidad en su mejor y más transparente condición. Todos somos afros, porque toda la raza humana proviene de allí, para luego poblar la Tierra. Entonces, en América, el colonizado se convirtió en colonizador cultural, porque toda la música hoy, la mejor, tiene matriz africana.

Como dice Ribeiro, “solo nos veo a nosotros para la urgente tarea de humanizar nuestra civilización y orientarla por los caminos solidarios que liberen al hombre del miedo y les devuelva la alegría de vivir”, del Buen Vivir, diríamos hoy, querido Darcy. (O)