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El ritmo de la vida actual causa aislamiento y fracciona los afectos hasta provocar estados de desencanto

La visita del papa Francisco dejó un mensaje de unidad, diálogo y acción en Ecuador

En el Santuario El Quinche, el papa Francisco les recordó a los obispos y religiosas que deben ser humildes y que no deben olvidar sus raíces. Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
En el Santuario El Quinche, el papa Francisco les recordó a los obispos y religiosas que deben ser humildes y que no deben olvidar sus raíces. Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
12 de julio de 2015 - 00:00 - Secretaría del Buen Vivir

La unidad, la familia, el desinterés y la memoria podrían ser las palabras que trascendieron en los diferentes discursos u homilías del papa Francisco I, durante su visita a Ecuador.

El primer acto público, en Guayaquil, se caracterizó por las buenas nuevas. Fue un mensaje esperanzador en medio del desencanto y un llamado a reconocer el valor fundamental de la familia como representación de la Iglesia en la tierra.

La familia, como concentración del amor del ser humano por el mundo, por su prójimo, se convirtió en la bandera de confianza y de alegría con la que quiso Francisco dirigirse a los fieles: “El mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir”, dijo a los miles de asistentes a la misa en el Parque Samanes.

“Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano -continuó, con una ferviente intención de prometer tiempos mejores-, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en la esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar”, insistió.

En Quito, al día siguiente, la multitud que copó el Parque Bicentenario recibió un mensaje “para que el mundo crea”.

El Sumo Pontífice hizo una analogía entre el Primer Grito de Independencia del 10 de agosto de 1809 y el grito que invitó a emitir en el interior de cada uno de los presentes durante el encuentro.

Este fue el mensaje más claro de unidad y la invitación más explícita al diálogo nacional: “Precisamente, a este mundo desafiante, con sus egoísmos, Jesús nos envía, y nuestra respuesta no es hacernos los distraídos, argüir que no tenemos medios o que la realidad nos sobrepasa”, dijo casi al principio, improvisando por momentos, interrumpiéndose a sí mismo para acotar el texto que había escrito, para ser más directo y para comunicar con mayor eficacia.

Alternando sus palabras con los aplausos que a cada momento lo interrumpieron, Francisco I invitó a “luchar por la inclusión a todos los niveles evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración”.

El mensaje papal en Quito abogó por un pueblo que reconozca sus desigualdades, pero que, para superarlas, también reconozca que tiene responsabilidades compartidas y que es un propósito común el conseguir el terreno adecuado para forjar la unidad.

“Confiarse al otro es algo artesanal, porque la paz es algo artesanal”, aclaró, con la acostumbrada estrategia de mostrar imágenes para explicarse de mejor manera.

“Es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Y esto a costilla de los más pobres, de los más excluidos de los más indefensos, de los que no pierden su dignidad pese a que se la golpean todos los días”.

Si hay algo que muestra a Francisco como un Papa cercano a la comunidad católica es su horizontalidad. Una de las muestras más evidentes de ello es su constante pedido, al finalizar sus intervenciones, de rezar por él. “Recen por mí”, ha dicho en cada una de sus apariciones.

En el Santuario El Quinche, dirigiéndose a varios religiosos, y en el mismo sentido de humildad que busca contagiar tanto en el clero como en los feligreses, dijo: “Seguro que son pecadores, yo también”. Y consiguió que las risas estallaran entre los asistentes que habían pernoctado en el lugar para ubicarse cerca del Pontífice.

Más adelante, pidió reconocer dos principios fundamentales en la labor pastoral: no caer “en el alzhéimer espiritual”, dijo, refiriéndose a que “no se olviden de dónde los sacaron, no renieguen las raíces”.

Y el sentimiento de gratuidad de las cosas recibidas. El no perder la memoria tuvo un anclaje particular: Francisco pidió que los sacerdotes y monjas no olviden usar sus lenguas ancestrales para evangelizar, que no renieguen de sus raíces lingüísticas, de sus formas naturales de comunicarse históricamente, y este hecho también arrancó los aplausos del auditorio.

Pero fue en su alocución en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), ante cientos de estudiantes y profesores, donde hizo por fin alusión a la encíclica Laudatum sí, la primera dedicada íntegramente al cuidado del medio ambiente y a la recuperación de la relación entre el ser humano y la naturaleza.

El tema de la preservación del medio ambiente es uno de los más esperados en América Latina, pues desde que la encíclica fue publicada generó reacciones en grupos conservacionistas, así como en altos líderes políticos, y el tema de la minería y la explotación de recursos naturales adquirió nuevos matices.

“En el relato del Génesis, junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a partir de la otra. Una va de mano de la otra. No cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva”, sentenció Francisco.

Su discurso demandó un cambio de esquema en la educación, pidió salir de las aulas para ver el mundo real, convivir con la gente para aprender y cambiar nuestros hábitos de consumo: “No nos es lícito más aún, no es humano entrar en el juego de la cultura del descarte”, advirtió antes de enfatizar con un ejemplo: “un pobre que muere de frío y de hambre hoy no es noticia. Pero si las bolsas de las principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos, ¡se arma el gran escándalo mundial!”.

Ningún sermón del Papa careció de un sentido de practicidad, todos fueron un llamado a actuar. Finalmente, dejó servidas estas preguntas: “Qué bien nos hará preguntarnos: ¿Cómo queremos dejar esta tierra? ¿Qué orientación queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué luchamos y trabajamos? ¿Para qué estudiamos?”. (I)

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