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Ecuador implementa herramientas para mejorar el sistema educativo

La innovación centra el debate sobre la calidad de la educación

En Ecuador existen diversas visiones, disciplinas y herramientas educativas que se practican en los planteles. FOTO: CORTESÍA DEL MINISTERIO DE EDUCACIÓN
En Ecuador existen diversas visiones, disciplinas y herramientas educativas que se practican en los planteles. FOTO: CORTESÍA DEL MINISTERIO DE EDUCACIÓN
20 de septiembre de 2015 - 00:00

Por Nicolás Carvallo, Secretaría del Buen Vivir

Generalmente se entiende a la educación formal como la instrucción que se da por medio de la actividad docente, como el acto de transmisión de un conocimiento concreto que se entrega de educador a pupilo por medio de una metodología determinada.  Sin embargo, más allá del traspaso de un conocimiento específico, la educación esencialmente es un proceso mediante el cual se facilita el desarrollo de las potencialidades humanas; potencialidades físicas, afectivas, sociales, intelectuales y espirituales, en el marco de un proceso encaminado a alcanzar el bienestar individual y colectivo.

En un sentido amplio, la educación ha existido desde que existe el ser humano, dado que, como ser social, tanto las habilidades necesarias para la sobrevivencia como la cultura y cosmovisión se han inculcado desde siempre a niños y jóvenes por las personas mayores.  

Partiendo de las primeras formas de educación organizada de las que se tiene registro, la transmisión de la cultura se establece como hilo conductor que vincula a todos los sistemas educativos a lo largo de la historia, ya que la cultura misma es la expresión de la construcción grupal del conocimiento.  

La tradición occidental de la educación se remonta a la antigua Grecia, en la que eran los filósofos quienes se dedicaban a la construcción y transmisión del conocimiento. Entre los más influyentes filósofos de la Grecia clásica se encuentran Sócrates, Platón y Aristóteles, quienes  establecieron las bases del pensamiento occidental y su modelo de construcción del conocimiento. Ahora bien, a pesar de que Sócrates  le confiere al conocimiento de uno mismo la máxima importancia, con el tiempo la influencia aristotélica -con una mirada más enfocada en la observación de los fenómenos naturales, es decir, en el mundo exterior más que en el interior- cobró mayor relevancia. A partir de la Edad Moderna, de la mano de las corrientes racionalistas, se va estableciendo en el mundo occidental una preponderancia de la lógica, la memoria y el racionamiento lineal como las principales capacidades académicas. Este paradigma cultural tuvo, por supuesto, sus consecuencias en la educación; la Iglesia católica, la principal institución dedicada a la enseñanza desde la Edad Media, fue abriéndose al pensamiento científico, al entenderlo como algo útil tanto para la predicción de fenómenos como para el desarrollo de técnicas y tecnologías.

No es sino hasta mediados del siglo XIX cuando se concibe y diseña el sistema de educación formal que predomina hasta la actualidad, el cual se establece en el contexto económico de la Revolución Industrial y bajo el prisma cultural de la ilustración. Así, dentro de los currículums de la educación moderna se establecen ciertas jerarquías entre las distintas disciplinas del conocimiento, dando mayor relevancia a aquellas que eran funcionales a los propósitos iluministas de conocer la realidad por medio de la razón y el afán positivista de dominio de la naturaleza y manejo del medio externo. Las matemáticas y en general las llamadas ciencias exactas, sumadas al lenguaje como base de la comunicación y el traspaso de información, cobran relevancia en desmedro de otras materias, como el arte o la educación física, lo que se ve reflejado hasta la actualidad en las cantidades de tiempo empleadas en la enseñanza de una disciplina u otra.

Sir Ken Robinson, experto en educación, señala que el modelo educativo actual se establece en función de los intereses económicos de la industrialización y se organiza de manera semejante a sus estructuras de producción. De forma análoga a la configuración de las fábricas con sus líneas de ensamblaje, dentro de los sistemas educativos se establece la departamentalización y la estandarización del conocimiento, transformando al alumno en una especie de materia prima lista para ser moldeada y ensamblada dentro de un proceso pedagógico mecánico, y bajo una dinámica de dominio-sumisión establecida por medio de la jerarquía del educador por sobre sus pupilos.

Desde esa época y avanzando hasta del siglo XX, se termina de instalar en el ámbito educativo la predominancia del desarrollo de lo que el médico psiquiatra Claudio Naranjo denomina como “cerebro patriarcal-racional”; es decir, se terminan de establecer como prioritarias las capacidades cognitivas vinculadas al desarrollo del neocórtex cerebral, dejando casi totalmente de lado las capacidades afectivas y las necesidades de satisfacción personal ligadas a la actividad y competencia de otras zonas del cerebro, produciéndose por este motivo un profundo desequilibrio al interior del ser humano.

En el documento titulado ‘La educación encierra un tesoro’ (1996), denominado comúnmente como Informe Delors -investigación encargada por la Unesco a una comisión interdisciplinaria de expertos internacionales sobre la educación para el siglo XXI-, el equipo liderado por Jacques Delors establece que la educación para el siglo XXI ha de configurarse sobre las bases de cuatro pilares fundamentales del conocimiento: aprender a conocer, es decir, adquirir los instrumentos de la comprensión; aprender a hacer, para poder influir sobre el entorno; aprender a vivir juntos, para participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas; y aprender a ser, como proceso fundamental que recoge elementos de los tres anteriores.

La Comisión considera que en cualquier sistema de enseñanza estructurada cada uno de estos cuatro pilares del conocimiento debe tener una importancia equivalente, de forma que se pueda establecer una educación integral, abocada a la formación de personas en su calidad de seres humanos y miembros de una comunidad. El texto, que mantiene su vigencia casi dos décadas después de ser publicado, nos instala en un escenario desafiante que interpela no solo a los educadores de todo el mundo, sino especialmente a la institucionalidad educativa.

Habiendo señalado que tradicionalmente la educación formal se ha enfocado, casi exclusivamente, en el aprender a conocer y, en menor grado, en el aprender a hacer; cabe preguntarse: ¿de qué manera puede devolverse un cierto equilibrio al interior de la institucionalidad educativa?, ¿qué contenidos, metodologías y prácticas debiesen incorporarse a los currículums para alcanzar este objetivo?

Existen actualmente diversas visiones, disciplinas y herramientas educativas (varias ya se están impulsando dentro de la educación pública del Ecuador), que se constituyen en propuestas concretas y factibles para responder a estas interrogantes. La educación emocional, abocada al desarrollo de habilidades emocionales -capacidad de gestionar de forma positiva pensamientos y emociones- es un claro ejemplo de esto; también dentro de la línea de la innovación formativa se puede señalar la educación ecológica, la educación en valores, la incorporación de la práctica del silencio como método de autoobservación y autoconocimiento. Estas tendencias relativamente nuevas en el ámbito educativo formal podrían convertirse en las disciplinas que, una vez integradas a los currículums de la educación reglada, den respuesta a las necesidades formativas de la sociedad actual, conformando una nueva educación, más holística e integral, y de esta manera avanzar en la construcción de una nueva sociedad, la sociedad del Buen Vivir. (I)

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