José ‘Pepe’ Mujica, expresidente de Uruguay, es en los últimos años una celebridad. Su popularidad, su presencia magnética, la atención que le presta la prensa y las fuertes reacciones que suscita en la gente -que se abalanza sobre él pidiéndole tomarse una selfie, para tener un registro de su encuentro con este verdadero ídolo de masas- son comparables a las que reciben las estrellas de cine o los músicos más populares del rock y el pop. Esto no se ha debido a su quehacer político como mandatario de Uruguay, pues pocos conocen realmente fuera de ese país sus logros como presidente, sino que se debe principalmente a sus discursos rupturistas, a sus cautivantes palabras que remecen el orden establecido y amenazan al establishment político y económico mundial y que resuenan en lo más profundo del espíritu del hombre contemporáneo, de este ser consumidor y consumista que aún anhela la verdadera libertad. El ‘Pepe’ se ha transformado en un ídolo debido a la profundidad de su pensamiento y a causa del sencillo estilo de vida que lleva, consecuente con la filosofía que pregona.

En septiembre, Mujica visitó Ecuador. Asistió a la inauguración de un monumento a Eloy Alfaro en Portoviejo. Ahí dio un discurso magistral. A continuación les presentamos algunos fragmentos de dicha alocución, en los que se logra distinguir su visión sobre el sentido de la vida y sobre los desafíos que nos presenta el mundo contemporáneo: “Yo sé que soy una especie de Sancho Panza viejo, sembrando quijotadas, en un mundo lleno de mercaderías. Y que tengo un arma, la palabra, peligrosa, porque va codificando sensaciones, emociones y razonamientos y tiende a ayudar a vertebrar la personalidad de cada ser humano. Nos toca vivir en un mundo ‘tapado de pavadas’, y cuando se topan con un viejo que dice algunas cosas fuera de lo común, parece un fenómeno. No es (él) el fenómeno, es la desgracia de nuestro tiempo donde parece que un celular es más importante que el corazón de una persona.

Siempre en nosotros va a flotar el viejo dilema que en el fondo no sabemos de dónde venimos, ni menos a dónde vamos. Pero amamos la vida que sentimos. ¡Nos muerde la vida, nos desafía la vida! Quisiéramos vivir eternamente, pero la vida se nos va, se nos escapa y se nos está yendo minuto a minuto. Entonces la pelea es: ¿Cuál es el contenido que le da felicidad a este momento milagroso de estar vivo? Por eso, no te dejes robar la vida ni la prostituyas, porque es la aventura más grande que existe arriba del planeta para tu ser, pero no la busques en una vidriera, búscala en tu cabeza y en tu corazón.

A nuestra vida le podemos dar un sentido, una orientación. En parte, cada uno de nosotros puede ser constructor del destino y del camino de su propia vida, sobre todo si tiene el coraje, cuando está saliendo del cascarón de la juventud, de asumir las responsabilidades de decidir el rumbo de su vida.

Hay que luchar por la felicidad. Por una vida con contenido, con causa. Vivir con causa tras el sueño de construir, procrear y desarrollar lo mejor de la condición humana y ayudar para que las generaciones que nos sucedan vivan mejor, es una hermosa manera de darle contenido a la vida. No se dejen entrampar, no se dejen robar todo el tiempo de su existencia. Dejen una parte de su tiempo para los sueños, para la esperanza… pero para los sueños que hacen que se comprometan, no para ser charlatanes de café, sino luchadores en el marco de nuestra sociedad que necesita gente que ayude a organizarla, a luchar, a mejorar; por los derechos y también por los deberes que tenemos que asumir para que nuestros descendientes tengan un mundo mejor. Es la única forma de sobrevivir a la muerte, contribuir con dejar un mundo un poquito mejor que aquel en el que nacimos.

En nuestras sociedades modernas, el inconformismo nos atenaza por todas partes. La cultura de nuestro tiempo es funcional a las necesidades de acumulación. El mercado es el nuevo dios, la nueva religión que ha sustituido todas las religiones o pretende sustituirlas. Es el dios mercado, anónimo, está ahí, a él tenemos que tributar nuestro esfuerzo, dejar ganancia, vender el tiempo de nuestra vida útil para comprar cosas -muchas cosas de las que compramos y que no son tan útiles, francamente, montón de cacharros al poco tiempo-. Pero se nos va la vida en ese esfuerzo y al final tendrás que hacer un balance: si tu vida fue para pagar cómodas cuotas -o no tan cómodas-, o si tu vida fue una causa para enamorarte, una causa para darle cariño a tus hijos, a tus amigos, a una causa, a algún juego de esos que te hacen feliz. Si tu vida fue algo o tu vida fue simplemente obligación y obligación. Hasta que un día se paró la máquina. Y adiós.

Podemos comprar cualquier cosa, pero compramos con el tiempo de nuestra vida que gastamos para comprar aquello. No es con plata que compramos, compramos con el tiempo de tu vida que se va, y que no puedes reponer.

El sistema de propaganda de mercado nos quiere llevar a que vivamos enajenados, permanentemente debiendo, hipotecados, trabajando 8 horas y, si conseguimos otras 8 horas, otro trabajo. Porque nada alcanza y al final lo que no alcanza es nuestra vida, que se va. Todos tenemos que trabajar; el que no trabaja está viviendo de garrón y viaja gratis en el carro de la vida. Pero la vida no se hizo solo para trabajar, hay que trabajar para vivir, pero lo esencial es vivir, y eso significa que hay que tener tiempo para las cosas más sagradas de la existencia y no dejarse robar el tiempo por el mercado”. (I)