Este es el tiempo de Francisco, y de eso no cabe duda. Es el tiempo del amor incondicional, es el tiempo de la gratuidad, el tiempo del dar más que del recibir.

Es el tiempo dedicado al silencio y a aprender a escuchar a todas las mujeres y a todos los hombres, pero, fundamentalmente, este es el tiempo que debemos dedicar a escuchar a nuestro corazón.

Las últimas alocuciones de Francisco I, el primer papa latinoamericano, nos dicen que este es el tiempo de la madre naturaleza, de la Pachamama a la que los pueblos indígenas del mundo andino respetan y protegen. Este es el tiempo del hermano Sol y el de la hermana Luna, el tiempo del cóndor y del colibrí.

En honor a las criaturas de San Francisco de Asís, también este es el tiempo de limpiar los ríos para volverlos nuevamente transparentes, de proteger los océanos con su multitud de especies, miles de ellas aún desconocidas por el hombre. Este es el tiempo de la diminuta semilla que germinará el árbol para formar los nuevos bosques.

Es el tiempo del despertar, para construir mucho sin dañar nada, para aprender a vivir una nueva vida, pero de una manera más simple y, sobre todo, más alegre.

Francisco nos dice que este es el tiempo de reconocernos en todos los otros seres que habitan el mismo planeta que nosotros hemos poblado y maltratado.

Porque de la tierra venimos, y tenemos que cuidarla abonándola con dulzura sin hacerle daño. La tierra es nuestra gran casa y el papa Francisco I lo ha dicho en su encíclica Laudatum sí.

Este es el tiempo de la paz, de caminar juntos como hermanos, porque todos somos familia; es el tiempo de todos los niños de todas las edades en esta nuestra única casa común.

No hay tiempo que perder, es el tiempo del abrazo, de la sonrisa, de la amistad fraterna, de la compasión, de la entrega en cada acto. El tiempo de la humildad y del perdón. Es el tiempo de Francisco. (O)