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El terremoto dejó otro daño; la tragedia se llevó la normalidad de lo cotidiano

El apoyo psicosocial para las personas afectadas tras el sismo hará de la reconstrucción un proceso de recuperación integral.
El apoyo psicosocial para las personas afectadas tras el sismo hará de la reconstrucción un proceso de recuperación integral.
Foto: Buen Vivir
09 de mayo de 2016 - 00:00 - Redacción Actualidad

Después de haber sido sacudidos por el terremoto durante la noche del 16 de abril, los ecuatorianos despertaron en medio del caos de lo irreconocible. “Mi barrio quedó hecho escombros”, contó una de las víctimas en Pedernales. El sismo se llevó consigo numerosas infraestructuras, suministros básicos, valiosas vidas y también la normalidad de lo cotidiano.  

Lo visible es indiscutible. Las comunidades a las que las víctimas pertenecen hoy se encuentran en ruinas. Pero también existe un daño emocional, de lo invisible, de la salud mental, de las consecuencias sociales de esta tragedia, para poder evitar posibles secuelas psicológicas negativas al largo plazo.

Las autoridades se han preocupado por garantizar la salud de los afectados, quienes hoy viven bajo condiciones de emergencia.

La Asociación Norteamericana de Psicología (APA por sus siglas en inglés) indica que las reacciones iniciales más frecuentes después de vivir un desastre son: el sentirse aturdido, desorientado y el no poder procesar la información. Luego viene un período en el que las víctimas pueden sentirse ansiosas, tristes, nerviosas, afligidas o más irritables de lo acostumbrado. Los recuerdos de la tragedia pueden surgir sin ninguna razón aparente, provocando reacciones físicas como sudoración o rápidas palpitaciones cardíacas. Algunas personas, tras vivir un evento de esta índole, tienen dificultades para conciliar el sueño y experimentan falta de apetito o, en otros casos, comen en exceso y duermen demasiado. Por ejemplo, se reportó que entre los niños afectados por los terremotos ocurridos en Nepal en 2015, muchos tenían pesadillas, algunos estaban muy nerviosos y no podían dormir, y otros no se separaban de sus padres.

Es importante recordar que el dolor, la tristeza y la angustia son respuestas psicológicas normales y temporales que vivimos después de enfrentar experiencias difíciles.  

Es indispensable considerar que, aunque estas reacciones son indicadores del sufrimiento y en algunos casos pueden convertirse en condiciones patológicas, se ha demostrado que, en la mayoría de los casos, después de unos meses de lo vivido, las personas son capaces de retornar a la normalidad por sí solas, es decir, sin necesidad de ayuda psicológica.

Un claro ejemplo de esta capacidad de superación se demostró por medio de una encuesta realizada a residentes de Manhattan, Nueva York, en el período entre cinco a ocho semanas después de los ataques terroristas del 9/11 de 2001. Tras la encuesta se concluyó que solo el 7,5 por ciento de los adultos encuestados había desarrollado trastorno de estrés postraumático. Un estudio de seguimiento en la misma área, en febrero de 2002, encontró que la cifra había disminuido a 1,7 por ciento.

El estrés postraumático es un trastorno mental que se produce por efecto de haber estado expuesto a un evento que amenaza la vida. Sus síntomas incluyen: comportamiento agresivo, falta de concentración, pérdida del interés en determinadas actividades, estar alerta a signos de peligro y tener pesadillas recurrentes sobre lo sucedido. Esto puede causar un serio impedimento en el funcionamiento diario de la persona; de ser así, es necesario buscar ayuda de un profesional de la salud mental. Cuanto más pronto se identifique y se realice una intervención oportuna, se facilitará una recuperación temprana.

Debido a que el desastre afecta los mecanismos de protección de un individuo, también pueden surgir problemas a nivel social, tales como: separación de la familia, destrucción de estructuras comunitarias y mayor violencia de género, como se menciona en la Guía de apoyo social en emergencias y desastres, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

Las historias que cuentan los sobrevivientes están llenas de emociones asociadas a la  pérdida. Qué sucedió durante las horas en que esperaron para ser rescatados, al ver y escuchar a gente morir, y al enfrentarse a la realidad de no contar con sus casas. En estas circunstancias el apoyo psicosocial tiene un papel fundamental en la recuperación de las familias, ya que su objetivo es velar por el bienestar de los afectados y ofrecer tratamiento cuando se dan casos de trastornos mentales.  

La Organización Panamericana de la Salud da algunos ejemplos de casos que requieren de apoyo psicosocial. Es importante identificar a las personas que ya presentan signos de trastorno con síntomas tales como: la tristeza, el miedo, la preocupación exagerada, la irritabilidad, la pérdida del sueño y los problemas en el ámbito laboral. Durante el transcurso del segundo y tercer mes después del desastre las respuestas psicológicas pueden incluir: desánimo o dificultad de adaptación a la nueva realidad, agresividad intrafamiliar y consumo de alcohol. Ante esto, la intervención psicosocial debe incluir el acompañamiento y apoyo emocional a los más vulnerables y maltratados, así como la intervención psicológica individual.  

El Comité Permanente entre Organismos (IASC por sus siglas en Inglés) realiza otras recomendaciones en el aspecto psicosocial, que incluyen: asistencia en los duelos y ceremonias comunitarias de reparación, difusión masiva a través de medios de comunicación sobre posibles métodos de hacer frente a la situación, programas de apoyo a padres y madres de familia para resolver problemas con los hijos, actividades de educación escolar y extraescolar.

Lo psicosocial involucra brindar ayuda en el aspecto emocional, que si bien no es observable -como en el caso de las paredes cuarteadas de las casas - tiene el potencial de destruir los tejidos sociales.

El incluir el apoyo psicosocial para las personas afectadas durante el pasado sismo hará de la reconstrucción un proceso de recuperación integral, evitando dejar a las víctimas desamparadas en el ámbito de la salud mental y emocional. (I)

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