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El Telégrafo
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Desde una casa de campo se vigila al volcán (Galería)

En 1999, el volcán se reactivó tras casi un siglo de permanecer en calma. Tungurahua en kichwa significa “garganta de fuego”.
En 1999, el volcán se reactivó tras casi un siglo de permanecer en calma. Tungurahua en kichwa significa “garganta de fuego”.
21 de septiembre de 2014 - 00:00

Saben que su profesión es arriesgada, pero los vulcanólogos tienen una serenidad pasmosa. Ante la adversidad, son montañistas, fotógrafos, informáticos e incluso cocineros. De hecho, la última vez que algunos de ellos realizaron su turno en el Observatorio de Guadalupe, a 13 kilómetros del volcán Tungurahua, se prepararon su propio almuerzo. “La señora que siempre cocina no pudo ir; así que tuvimos que improvisar algo”, comenta María Fernanda Naranjo, vulcanóloga. Cada vez que el Tungurahua se reactiva, están listos para viajar a Guadalupe, cerca de Baños, donde está ubicado el centro de monitoreo del volcán. Los científicos lo conocen con el nombre de OVT (Observatorio del Volcán Tungurahua). Este lugar, ubicado a 14 kilómetros del Tungurahua, se ha convertido en el segundo hogar de sismólogos, geólogos y vulcanólogos.

Hace más de 10 años, este observatorio funciona en una propiedad que la familia Chávez, oriunda de Ambato, decidió prestar al Instituto Geofísico para que pueda vigilar a la ‘Mama Tungurahua’ desde un lugar privilegiado. El Observatorio, de hecho, funciona en una casa de campo, dentro de una hacienda, desde donde se divisa al imponente volcán. Tiene un amplio zaguán y 5 habitaciones que resultan insuficientes cuando hay una crisis volcánica y aumenta el número de especialistas en el observatorio. Todos cumplen religiosamente sus turnos en este lugar: de martes a martes. Los nombres de cada uno aparecen en una lista colocada en una de las paredes de la habitación.

Hace 2 semanas, el vulcanólogo Pedro Espín finalizó su turno de 8 días. Comenta que cada vez que le toca viajar a Guadalupe, lleva lo mismo: botas de caucho, impermeables, palas y machetes; estos últimos le sirven para realizar trabajos de campo, una de las tareas más arriesgadas cuando el volcán está en plena actividad. Si no están en el observatorio, están en las proximidades del macizo.

Las tareas son diversas: recogen muestras y limpian las estaciones. Cuando el coloso está más tranquilo, los técnicos pueden dormir más temprano, cerca de las 23:00. Si el escenario es diferente y el volcán muestra mayor actividad, entonces el trabajo se puede prolongar hasta las 2:00 o 3:00 de la madrugada. En esos casos, solo duermen 2 o 3 horas, porque a las 06:00 deben estar listos para iniciar una nueva jornada. Todos trabajan en equipo. Mientras algunos contestan las llamadas telefónicas de los medios de comunicación, otros envían los informes por radio a los técnicos del instituto, en Quito, para que ellos, a su vez, hagan los boletines y remitan las alertas necesarias.

Además, hay muchos voluntarios que integran una red de vigilancia en diferentes comunidades. No son vulcanólogos, pero recibieron el entrenamiento necesario para poder alertar a los especialistas cuando observan alguna anomalía. “Algunos conocen a la ‘Mama Tungurahua’ mejor que a sus esposas”, bromea uno de los geólogos. Al momento, tienen colaboradores en las comunidades de Bilbao, Manzano, Puela, Runtún, Cuzúa y Juive. Son alrededor de 50 vigías que se comunican con el instituto cuando la situación lo amerita.

Benigno Meneses, de 54 años, forma parte de esta red de vigías desde 1999, año en que el volcán se reactivó. Su trabajo consiste en enviar reportes constantes sobre sus observaciones. “Tengo una radio Motorola para indicarles todo lo que estoy viendo, como las columnas de ceniza”. Benigno es agricultor y habita en una de las parroquias más afectadas por la actividad del coloso: Bilbao. Cuando los vulcanólogos lo determinan, es el encargado de informar a su comunidad sobre el estado del volcán.

Desde que se inició el período eruptivo del Tungurahua en 1999, la presencia de los científicos en las proximidades del coloso ha sido permanente. Siempre hay un equipo de turno para realizar el monitoreo. Para cumplir con su tarea, los técnicos han tenido que ausentarse a muchas reuniones familiares; han decidido dedicarle sus mejores años a los volcanes.

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