Ecuador / Sábado, 13 Diciembre 2025

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“Vampira humanista busca suicida”: reescritura del destino en versión gótica

Una película canadiense, dirigida además por una mujer, nos pone a pensar sobre la responsabilidad radical entre individuos. Se trata de “Vampira humanista busca suicida” (2023), ópera prima de Ariane Louis-Seize. El título es, desde ya, curioso porque (valga la redundancia) nos lleva a pensar en una vampira que además es humanista; por otro lado, se señala que ella busca un suicida, hecho que suscita la inquietud de para qué.

“Vampira humanista busca suicida” desde ya es una comedia gótica cuya trama, aparentemente sencilla, presenta, con una lógica paradójica y una progresión emocional, la existencia de Sasha, una vampira adolescente cuyo dilema no es la sed de sangre, sino el deseo de escindirse de su destino. En otras palabras, es una muchacha que en principio se muestra incapaz de matar a un ser humano, aun a costa de su propia supervivencia. Aunque esto nace de un posible trauma desde niña, al darse cuenta de que sus padres incluso disfrazan las fiestas para matar personas y sorber su sangre, al mismo tiempo se refuerza con el hecho de que por años no le crecen los colmillos. En todo caso, cuando va tomando conciencia de su situación y desarrollo, su conducta y su rechazo moral la convierten en una disidente dentro de su comunidad vampírica, al punto de que sus padres, figuras pragmáticas que administran su dieta con sobres de sangre, la castigan privándola de su ración y deciden enviarla a vivir con su prima, una vampira más “tradicional” y violenta, que encarna la ortodoxia predatoria.

La película, de este modo, toma un curso distinto a las tramas de vampiros. La vampira adolescente, al borde de la desnutrición (porque sí, los vampiros también pueden debilitarse si no beben sangre), conoce a Paul, un joven que busca la muerte tratando de suicidarse. Cuando conoce a Shasha, él, desde ya, no busca consuelo ni redención, sino que cree encontrar en ella la vía para su objetivo, por lo que pronto ofrece voluntariamente su vida y su sangre a cambio también de un último acto: vengarse de quienes lo acosan. Lo que podría haber sido una transacción macabra se transforma pronto en una alianza improbable: Sasha acepta ayudarlo, no para consumirlo, sino para retrasar su muerte, para redirigir su deseo de desaparecer hacia un proyecto compartido. ¿Es la formación de una pareja que, para los ojos convencionales, podría ser disfuncional? Entre los planes de venganza fallidos, errores de juicio y momentos de torpeza íntima, ambos personajes descubren, no tanto cómo vivir o morir, sino, en realidad, por qué valdría la pena reconsiderar sus decisiones. Sus historias, entonces, no van por un camino convencional, más bien por senderos que cada vez cuestionan al espectador.

Se podría decir, en este contexto, que “Vampira humanista busca suicida” es una rareza de filme conceptual y estilística: una comedia de vampiros que evita los clichés narrativos y los efectos especiales; en su planteamiento habría una tensión que aborda la sensibilidad existencial con dosis de humor negro. Con su filme, Louis-Seize trata de hacer una reconfiguración ética del mito del vampiro con una propuesta que desplaza al monstruo del lugar de amenaza para situarlo en el de testigo, acompañante y, paradójicamente, en alguien que se presenta como salvaguarda de la vida.

De ahí que digamos que la película no esconde una cierta perspectiva filosófica. La comedia, desde lo narrativo, vendría a ser el vehículo para explorar temas sobre la realidad de los adolescentes o los jóvenes y, por qué no decirlo, de todos nosotros en un mundo cada vez más materialista, donde la exitología ha llevado a que incluso las familias vivan exhibiéndose “felices” a costa de sacrificar a quienes no estarían dentro de sus niveles de existencia. El mismo título, deliberadamente paradójico, permite ya inferir una pregunta incómoda: ¿Puede un acto de destrucción del otro ser ético si es además deseado por la víctima? Habría una respuesta dialéctica, la cual está casi en el horizonte que alguna vez G.W.F. Hegel planteara respecto al amo y el esclavo en “La fenomenología del espíritu”: el reconocimiento mutuo pese a la polaridad y, a partir de ello, el consentimiento para hacer algo, aunque luego esto no baste para el objetivo deseado. En este sentido, Sasha reconoce la validez del deseo de Paul de morir, pero no lo acata. En lugar de asesinarlo o de “salvarlo” mediante su intervención, opta por negociar con él. Ese gesto, pequeño y tal vez revolucionario, convierte la película en una fábula sobre la responsabilidad radical. Pero no es la responsabilidad por el otro (como carga), sino hacia el otro (como compromiso con su potencial en ciernes).

La mirada de una mujer, la de la directora, en este contexto, es quizá determinante. Pues, con ella constatamos que la adolescencia es una zona de indeterminación ontológica. Sabemos que tanto Sasha como Paul están en un umbral. Ella está entre la naturaleza vampírica y una moral humana emergente, factor que le diferencia y le dota de una singularidad especial. Él, a su vez, está entre la vida y la muerte, sin creer necesariamente en ninguna de las dos. Es así como su alianza no es redentora en el sentido clásico (pues nadie “se cura”), sino transformadora: ambos empiezan a conocerse realmente a través de un encuentro y necesidades propias vistas como extrañas. Este hecho nos permite indicar que la película evita las soluciones fáciles, las estereotipaciones sobre el adolescente, el carente aún de algo. Los traumas tampoco son resueltos con salidas psicologistas que podrían estar en filmes de vampiros de moda (pienso, por ejemplo, en “Crepúsculo” de Catherine Hardwicke). Lo que vemos es más bien una reconfiguración de los deseos, un desplazamiento del eje de la acción desde la autodestrucción hacia la cocreación.

Por otro lado, respecto a la familia de Sasha y al entorno de Paul, habría en esta línea narrativa una crítica sutil de la medicalización de la diferencia. Es decir, los padres de la vampira tratan su “humanismo” como una patología por corregir mediante dietas y terapias de refuerzo positivo. A su vez, quienes rodean a Paul, en particular su madre, parecen haberlo archivado como un caso perdido y al que solo siguen la corriente. La película sugiere que la verdadera patología no reside en los adolescentes o los jóvenes, sino en un sistema social que solo sabe clasificar, controlar o descartar. O, mejor dicho, en un sistema incapaz de oír sus voces distintas: en realidad, nos hemos acostumbrado a no escuchar, peor a comprenderlos por efecto de estar envueltos en lo rutinario, mientras ellos lo aborrecen.

Solo evidenciando los temas señalados, “Vampira humanista busca suicida” constatamos es que es un filme disruptivo que recoloca al género del terror y la modalidad del gótico en otro registro. Tiene un ritmo narrativo que entremezcla los silencios con la violencia. Fiel al cine de terror, cuando la violencia irrumpe, tiene una crudeza inesperada: la idea es poner de manifiesto que la vida y la muerte están siempre en juego. La forma de narrar de Louis-Seize entonces es sugerente: el tono gótico supone colores más bien suaves, pese a que estén en el registro de los claroscuros. Se podría decir que es un gótico también transcultural, en el sentido que, tomando como base las problemáticas de identidad y de exclusión juvenil contemporáneas, hace que nos demos cuenta de la naturaleza de un mundo donde la diferencia tiene una lógica radical que aún falta comprender. Paul no es un muerto en vida, sino alguien que ha dejado de creer en la gramática emocional convencional y, como contrapunto, Shasha, aunque lleva en su seno la pulsión de llevar a la muerte de quienes violentan su ser, cree que es posible otra vida. Sus escenas, juntos, como cuando bailan torpemente en una habitación con unos acetatos en primer plano (¿un homenaje a una secuencia de “La naranja mecánica” de Stanley Kubrick?), suponen una química genuina que no es ni romántica ni fraternal, más bien experimental: están probando formas de estar juntos pese a sus polarizaciones en el mismo terreno de muerte.

Pero más allá de sus aspectos estéticos y narrativos, la película de Louis-Seize es una relectura radical del mito vampírico. Si nos acostumbramos a la idea del vampiro como alguien que encarna la explotación, es decir, nos conformamos con la imagen de ese ente que se nutre del otro sin reciprocidad, convirtiendo la vida ajena en combustible propio, “Vampira humanista busca suicida” lo rebate. Para Slavoj Žižek, en “Problemas en el paraíso: Del fin de la historia al fin del capitalismo”, el vampiro simbolizaba el capitalismo depredador, porque era el sujeto que emergía desde lo Real para radicalizar tal explotación. En la película que comentamos se invierte esa lógica: el vampirismo no es un deseo de posesión, sino representa el fracaso de consumir a la vieja usanza: se debe pedir permiso, el consumo debe ritualizarse (hecho que se ve en el final en el hospital). En todo caso, el hambre de Sasha, de esa distinta adolescente contemporánea, no es de sangre, sino de sentido, hecho que lo encuentra no en la ingesta obligatoria, sino en una que es ritual. ¿Esto tiene que ver con una dimensión ascética, de asunción de un dogma de fe?

Es por ello por lo que vemos que la película va por una dimensión ética muy singular. Sugiere que la verdadera humanidad no reside en ser humano, sino en actuar con humanidad. Constatamos que Sasha no se vuelve “humana” al rechazar la sangre; en su lugar, se vuelve ética al impugnar el automatismo moral impuesto por su familia, es decir, lo que manda un tipo de sociedad consumista. Y Paul no se “salva” al abandonar la idea del suicidio: por el contrario, más bien reorienta su ser al descubrir que su vida puede ser un espacio de acción compartida en lugar de sufrimiento solitario. La ética del reconocimiento implica no matar al otro y la ética del consentimiento tiene que ver con adoptar un destino en común pese a las carencias o los traumas. 

El vampirismo humanista, de este modo, no es una contradicción, sino una posibilidad de volver al cuidado o a la atención de los semejantes y de los diferentes. Es por ello el final abierto donde vemos a una pareja cuyo destino implica un proceso que se va “haciendo”: no hay una víctima, tampoco un depredador; en realidad habría una pareja ética que pretende enfrentar el cinismo de los tiempos modernos; ella daría, en algún momento, la cara a la polarización y a la desesperanza estructural (que ahora permea la vida de las nuevas generaciones). ¿Es una utopía en el contexto del gótico vampírico? Para la directora canadiense, los adolescentes o están en proceso de, o deben tener la capacidad de escuchar al otro sin apropiarse de su experiencia e incluso de su dolor. Y, con ello, deben o tendrían que acompañar al otro sin redimir, negándose a matarlo (literal o simbólicamente) por placer o por abusar de la autoridad que se apropian o ejercen en el sentido de Michel Foucault en “El orden del discurso”, incluso cuando aquello parece ser lo más racional. De ahí que, mi juicio, “Vampira humanista busca suicida” es un filme que reivindica la humanidad, aunque creamos que esta se ha perdido.