La administración pública y el miedo
El miedo se ha vuelto parte de nuestra vida cotidiana: miedo a perder el trabajo, a la violencia, a la corrupción o a la incertidumbre del mañana. Pero más allá de lo personal, el filósofo Patricio Rivas recuerda que el miedo también se ha convertido en una forma de gobernar. En su “geopolítica del miedo”, explica cómo los Estados y las instituciones administran la inseguridad y el riesgo como si fueran recursos políticos. Y en América Latina, esa idea se siente con especial fuerza.
En muchos países de la región, los gobiernos y las administraciones públicas parecen atrapados entre la promesa de proteger y la tentación de controlar. Como señala el investigador Pérez Baltodano, nuestras instituciones viven una “colonización interna”: en lugar de servir a la ciudadanía, terminan sirviendo a intereses económicos o partidistas de los que gobiernan. Lo mismo ocurre con el lawfare, el uso político de la justicia, o con la creciente militarización de la seguridad, que sustituyen la confianza por el miedo y la participación por la obediencia.
El problema es que este modo de gobernar termina erosionando la democracia desde adentro. Cuando el miedo se convierte en el eje de la política, se amplían las desigualdades y se apaga la esperanza colectiva. Como advierte Nancy Fraser, las personas suelen aceptar menos libertad a cambio de una aparente sensación de protección, mientras el modelo de desarrollo extractivista sigue sacrificando comunidades y territorios en nombre del “progreso”. A esto se suman los controles tecnocráticos y burocráticos que, en lugar de garantizar transparencia, terminan generando una cultura del temor dentro del propio Estado. Los órganos de control, concebidos para asegurar la probidad pública, se transforman así en productores de miedo, paralizando la iniciativa de los servidores públicos y fortaleciendo a las élites que monopolizan las decisiones. En consecuencia, muchas instituciones gestionan más para no ser sancionadas que para innovar o servir mejor, lo que reproduce una administración pública defensiva, inmóvil y desconectada de las necesidades ciudadanas.
No todo está perdido. Pensadores como Enrique Dussel y Aníbal Quijano invitan a imaginar una administración pública diferente: una que cuide la vida en lugar de controlarla, que construya confianza en lugar de vigilancia. Y Amartya Sen recuerda que el verdadero desarrollo no es solo económico, sino la expansión de nuestras libertades reales.
Gobernar sin miedo significa recuperar la política como espacio de esperanza. Significa que las instituciones públicas vuelvan a proteger, no a amenazar; que escuchen a las comunidades en lugar de vigilarlas. América Latina necesita administraciones que, en vez de gestionar el miedo, se atrevan a construir confianza y futuro