El Hombre del Norte
El director norteamericano, Robert Eggers, propone una versión distinta de Hamlet en “El hombre del norte” (“The Northman”, 1922), la misma que puede verse en plataformas. De Eggers recién hemos visto y comentado “Nosferatu” (1924), que se apegaba más al filme homónimo de Friedrich W. Murnau que a la novela de Bram Stoker, “Drácula”. Este dato podría ser insustancial en el caso de “El hombre del norte”, aunque pronto nos damos cuenta de que a este realizador le gusta, antes que acudir a los libros o a las películas, a los mitos que dan forma a estos productos de la sociedad del espectáculo.
“El hombre del norte”, en efecto, nos conecta con un personaje y un nombre mítico: Hamlet, del cual tenemos la versión de William Shakespeare. En el filme de Eggers, situado en el mundo de los vikingos premedievales, Hamlet es Amleth y es un príncipe desterrado por fuerza desde niño cuando su tío toma el poder de su reino en la isla de Hrafnsey. Aunque Amleth jura volver para vengar la muerte de su padre, con el paso de los años forma parte de los berserker, guerreros escandinavos dedicados a saquear y destruir poblaciones, obrando con una furia y una violencia indescriptibles; luego, con los sobrevivientes, una vez despojados de su condición humana, los venden como esclavos en los reinos vikingos. Es en una de las vueltas a la tierra de sus padres donde un espíritu le recuerda que debe tomar revancha y redimir a la corona.
Contado así parte del argumento del filme, la historia difiere de la de Shakespeare, donde notamos que su relato es más bien edulcorado, orientado a mostrar a un héroe determinado por el destino. La versión de Eggers nos devuelve al origen del mito de este personaje: retoma la original del danés Saxo Grammaticus, de la mano del guionista y escritor islandés, Sjón; es decir, acude al relato primitivo de Hamlet que se dice inspiró a Shakespeare para su obra de teatro. Por lo tanto, en la medida en que vemos la película, nos percatamos de un suceso que parece conocido, pero contado desde una perspectiva distinta: el de un héroe marcadamente trágico, el cual debe aprender de sí mismo, por el imperio de la violencia del entorno y de las situaciones y de las oscuridades que impone el poder. A ratos inclusive pareciera que viéramos un filme sobre dioses decadentes que usan a los seres humanos para sus fines siniestros. La conexión del “Hombre del norte” con la mitología nórdica es esencial porque, además, la película no solo representa un cosmos, sino que a través de él permite entrever, como una etnografía, unas sociedades organizadas bajo el imperio de la fuerza de ley y del despotismo.
Cabe analizar algunas líneas de tensión en este contexto. La primera tiene que ver con la idea de poder. Se trataría de mostrar el ejercicio del poder en términos de una soberanía indiscutible. Los clanes y la propia familia del rey imponen el poder por la vía de la acción sin contemplación. Puede ser la cuestión de la conquista de territorios o el saqueo de poblaciones para obtener esclavos o para tener mano de obra afín a determinados intereses, lo que lleva a que exista un estado de guerra permanente. El poder, entonces, vendría a ser el constituyente de un sistema orgánico en el que es mejor anticiparse a la muerte o a la destrucción, aun cuando estos no se den todavía. Así, lo que vemos en “El hombre del norte” es una forma de organización social definida por la radicalidad de los juicios, la voluntad soberana y personal de quien ejerce el gobierno y un estado en el que la vida está inminentemente conectada con la muerte. Incluso los juegos entre clanes, que podrían replicar a la guerra, en el fondo no son más que espectáculos donde se conjura a la parca y a los espíritus que la conforman.
De este modo, la segunda línea de tensión es la eliminación de lo que es inherente a la vida humana: los sentimientos y los afectos. Desde ya, el camino por el que desanda Amleth es uno que tiene que ver con su desafección, en el mismo sentido de lo que define el ser de los berserker, especie de sicarios organizados en ejércitos donde la prueba es la crueldad. Es por ello por lo que la película supone altas dosis de violencia, llegando a la brutalidad. Alguien podría indicar que en la guerra o en la vida violenta un estado de animalidad estaría denotado. Amleth se despoja, en la medida en que crece, de la idea de familia, de amor, de humanidad. Eggers nos representa un ser, que, en la práctica, ha abandonado su humanidad y, al mismo tiempo, aborrece lo humano hasta que se ve confrontado con su destino. En tal entorno, una vez que halla a su madre, creyendo que habría sido poseída por el tío tras matar al padre, se da cuenta de que el juego de desafección y de engaño es lo que está presente en la conducta de aquella. A la final, los crímenes no son lo mismo cuando se trata de observar el comportamiento de quienes se cree que tienen, por lo menos, algo de emociones.
Una tercera línea de tensión, de acuerdo con ello, es la relativa a la idea de familia. Amleth debe concienciar de que la familia, por lo menos en un contexto de violencia permanente, es apenas el medio para perpetrar las más oscuras pasiones en beneficio del poder. Shakespeare, con su versión de Hamlet, ya lo expuso, tratando de hacer ver que existe una red invisible de personajes, situaciones e intenciones donde nadie sale incólume, más aún cuando una monarquía intenta mantenerse. En la versión de Eggers, tal red no aparece consecutivamente; está allí desde el principio, a la vista nuestra, expuesta en su tenebrosa e increíble dinámica. Así, el rey llega luego de un periodo; ofrece una cena en la que el bufón hace gala del comportamiento malicioso de la reina; todo pasa como si no hubiera sucedido nada; al día siguiente, el rey es muerto y Amleth debe abandonar sus tierras ocultamente. Desde ya, su familia, si es que hay una, es el escenario de transacciones, de odios y de competencias. A su retorno, haciéndose pasar por un esclavo, se da cuenta de que son el miedo y la misma violencia los constituyentes de la red sociopolítica, donde lo que importa es preservar una familia enteramente corrompida en su seno. Contra la imagen de que se puede tener de las relaciones humanas, Eggers hace surgir en el héroe la pregunta por su propia condición y humanidad. Es ahí donde “El hombre del norte” adquiere su matiz trágico. Porque de lo que se trata es de que el héroe se diferencie de todos y haga la diferencia en el cumplimiento de su tarea. En otras palabras, en la observancia de su promesa, además señalada y repetida por los espíritus, quienes le otorgan la espada, debe unirse con otra mujer y con ella dejar una descendencia. Sin embargo, el precio será enfrentar la muerte y al mismo infierno que supone derramar sangre tal como su familia lo habría hecho.
En la historia de Amleth se ejemplifica naturalmente el camino del héroe, el monomito estudiado por el mitólogo norteamericano Joseph Campbell. Las historias de héroes, las épico-trágicas o las épico-exitosas, suponen una vía de autorreconocimiento y de conquista de sí: un hecho no previsto debe llevar a alguien a abandonar su círculo de comodidad; esto le lleva a enfrentar un mundo totalmente diferente en el que debe experimentar cosas indecibles y forjarse a sí mismo a condición de no dejarse vencer. Al cabo de una serie de peripecias, entre las más honrosas y las peligrosas que le conducen a afrontar la prueba final, el héroe vence. Claro está que en la épico-trágica el héroe, aunque cumple con su cometido y puede morir, su legado es más trascendental, cuestión que se fija en el filme de Eggers con una nueva familia y linaje en camino a otro porvenir.
El cine de Eggers es sugerente en cuanto al tratamiento de historias basadas en una estética de la violencia. Por lo menos en esta película como en otra, “La bruja” (2015), sin descontar “Nosferatu” (2024), su acercamiento a la mitología es notorio; no se trata solo de recoger el color de época o la memoria de los tiempos, sino sobre todo de cartografiar tipos de sociedades que, aunque tratan de hacer desaparecer al Otro, al opositor, al final están estructuradas sobre mitos y seres mitológicos que hacen ver lo contrario que sus historias nacionales narran. Por otro lado, lo que seduce de su cine es la atmósfera opresiva e irrespirable presente en sus tramas; súmese a ello una fotografía oscura, sombría, gótica, que resalta el conflicto, la crisis de valores y de instituciones que llevarían finalmente a cambios estructurales, si no inmediatos, al menos con el tiempo. “El hombre del norte”, según lo indicado, supone una mirada desnuda al tiempo mítico prevaleciente en la cultura nórdica y, por qué no decirlo, en toda cultura.