Ecuador / Viernes, 07 Noviembre 2025

“El hijo de la novia”: aprender de las cosas de vida

Una vieja película del argentino Juan José Campanella, “El hijo de la novia” (2001), aparte de envolvernos con una historia de índole afectiva, nos lleva a pensar sobre cuestiones que podrían ser nimias. Una de ellas tiene que ver con nuestras relaciones con personas cercanas, pero, asimismo, con el cuidado de sí.

“El hijo de la novia” tiene un argumento complejo, pese a la simpleza de su historia. Un hombre, Rafael Beldevere, que pretende seguir la tradición de sus padres de mantener un restaurante, le va mal en la administración del mismo; tiene una tensa relación con su exesposa lo que aparentemente le lleva a descuidar la relación con su hija; tiene una relación amorosa con otra mujer con la que convive, a la cual tampoco siente que le ofrece muy poco, con la cual piensa que debe cerrarse un camino; tiene a su madre, la cual está internada en un asilo por tener alzhéimer, y su padre, aún soñador, que quiere cumplir el sueño postergado de casarse por la Iglesia. Los ingredientes están dados para configurar una especie de vida que podría estar entre la pesadilla y una vida anodina. La consecuencia, claro está, es un deterioro repentino de salud, cuyo signo se da con problemas vinculados con el corazón.

No es una simple historia; en realidad, tal como la describo, es una suma de complicaciones que llevan al personaje central hasta el desquiciamiento. Lo que vemos es la historia de un hombre que en principio quiere mantener la cordura, pero, en la medida en que se va avanzando la trama, vemos que casi todo se le va de las manos. Su guion está compuesto para que el espectador vaya internándose en la psicología del personaje y empiece a conmoverse dadas las decisiones que está obligado a tomar. En este sentido, es un filme que sigue el clásico esquema de la complicación de las peripecias que lleva al personaje a tomar definitivamente una real ruta que debía haber tomado antes, es decir, es un filme que en cierta medida tiene que ver con el autoaprendizaje con una resolución, en la parte afectiva, en la que el hombre termina haciendo un discurso de amor a su novia y, con respecto a sus padres, concilia lo que parece imposible. En otras palabras, es la representación de una historia convencional, solo que en el caso del trabajo de Campanella tiene la virtud de estar cargada de varias aristas por las cuales, insisto, la historia se torna compleja.

Y, ¿en qué medida se vuelve compleja? Porque el personaje de Rafael, interpretado por Ricardo Darín, debe aprender a priorizar y dar lugar a cada una de las cosas o situaciones en las que se involucra. Es la cuestión de las decisiones que implican otras consecuencias y, a la vez, decisiones. En un momento, el ser humano debe poner fin a situaciones que se constituyen en carga o seguir bregando con la carga de los acontecimientos. En este sentido, Campanella hace que su película se plantee como un espejo de la existencia de cada uno de los espectadores; es ahí donde carga los tintes emocionales que afectan en distintos niveles a cualquiera de nosotros. Obviamente, este director argentino quiere que los espectadores se sientan conmovidos, se emocionen, se tornen tan frágiles como el mismo personaje de Darín. Aunque podría pensarse como un ejercicio manipulativo, su finalidad es, por lo menos lo pienso así, llevarnos a la reflexión: ¿Son buenas o malas las decisiones que tomamos? ¿De qué manera un estilo de vida que se va desenfrenando debe reencaminarse a fin de evitar consecuencias mayores?

Hay un personaje que se presenta como dinamizador en la trama. Es el amigo que un día se presenta como un inspector de salubridad; claro está que es una broma para retomar una amistad que en un momento se había diluido. A lo largo de “El hijo de la novia”, este personaje, de nombre Juan Carlos, parece funcionar como una especie de la voz de la conciencia, voz que nunca se oye, pero al mismo tiempo, si se le intuye, se le desconoce. ¿No hay algo en el filme, con estas señas, con los asuntos que se tratan, una especie de relectura del “Pinocho” de Collodi, siendo el grillo aquel que funciona como una voz otra? En la película, Rafael se encuentra con Juan Carlos, el cual hace cosas inesperadas al punto de descolocar al personaje de Darín; como parte de este proceso, la secuencia memorable es cuando ambos supuestamente hacen de dobles para una película, donde, fuera de lo que deberían hacer, es decir, gesticular como personajes de fondo, en realidad Juan Carlos le cuenta que está enamorado de la novia de Rafael, al punto de desatarse una trifulca mientras el personaje central de la película que se rueda dice su discurso.

De hecho, con esta secuencia y con los devenires que se inscriben en la película, nos damos cuenta del giro de la comedia a la tragedia, saldándose pronto en un discurso acerca del reconocimiento de sí. Es acá donde la película tiene su potencia, pues luego de las tensiones, Rafael prioriza el asunto que no es menor, el cual es el relacionado con sus padres (desde ya dos monumentos del cine argentino: Norma Aleandro y Héctor Alterio). Como señalé, su padre quiere llevar al altar a su esposa de toda su vida; quiere cumplir con el sueño de casarse ante el altar de una Iglesia católica, a sabiendas de que su esposa asilada sufre de Alzheimer. Los personeros de la Iglesia nunca podrán cumplir con este deseo humano porque ante todo está la Institución, sus normativas y sus determinaciones, antes que el propio ser humano, hecho que lleva a Rafael a montar un simulacro con su amigo Juan Carlos. La cuestión es cumplir un deseo profundamente humano. Es con este acto, que Rafael debe sanar su dolencia de corazón que, en definitiva, tiene que ver con su relación con su madre y la presencia de su padre. En otras palabras, pasando por alto cualquier lectura psicoanalítica, Campanella hace énfasis en el hecho de que no se trata de seguir el ejemplo de los padres, sino de saber de ellos, sus sueños, para imitarlos. En este sentido, el filme es aleccionador.