Ecuador / Lunes, 13 Octubre 2025

El aroma de guiar a “los humanos”

Somos humanos. Imperfectos. No somos Dios. En lo particular, no pretendo serlo. La pregunta que surge inmediatamente: ¿Necesitamos guía? Ciertamente. Solos no podemos avanzar en este peregrinar terrenal, de paso muy duro y rudo. Justamente por ello, y dentro del contexto de la espiritualidad cristiana católica, es el sacerdote (independientemente de que llegue a ser ordenado obispo, cardenal (cardenal obispo) o Papa) quien está llamado (dada su vocación libremente elegida, al menos como regla general) a servir a la raza humana a través de dar a conocer a Jesús, de llevar a Jesús a cada corazón, de guiar, de dar la mano y encaminar a la práctica del amor conforme Dios lo ha concebido y, con ello, de agradar a Dios en la tierra para poder alcanzar la vida eterna en el cielo. Es así como la labor del sacerdote es fundamental en la vida del hombre. La pregunta que surge, distinta a la anterior pero igualmente pertinente, es: ¿Cuál es el aroma del sacerdote que trabaja para Dios y cuya tarea es ganar vidas para el cielo? E inmediatamente emana una interrogante adicional: ¿Acaso hay un aroma en específico?

Con una buena dosis de jactancia (y al referirme a las cosas de Dios, me permito hacerlo), puedo manifestar que el aroma característico de los sacerdotes que día y noche se ‘fajan’ (incluso sacrificando horas para el descanso) para rescatar almas es el aroma de guiar a “los humanos”. ¿Cuál es ese aroma? Solicito dispensa para responder con otra pregunta: ¿Cuál es el aroma de quienes han burocratizado el sacerdocio (es decir, de quienes buscan la manera de trabajar para Dios de forma light y cooperar en la obra cada vez menos, al “sacarse la vuelta”, y sí destinan tiempo e invierten esfuerzos para volverse cada vez más ‘famosos’ e inflar su ego)? Ese aroma es el de la arrogancia. ¿Cómo puede identificarse? Es muy sencillo (y lo puedo afirmar dado que Dios me ha permitido percibir tal al ser un testigo de primera línea). Doy una pista: cuando se los busca, siempre están ocupados; ocupados en todo menos en atender a las almas angustiadas o inmersas en dificultades; pero curiosamente están siempre presentes cuando “las cámaras se encienden”.

No me detengo en brindar más pistas en razón de que considero mayormente productivo ofrecer pistas para percibir el aroma que tienen aquellos sacerdotes que están “pastoreando” a “los humanos”. Veamos aquello con el siguiente testimonio (de la vida real):

Un sacerdote perteneciente a una orden religiosa compartió en una homilía lo siguiente:

“Hace pocos días estaba atendiendo en el Despacho Parroquial, y llegó un joven el cual pidió a la secretaria el poder hablar con un sacerdote. Me avisaron e inmediatamente salí a su encuentro.

Él joven me dijo: “Padre necesito hablar con usted. ¿Tiene tiempo?”.

Le respondí: “El que quieras. Cuéntame, ¿en qué te puedo ayudar?”.

Él me preguntó: “¿Podríamos ir a jugar basket al parque?”.

Le respondí: ¡Vamos! (internamente pensé: si para fútbol soy malo, para básquet peor, pero tú, mi Jesús, sabes el para qué). El parque estaba muy cerca de la Iglesia. Me pasé jugando con él un buen tiempo. Yo empapé la camisa de sudor y me quedé exhausto. Le dije: “Te invito a tomar jugo”.

Él me contestó: “Muchas gracias. Se lo acepto”.

Al llegar a una tienda, al pedir los jugos, mientras esperábamos, él empezó a llorar. Yo soy muy sentimental, y empecé a llorar también. Le pregunté: “¿Por qué lloras?”.

Él contesta rápidamente: “Padre, (saca de su bolsillo un frasquito con un líquido negro) créame que si usted no salía en el momento en que pregunté por usted, yo iba al parque a beber el veneno que traía conmigo (y me muestra el frasco)”.

Le pregunté (con un nudo en la garganta, y alarmado): ¿Por qué lo decidiste?

Él me respondió: “Mis padres me lo han dado todo (exclusivamente cosas materiales). Nunca han estado cuando los he necesitado. Nunca han estado para mí. Ambos son profesionales y pasan trabajando. Usted, Padre, ha sido él único que me ha brindado su tiempo, y eso vale más que los millones que una persona pueda tener. Hoy usted salvó mi vida”.

Tragué en seco. Le di un abrazo, y le dije: “Para eso me hice sacerdote. Para escucharte y acompañarte. Y añadí (como nos enseña San Agustin): si quieres una mano (para salvarte), aquí están las dos”.

Ese es el aroma de los sacerdotes que “la sudan” en “el campo”. Evidentemente es sumamente diferente del aroma que tienen aquellos otros sacerdotes que se encuentran “en la otra orilla”. No importa si es de día o de noche e inclusive de madrugada; si está lloviendo o con un sol radiante; si está la persona cerca o lejos; si un alma tiene dinero y es “famosa” o si tiene muy poco (o nada) y no es conocida por una buena parte de la opinión pública. Los sacerdotes que “pastorean” a la grey están en medio de la grey, huelen a humanos, comparten con ellos, se vuelven familia y persiguen estar siempre disponibles, practican el amor, la humildad y el agradecimiento, a ejemplo de Dios y de la Virgen María. Un detalle no menor: son algo lejanos a “las cámaras”. Para ellos, el llenado de su ser no está en la fama, en las relaciones, en “las cámaras”, ni en el cargo (o el anhelar ser obispos). ¡No!. Para ellos, el llenado de su ser está en que, aunque tengan pocas horas para dormir, la satisfacción para con Dios está en luchar para lograr que un alma, al menos, se enrumbe hacia ganarse el cielo enseñándole a agradar a Dios en la tierra.

Bonus track: este aroma a “los humanos” también podemos cada uno de nosotros obtenerlo (no solo de los sacerdotes absolutamente obreros). ¿Cómo? Al mirar a Jesús en la familia y en cada persona que llega a nuestra vida en algún momento, y empeñarnos en dejarla en mejor posición de la que se encontraba. ¿Cuándo? Al atrevernos, sin miedo y sin vergüenza, a practicar el amor, la humildad y el agradecimiento; siendo Dios nuestro referente.