“Caramelo”: simbiosis entre seres
Un filme brasileño se ha hecho popular recientemente en las redes. Se trata de “Caramelo” (2025) de Diego Freitas, acerca de la relación simbiótica entre un perro y un humano. Muchos dirán que eso no es novedoso, en tanto sabemos y vemos que mucha gente tiene animales en casa, comparte con ellos sus existencias, los cuidan, además de casos de animales que terminan acompañando a sus dueños en sus aventuras y desgracias. La película en cuestión muestra la correlación establecida entre un humano y un perro, asistiéndose en el transcurso de sus vidas.
Pero habría que indicar el giro de tuerca que este filme tiene, aunque se asemeje a otras más antiguas como: “Hachiko” (con dos versiones, una japonesa de 1987 de Sejiro Koyama y la otra, norteamericana de 2009, de Lasse Hallström), “Lassie” (que desde 1943 llevó a una serie de filmes, entre ellas para televisión), “Greyfriars Bobby” (que partió de una novela de 1912, escrita por Eleanor Atkinson y que luego, en el cine inglés, se versionó dos veces: una en 1961, por Walt Disney, y la otra, en 2006, dirigida por John Henderson), “Todos los perros van al cielo” (1989) de Don Bluth, “Benji” (con varias películas desde 1974, siendo la primera dirigida por Joe Camp). Incluso vale la pena citar a “Vaguito” (2024), un filme peruano de Álex Hidalgo, así como “Amores perros” (2000) de Alejandro González Iñárritu (pese a que a veces deje un amargo sabor de boca). El caso es que “Caramelo” podría ser algo tangencial con respecto a las típicas historias que encierran las cintas citadas, aunque mantenga, eso sí, la dosis de emotividad que obliga al espectador a vivir la trama que el filme desarrolla.
¿Es la historia de un perro callejero que encuentra al fin alguien que lo acoja? ¿Es la historia de un joven chef que busca emprender, aunque en el camino se tope con un mal? ¿Es la historia de los que tratan de formar un mundo equilibrado entre seres humanos y animales? Son tres interrogantes que se desprenden de la trama de la película.
Con relación a la primera pregunta, en efecto, una línea del filme se relaciona con el abandono de un cachorro en los suburbios de una ciudad brasileña. El perro, creyendo que ubicará a sus viejos dueños, retorna a la urbe y se pierde, convirtiéndose en callejero por varios años, hasta que se topa en un mercado con el joven chef protagonista, al que seguirá, porque intuye que tiene en él un cómplice cuando roba comida. Esta línea argumental nos encuadra con el genio del perro, es decir, alguien juguetón, avispado, el cual se hace querer por sus ocurrencias y sus modos de acercarse a la vida de su nuevo humano. El director Freitas parece engañarnos con este personaje de cuatro patas, en tanto sabemos que, si bien sobrevive a su destino, poco a poco, va acompañando al humano incluso cuando este sobrelleva su enfermedad. La cuestión es que con el perro en la trama se introduce una carga sentimental que justifica un tema que emerge pronto: pese a que la vida diaria tiene sus altibajos o desgracias, saber encontrar y conocer el punto caramelo, es decir, el punto positivo, lleva a que la existencia de cada cual sea más llevadera.
En cuanto a la segunda pregunta, esta supone igualmente una línea de tensión importante. Pues es la vida de un joven, creativo y receptivo a lo que se le presenta y, en este contexto, cuando se entera que tiene cáncer cerebral, tratará de llevar dicho peso, tratamiento médico de por medio, hacia un punto diferente, es decir, si no a la sanación, por lo menos al control de tan terrible mal. Otro tema surge aquí: es la resiliencia frente a la adversidad. Aunque tiene un trabajo que le abre puertas, siendo su mayor ambición tener su propio restaurante, la enfermedad en principio le impide seguir cosechando logros. Sin embargo, la amistad con otro joven que tiene un mal similar, el cual le enseña a sobrellevarlo, le ayudará a reorientar todo hacia la positividad.
Como se constata, narrativamente, “Caramelo”, con estas dos líneas dramáticas, se orienta a formar conciencia. Es un filme que toma partido por la vida y muestra que en el cambio de actitud está todo el secreto, aunque esto suene a autoayuda. Sin duda, Freitas no va tampoco por la autoayuda, sino que aprovecha el color (que podría ser un estereotipo) de la brasileñidad, color gozoso, festivo, pintoresco y significativo. No se va por el lamento ni la autocompasión: lleva a que el espectador sienta el dolor de dos seres que convergen y se ayudan sin razonarlo. Tal simbiosis está en que un perro abandonado, esto es, un perro que ha sido desahuciado perversamente para que se muera en el camino de la vida, si bien halla el calor en un ser humano, al mismo tiempo sirve a dicho ser humano para resistir un mal que implica en sí mismo un desahucio. De este modo, “Caramelo”, desde el inicio tiene tonalidades vivas, naranjas y amarillas; tiene música de acompañamiento dinámica. El filme es, asimismo, un frenesí de circunstancias para tensar, contraponer y plantear soluciones posibles. Es decir, el tratamiento del guion es inteligente, ya que usa el melodrama de forma efectiva porque lo que está en juego es un mensaje más bien esperanzador y entusiasta: es la positividad, que es una cualidad constructiva para muchas personas de convertir la adversidad en posibilidad de cambio hacia algo superior. Tengamos en cuenta que las ciencias cognitivas señalan que la positividad tiene que ver con la aceptación y el optimismo. Hay quienes, dada una enfermedad, se dejan llevar hacia el horizonte de la muerte, mientras otros tratan de luchar contra ella y perseverar en la decisión de superarlo todo. La resiliencia en conexión con la positividad supondría, así, la conciencia de dos fuerzas que se enhebran para lograr una vida mejor, aunque exista siempre alguna sombra que quiera impedirla. ¿“Caramelo” pretende ser entonces una película que inculca valores? Dejemos de lado las posibles señalaciones de sensiblería que podría suscitar su argumento, y más bien reafirmemos que este tipo de obras, en tiempos distópicos como los que vivimos, apelando al giro afectivo, tratan de concientizar sobre lo que supondría el buen vivir.
Y, he aquí la respuesta a la tercera pregunta planteada: “Caramelo” sugiere la posibilidad de un equilibrio entre seres humanos y naturaleza animal. Casi siempre se ha dicho que el ser humano es superior en la escala de la vida, donde el animal está subordinado. Este argumento lleva a que el animal o el ecosistema sean destruidos. Es por ello por lo que a los animales se los trata como cosas que deben ser abandonadas, repudiadas y asesinadas. Con mucha frecuencia leemos casos de personas que desamparan cruelmente a los animales en los caminos, en lugares inhóspitos, o que hacen torneos para sacrificarles como si fueran entes cuyas vidas no deben ser respetadas. Otros casos se refieren al mascotismo, es decir, sujetar y dominar especies, desde las más domésticas, hasta las más silvestres, teniéndolas como objetos sacrificables, vendibles, traficables, disfrutando consciente o inconscientemente del sufrimiento.
La película de Freitas se desentiende de estas nociones: ve a los perros no como sujetos, sino como entidades inteligentes diferentes capaces de aportar en el desarrollo no solo existencial de un ser humano, sino también en su enriquecimiento como persona. De hecho, lo que vemos en “Caramelo” son dos tipos de entes que buscan el calor espiritual para adaptarse y volver a vivir, entes con derechos, sintientes, que enfrentan a su modo la muerte. En este sentido, el filme es una propuesta que lleva a pensar la erradicación del especismo, es decir, que el ser humano sepa que no es superior, sino un animal más de la cadena de la vida y que, dado su juicio, debe obrar moralmente y en correspondencia con la misma inteligencia de los otros seres. El problema es que, como seres humanos, erigimos una barrera contra el animal, pero las nuevas ciencias nos señalan que, aun a sabiendas de una supuesta inteligencia superior, no hemos logrado conocer la inteligencia de otros seres cuyo espectro estaría en otro rango del conocimiento. En la película, por ello vemos que humanos y perros se unen en un proyecto de marca de comida. Freitas nos sugiere, así, que las comidas caseras son las más auténticas, más si estas se degustan en espacios utópicos donde las especies comparten.
Finalmente, digamos algo sobre otra línea de tensión transversal del filme: la del cáncer. Este es un mal que sordamente aparece en el cuerpo hasta degradarlo. La muerte es el final del camino (alguien dirá que de alguna forma nos moriremos, a modo de sorna). La cuestión, si bien es sanar, es decir, vencer al mal, además es de cambiar el sentido de la vida. Esto, reitero, lo plantea la película y es un discurso potente en el marco de la positividad. Frente a las personas que se dejan morir, hay quienes se abrazan fuertemente a la vida. La enseñanza resiliente de “Caramelo” se sintetiza en la idea de que no se trata de dejar la propia marca en el mundo, sino en el corazón de las personas, si estas son comprendidas como aquellos individuos humanos y animales a los que se quiere.