“El club del crimen de los jueves”: pensar la tercera edad
La tercera edad es un asunto que muchas cinematografías han tratado desde distintos ángulos. “El club del crimen de los jueves” puede ser una más del grupo, razón por la cual merecería un par de palabras y seguramente aplausos por divertir y por meternos en una trama en ocasiones predecible y hasta sacada de los cabellos. Reconozcamos que “El club del crimen de los jueves” (2025) de Chris Columbus tiene el sello de este director norteamericano consagrado, justamente por sus comedias y dramas cinematográficos, algunos memorables en el contexto del cine comercial como “Mi pobre angelito” (1990), “Mi pobre angelito 2: Perdido en Nueva York” (1992), “El hombre bicentenario” (1999), “Harry Potter y la piedra filosofal” (2001), “Harry Potter y la cámara secreta” (2002), “Percy Jackson y el ladrón del rayo” (2010), entre otras. Su interés, se dice, es el mundo de la vida doméstica, sus avatares, sus personajes a veces que están fuera de lugar, tratados todos con dosis de sentimentalismo que hacen que el espectador se involucre fácilmente en las tramas de sus películas.
“El club del crimen de los jueves” no escapa a esta especie de fórmula: un grupo de personas jubiladas y de tercera edad, alojadas en un asilo, con todas las comodidades del caso, forman parte de ciertos clubes, entre los que está el club del crimen, que se reúne oficialmente cada jueves con la intención de resolver delitos del pasado que no habrían sido resueltos y olvidados. Estas personas piensan, conjeturan, se divierten rearmando tramas, pero a la par se cuidan y se quieren entre ellas, logrando una comunidad ideal que comparte el día a día, haciendo que la vida les sea más agradable y placentera. Siguiendo sus peripecias, ciertamente que uno va preguntándose quiénes son, cuáles sus originales procedencias y el porqué de sus inquietudes para formar una sociedad que podría pasar como insólita, en la medida en que, en un hospicio, la gente de tercera edad tendría otras actividades relativas más bien a su cuidado. Además, y como advertimos la presencia de una cantidad de actores consagrados (Helen Mirren, Pierce Brosnan, Ben Kingsley, Jonathan Pryce…), verlos en la pantalla, a sabiendas de su edad actual, claro está, pronto nos nace la idea de que el tiempo inflexiblemente les ha calado (lo mismo que a nosotros).
En otras palabras, la película de Columbus (disponible en plataformas), nos pone ante la perspectiva de cómo pensar de nuevo hoy la tercera edad, cuando el mundo del siglo XXI no es el mismo que el del siglo XX o del XIX, cuando las familias tenían seguramente una larga prole y prevalecía el cuidado de los hijos hacia sus padres, o se prestaba la necesidad de la asistencia social y médica toda vez que las personas de tercera edad ya no tienen las mismas posiciones que las generaciones de jóvenes, estas cada vez más reducidas por un efecto directo o tangencial de la necropolítica. Lo que percibimos en “El club del crimen de los jueves” es, verdaderamente, personas de ciertas condiciones que tal vez pueden pagarse un retiro casi con las comodidades que habían en sus casas y que se cuidan o que se alientan día a día entre ellos, especie de utopía posmoderna donde ni siquiera se percibe la presencia del médico geriatra o de algún tipo de asistente; en resumidas cuentas, un barrio o residencia comunitaria para jubilados e individuos de tercera edad, con espacios diseñados para que se muevan en libertad, asistidos, si es el caso, por médicos y cierta vigilancia, siendo la premisa el envejecimiento activo.
Pues bien, pasemos por alto el hecho de que la película de Columbus tiene como fachada una vieja mansión y los espacios verdes a su alrededor en alguna región cercana a Londres, y detengámonos en esta cuestión anotada líneas atrás: el envejecimiento activo comunitario, perfilando un estilo de vida deseable y digno, sobre todo con actividades que nacen de los intereses del propio grupo.
En este marco, en “El club del crimen de los jueves”, lo que mueve con entusiasmo al grupo de individuos jubilados y de tercera edad es una actividad extraña o quizá extravagante: tratar de resolver casos de crímenes pendientes, valiéndose, para el efecto, de pistas, documentos y datos, pero, principalmente, poniendo en marcha sus mentes. De pronto nos damos cuenta de que el asunto de lo policial es una inquietud que siempre está en el discernimiento de todos cuando hay sucesos de la vida real que se suscitan, pero que no están claros, dado el velo o la nubosidad que cubre cualquier delito. ¿No es el asesinato de quien sea lo que motiva que se busque información, por más que el delito ni nos concierna? ¿No es el robo de alguna cosa lo que suscita inquietudes y comparaciones, aunque el robo haya acontecido en el extranjero? Por algo existe la prensa de crónica roja para alimentar las mentes incluso de morboserías, pero también la literatura policial y la negra, las cuales, desde el siglo XIX y sobre todo en el XX, han tenido buenos escritores y ejemplos de casos que seguramente a muchos juristas les interesa como escenarios para repensar los crímenes actuales; ni qué decir del cine policial, del cine negro, del cine psicológico relacionado con delitos, los que provocan pensar sobre la condición humana. Un hecho: en particular, el cine y la literatura, ofrecen temas y realidades que llevan a poner la mente en acción de todos aquellos a quienes les gusta solucionar embrollados hechos, encontrando placer, además, en las intrincadas o complejas tramas semejantes a rompecabezas. Y esto es justamente parte de “El club del crimen de los jueves”, el cual, dicho sea de paso, está basado en el popular libro homónimo de Richard Osman, que partió, se sabe, de las reales aventuras de unas personas de tercera edad en un condominio donde compraron sus casas como refugios para su condición de jubilados y donde, entre otras cosas, se dedicaban a jugar a espías, detectives y policías, partiendo, claro está, de delitos con sus tramas enredadas. El libro en mención se ha convertido en una secuela (de ahí su popularidad), de la cual se conocen cuatro títulos, anunciándose un quinto.
Lo que importa, en todo caso, es que, sea jubilado o sea de tercera edad, una persona no debería dejarse llevar por las circunstancias, por su propio envejecimiento. Igualmente, debe atenderse prioritariamente, desde lo social o lo político, a este rango de la población. De hecho, la cuestión del envejecimiento, del deterioro del cuerpo y de los órganos, tiene que ver con la existencia de todos nosotros, pese a las promesas médicas de prolongación de la vida o de curas asombrosas de algún mal: el ser humano tiene un destino inexorable cuyo tramo final no siempre es fácil para la generalidad de los individuos, sobre todo cuando, más allá de cuerpos y organismos que se malogran, el cerebro y la mente, rectores de la misma vida consciente, van quebrantándose, llegando a casos de trastornos que bordean la depresión o trastornos de la memoria cuyo fantasma es el Alzheimer.
La cuestión de fondo, sin embargo, son los trazos del deterioro cognitivo que poco a poco se complican con el pasar de los años, afectando a la personalidad de los individuos. Por más que la representación de una vida acomodada y genial que nos ofrece “El club del crimen de los jueves”, incluso a sabiendas de que algunos de sus personajes han tenido vidas activas, sea como agentes de gobierno, activistas o médicos, no hay que dejar escapar aquello que con fuerza plantea el filme que analizo: independientemente de la condición social, el cuidado de sí mismo y el cuidado social de personas de tercera edad tienen que ser una política real y no algo que se deje para el discurso y el olvido. ¿Nuestros Estados y gobiernos les ponen verdaderamente atención a las personas jubiladas y de tercera edad que son las amplias mayorías, más allá de los que se puedan pagar servicios privados? ¿Qué políticas contemporáneas existen en nuestros países para alentar una vida y una dinámica activa digna que vaya más allá de la mirada médica para estas personas? “El club del crimen de los jueves” es un interesante ejemplo que motiva a repensar cómo mantener vivas las mentes de personas que alguna vez dieron su vida por la existencia de las nuevas generaciones.