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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

¿Ya estamos urgidos del ‘partido único’?

03 de agosto de 2014

Los más interesados son quienes confunden sus deseos con la realidad. Quienes más hablan de partido único son los que no soportan que un movimiento político marque la agenda diaria, sea del signo que sea. En consecuencia, revelan -en la práctica y en sus prácticas- su incapacidad para hacer política e incidir en la realidad.

Ecuador no es ni de lejos -así como el resto de América Latina- ese territorio donde se reproducen los esquemas de otras latitudes, por más intentos no siempre fallidos. Por eso es casi imposible el modelo de partido único como también el del bipartidismo, al que tanto añoran algunos para imitar a la supuesta mayor y mejor democracia del mundo. Y donde ello ha ocurrido ha sido para procesar ineficientemente el desarrollo político de sus sociedades. O, como dicen algunos teóricos, para parecerse menos a sus propios pueblos.

Cuando se oye a supuestos expertos hablar de que se impone un partido único en Ecuador parece que se tratara del eco de un libreto y no el reflejo de una realidad. Lo mismo pasa con ese tornillo clavado en determinadas cabezas y medios: hay miedo y ha desaparecido la libertad de expresión. Los dos asuntos desatan largas peroratas en espacios radiales y basta oír a los invitados para saber que cuando salen del set la realidad abofetea sus pensamientos.

Lo paradójico es oírlos hacer cero referencia a la existencia de un partido único, por largos años, en determinada administración municipal. Lo mismo ocurría con un partido único en las universidades y en el magisterio. Nunca se los menciona y tampoco se los cuestiona.

Ahí, si nos atenemos a estos ilustres ilustradores, existió plena diversidad, pluralidad y variedad de opiniones. Nunca se garroteó a nadie ni se utilizaron armas tan bajas como los fraudes o la opacidad administrativa y financiera. Ahí sí funciona la voluntad popular, a pesar de que ese monopartidismo no ha servido para la efectiva transparencia, rendición de cuentas y fiscalización de las cuales hablan esos ilustres para otras instancias del Estado.

Lo que sí les hace falta a todos los partidos y movimientos políticos (lo cual estaría bien discutir si constituye motivo de reformas al Código de la Democracia) es una mayor transparencia de sus tendencias y grupos internos. En otras palabras: aunque hubiese un partido único (hasta en esa administración municipal a la que hago referencia) debería ser también la expresión de posturas diversas bajo un mismo programa o matriz política. Para ello, por supuesto, esas tendencias no pueden aspirar a dominar para sí mismo siempre, pero cuando pierden no deben optar por la desafiliación, la salida ‘honrosa’ y pasarse a la oposición con los argumentos de quienes fueron sus adversarios, como sí ocurre en Ecuador permanentemente, pero no en otras latitudes de nuestra misma región.

Procesar las diferencias entre afines es una expresión democrática de la participación y vida política. Y para ello se requiere de esa madurez de la que tanto se habla y poco se aplica. Ahora que no hay elecciones en el corto plazo, las organizaciones políticas, se supone, trabajan en la formación de sus militantes, en la edificación de estructuras para afrontar futuras elecciones y/o en sumar adherentes. Y, por eso, ahora es cuando se diluyen las diferencias y hasta las contradicciones internas. Lo lógico u obvio sería que ahora se expresen, casa adentro, para la construcción democrática de sí mismas.

La verdad: nos urge partidos y movimientos dinámicos permanentes, no solo electoralistas, más ciudadanizados. Para ello hay que trabajar, por lo menos, en las bases y con ellas procesar las demandas sociales y populares. Lo contrario es seguir atacando al otro, construyendo el imaginario del partido (cuco) único para esconder debajo de la alfombra sus propias incapacidades y debilidades.

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