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El cambio climático ha contribuido a generar eventos ambientales extremos, que van desde muy altas temperaturas, no sentidas en los últimos cuarenta años, hasta torrenciales lluvias en todo el país. Los científicos que estudian y generan modelos de comportamiento del fenómeno El Niño (llamado así por su asociación con la corriente El Niño que aparece durante la época navideña) proyectan que el cambio climático incrementará la frecuencia de fuertes lluvias, lo cual pone a muchas comunidades en riesgo de devastación por las inundaciones y deslaves. Además, las inundaciones causan una variedad de impactos en la salubridad, contaminando el agua potable, causando plagas de insectos y roedores que son vectores de enfermedades virales, daños y humedecimiento de las casas, dejando moho y destrucción que hace que los damnificados se desplacen y migren.
Las invasiones, que son tan comunes en zonas urbanas de todas las ciudades del país, han tomado también los canales y esteros secos de desagüe que con las lluvias hacen que las pequeñas lagunas y reservorios desborden con un creciente riesgo de generar patógenos que contaminen las fuentes de agua potable. Prolongados aguaceros provocan daños en la infraestructura crítica como la canalización pluvial y de aguas servidas y los sistemas de tratamiento de desperdicios sólidos, precipitando desbordamientos que contaminan fuentes de agua local y canalización de agua potable.
Hemos tratado de prepararnos para los estragos del fenómeno El Niño, que inescrupulosos políticos lo calificaron como novelería de la Revolución Ciudadana, pero tenemos que aceptar la cruda realidad de que nuestras ciudades principales tienen viejos sistemas de canalización que en muchos casos acarrean aguas lluvias y aguas servidas al mismo tiempo con gran posibilidad de derramarse.
En Guayaquil, por ejemplo, las tuberías no pueden manejar el volumen de agua que cae en una tormenta y la de aguas servidas que generan sus casi tres millones de habitantes, que se agrava si la lluvia aparece en marea alta. Mucho de esta peligrosa mezcla rezuma por las alcantarillas, provoca inundaciones y finalmente va a parar como agua no tratada a los esteros y ríos: Daule, Babahoyo y el majestuoso y contaminado Guayas, donde la gente se baña y juega exponiéndose a patógenos que provocan diarrea, dolor abdominal, náusea, vómito, dolor de cabeza y fiebre.
La prevención de estos estragos ya ha costado al país mucho dinero, que ahora está realmente escaso, en mejorar la infraestructura. Sin embargo, el problema tiene que enfocarse desde el punto de vista cultural. Hagamos que nuestras comunidades se preparen y adapten a los cambios climáticos. Es verdad que no tenemos cuatro estaciones, que hace que mucha gente sea muy disciplinada para enfrentar las radicales variaciones climáticas de cada estación. Nosotros en el trópico tenemos que mirar con más cuidado la estación seca, que llamamos verano y la lluviosa que es el invierno.
Los barrios y ciudadelas deben familiarizarse con la vulnerabilidad a las lluvias de sus zonas y tomar medidas básicas de prevención, como son: no botar desechos sólidos en las alcantarillas, mantenerlas limpias todo el año, limpiar los canales de desagüe, disponer apropiadamente de la basura y así por el estilo. Nada puede hacerse ante las inclemencias del clima, excepto poner de nuestra parte para contribuir a los esfuerzos de las autoridades centrales y seccionales para prevenir que la llegada de las lluvias sea un evento realmente desastroso. (O)