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El Telégrafo
Mariana Velasco

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19 de julio de 2023

Ayer, hoy y mañana con mayor firmeza , se afirmará que no puede existir una buena sociedad sin educación, porque escuela, colegio y universidad como instituciones educativas, tienen la co- responsabilidad ética, política y moral de constituirse en escenario de formación y socialización en el cual, circulan múltiples sentidos, se producen variados aprendizajes, se abre la opción a la negociación de la diferencia y se funda la convivencia como una expresión de la autonomía, la libertad y la dignidad humana.

En estos espacios se producen intercambios humanos intencionados al aprendizaje de nuevos conocimientos, al desarrollo de competencias cognitivas, socio- afectivas, comunicativas, la construcción de la identidad de los sujetos como individuos y del colegio como comunidad que convoca y genera adhesión.

Nos prepararon como individuos para formar parte de la sociedad que nos acogió, nos responsabilizó de su conservación y de su transformación. Educar en esta perspectiva es introducir a las nuevas generaciones en los patrones culturales de la sociedad y prepararlos para su recreación.

Para la época, el colegio en el cual estudiamos, en su acción formativa y socializadora respondió a los retos de la necesidad de construir una sociedad plural, democrática, incluyente y equitativa.

Como en el viejo tango, llegó el momento de volver. Y aunque veinte años no es nada como presagió Gardel- tras un tiempo de descuento- por esas duras e inevitables despedidas que tiene la vida y los necesarios acoples vitales, desde los confines de la Patria y el extranjero, volver después de cincuenta años a la tierra en la cual nuestras familias nacieron con sus madrugadas frías, donde el café en olla es el primer trago por la mañana con pan fresco y nata, es estar en casa ya sin ser nuestra; imaginando lo que perdimos cuando nos fuimos y en lo que hubiésemos sido si nos habríamos quedado, es suficiente razón para agradecer al Creador.

Esa patria chica que hizo que perdiéramos los miedos y camináramos hacia nuestra realización. La que en aquella época nos expulsó por falta de Universidad y que hoy  cuenta con más de una, es digna de otra suerte.

Recordar lo que fuimos, tuvimos y lo que vivimos, es algo que forma parte de nuestros archivos personales y al cual volvemos de vez en cuando; es una puerta a nuestro pasado que quedó semi abierta y se abrió de par en par para el regreso anhelado, porque las personas estamos construidas de recuerdos, experiencias y vivencias que edifican lo que somos.

Llegar a nuestra ciudad, llena de experiencias y recuerdos de esos que hacen la gran diferencia y aunque ya no están los de entonces, aparece la memoria como una reconstrucción dinámica que implica la presencia de la dimensión social-histórica.

Es hacer que la tierra vuelva a ser nuestra al re encontrar amigos o hacer nuevos, que se convierten en familia y que la barrera de los años que se fueron, no quede en un olvido. Sin saber cómo, nos vemos de pronto llenas de imágenes, sensaciones, palabras y sonidos de ese ayer que nuestra memoria ha guardado con sigilo y ternura en una parte especial de nuestro cerebro, porque los recuerdos tejen lo que somos.

Se eriza la piel, al recordar qué en los hogares, calles, esquinas y recovecos, quedaron miles de sonrisas como polvo de estrellas, ilusiones y utopías sobre todo cuando el corazón y la cabeza no siempre funcionaban a la par; en definitiva, no eran vestiduras de las cuales nos despojamos, era una piel que rasgamos con nuestras propias manos, como diría el libanés, poeta del exilio, Jalil Gibran.

Hay miel, al evocar que nos llevamos los veranos con sus trigales dorados salpicados con pequeñas amapolas, los vientos de agosto con el volar de cometas y sueños, el atardecer sobre las siete colinas, el cantar de los ríos, los apodos de muchas familias, las matinés bailables, las escapadas para hacer melcochas, las jorgas de Carnaval, el majestuoso Chimborazo con su aire patriarcal y todas las costumbres arraigadas en la ciudad de casitas blancas, como lo describió el poeta, Roberto Alfredo Arregui Chauvin.

Re confirmar que el compañerismo y la amistad es una relación construida a largo plazo, rejuvenece el espíritu de las ahora abuelas al celebrar las Bodas de Oro de graduadas, porque el colegio fue terreno propicio de la memoria que involucró procesos de construcción de sentido, identidad y orientó las formas de sentir, pensar y actuar. Sin duda, es un marco de la memoria -aquel espacio físico y simbólico que otorga sentidos a los recuerdos en un tiempo específico.

Al regresar a casa, costó un poco entrar porque la que regresa no es la que se fue. Por eso, antes de abrir la puerta, se intentó poner en orden el torbellino de emociones

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