Publicidad

Desde las huellas profundas de la fugaz alegría y la inclemencia, el amor aflora a lo largo de los siglos como fuego incandescente, cuya llama quema, pero también da luz a los corazones náufragos. Por ello, desde el lenguaje poético, también los hacedores del misterio inacabado, nos dejan su aliento inmanente.
Juan Gelman pronuncia: “Qué lindos tus ojos/ y más la mirada de tus ojos/ y más el aire de tus ojos cuando lejos mirás/ en el aire estuve buscando:/ la lámpara de tu sangre/ sangre de tu sombra/ tu sombra/ sobre mi corazón”.
A su vez, Luis García Montero dice: “Como la luz de un sueño,/ que no raya en el mundo pero existe,/ así he vivido yo,/ iluminando/ esa parte de ti que no conoces,/ la vida que has llevado junto a mis pensamientos.// También hemos hablado/ en la cama, sin prisa, muchas tardes,/ esta cama de amor que no conoces,/ la misma que se queda/ fría cuando te marchas”.
En tanto, Euler Granda, con lenguaje directo y punzante cree: “El amor es una sustancia pegajosa/ que se mete en nosotros.// En el cielo relincha el sol,/ en las calles/ el viento está loco de remate./ Exacto/ un día como ahora/ oí el canto de sirena de tus nalgas/ y me fui por la vida/ persiguiendo ese canto”.
El amor entonces no se resume tan solo a un aspecto estrictamente sentimental, ya que se interna en el frondoso camino de la vida, cuya fatalidad puede ser la propia muerte. Algo que alude Iván Carvajal en Los amantes de Sumpa: “Morir pudieron en plenitud perseverando/ más allá del ruego y del espasmo/ muriendo uno con otro uno en el otro/ acabando en este juego de espejos/ o repitiendo nosotros el abrazo/ o nuestro encuentro reflejado en los huesos// morir perseverando en el abrazo/ vano triunfo del amor por sobre el tiempo”.
La eroticidad —otra forma de entender al amor y a la existencia humana— golpea las puertas a través de los versos de María Fernanda Espinosa: “Leo y releo tus líneas/ entrelíneas/ entrepiernas/ quiero verme en alguna historia/ ser parte de algún invento previo/ sentir que fui placer anticipado/ de espacios reales o imaginarios/ y que tu foto de contraportada/ es la del profeta/ con cualquier nombre/ de lienzo marchito/ con el hábito más largo/ y la ternura más lenta”.
Ante lo cual, desde sus lecciones de supervivencia, Piedad Bonnet exclama: “Han izado el amor. Lo están clavando/ coronado de ortigas y de cardos./ Le han cortado las manos, han echado/ sal y azufre en sus pálidos muñones./ Ah, mi joven amado, el tiempo es breve./ Suenan ya las trompetas e iracunda/ la luna enrojecida afrenta al cielo./ Déjame acariciar tu frente ardida en sueños,/ contemplar para siempre tus párpados violeta./ Deja que desanude mi deseo,/ que coloque la palma de mi mano/ sobre la rosa hirviente que florece en tu pecho.// Dame tus muslos blancos, tu axila, el dulce cuello,/ antes de que en silencio se deslice/ el ángel con su espada de exterminio”.
Sin duda, diversas maneras de germinar el insondable sacramento del amor.