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Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

¿Vivimos una crisis política laboral o un sindicalismo en ‘coma’?

18 de septiembre de 2014

No están lejos los años gloriosos del sindicalismo ecuatoriano. Las luchas emprendidas y no siempre bien alcanzadas cimentaron el pensamiento y la convicción de varias generaciones. La formación política de las generaciones emergentes pasaba por el apoyo, presencia y participación activa en las convocatorias del FUT en la década del ochenta, por mencionar una nada más.

La nostalgia no siempre explica bien los procesos, pero para eso están los estudiosos y los libros. Si eran gloriosos fue, sobre todo, porque las jornadas de lucha apenas frenaron los voraces deseos de grupos oligárquicos para sostener los modelos de explotación que tuvieron su cúspide en la década del noventa. ¿O la tercerización y la privatización general tuvieron la mayor y ‘explosiva’ resistencia, con réditos reales, de esos sindicatos y dirigentes que ahora reniegan de un Estado institucionalizado y unas reglas claras para los empresarios?

Los paros generales convocados por el FUT gestaron un horizonte para algunas conquistas que ahora están consagradas en la Constitución, sin necesidad de huelgas o protestas intensivas. ¿Será por eso que la marcha convocada ayer por el mismo FUT (con el ‘acolite’ de ciertos grupos para nada obreristas y determinados medios) no convoca la nostalgia ni reproduce los principios y las agendas políticas que vivimos en las décadas del siglo XX? ¿Tiene el FUT de ahora la misma potencia política, no precisamente por el número de adherentes que moviliza, sino por sus agendas a favor de una clase obrera más diversa, compleja y con otras demandas?

Efectivamente, como ocurre con el movimiento social en general, en el de los trabajadores hay una crisis que pasa por la política y la representatividad. Y no porque ahora no se pueda protestar o generar jornadas cívicas de demanda (la prueba fue la marcha de ayer) sino porque no se entiende la convocatoria a una manifestación sobre un código que no existe o propuestas de reformar a la Constitución que incluso ni siquiera están ya en el primer debate.

El sindicalismo clásico y tradicional está en una etapa crítica porque vivimos otros tiempos y otras realizaciones y búsquedas. Y no solo en Ecuador. Bastaría ver lo ocurrido en Europa y en América Latina, en las últimas dos décadas. La realidad ecuatoriana invoca y convoca a un sindicalismo de nuevo tipo, anclado en profundizar los cambios contemplados en la Constitución para elaborar colectivamente un Código del Trabajo y la Seguridad Social Universal, como puntales de otra sociedad, más solidaria, productiva, respetuosa del trabajo individual y de las garantías para los derechos colectivos.

Atrás hay que dejar ese sindicalismo que no puso sus prioridades en los trabajadores del campo y sí en los privilegios (camuflados de conquistas) del sector público, sin importar siquiera si con esos contratos colectivos un sector de la sociedad quedaba excluido. Y si hay un sindicalismo público, debe ser para garantizar eficiencia administrativa y servicio de calidad a los ciudadanos.

Y para insistir en la nostalgia: ¿qué dicen las nuevas generaciones sobre el sindicalismo ecuatoriano? ¿Cuánta referencia provoca en sus imaginarios, deseos y proyecciones políticas, laborales, económicas y hasta de entretenimiento?

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