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Todos los seres humanos, en el fugaz paso por la Tierra, tenemos un propósito positivo que cumplir: servir a los demás lo mejor que cada quien esté en condiciones de dar. Se debe y puede dar al límite de las potencialidades que cada quien tiene. En caso contrario quedamos insatisfechos, sin la realización plena, en deuda con los demás, por desperdiciar las posibilidades de servir y amar sin imponer criterios.
No podemos dar lo mejor de cada uno de nosotros, si no tenemos el autoconocimiento de sí mismo de nuestras posibilidades de servir. Si no conocemos nuestras potencialidades, cualidades, debilidades y virtudes, no sabremos lo que somos, tenemos, ni podemos ser útiles a los demás.
Lo importante es que lo mejor de cada persona debe ser entregado a la comunidad y, como resultado de una amorosa complementariedad, con lo mejor que tienen las otras personas. Cada quien debe dar sus mejores frutos y no los peores.
Lamentablemente el absurdo sistema social y educativo no permite que muchas personas puedan desarrollar sus mejores potencialidades. Sin la educación, capacitación y trabajo, muchas personas no pueden entregar lo mejor de sí mismo. Se quedan en la mitad del camino, frustradas, no pueden dar lo mejor de sí mismas, no pueden cumplir el propósito de su vida.
Las personas son diferentes en sus potencialidades, aptitudes, talentos, corajes, objetivos, perseverancias, determinaciones y propósitos. Conozcamos y utilicemos nuestra fuerza energética, nuestra intuición y mejores sentimientos para servir mejor.
Si hacemos cosas mal hechas, deshonestas, egoístas y sin amor habremos vivido sin propósitos positivos. “No habrás vivido un día perfecto, aunque te hayas ganado un sueldo, si no has hecho algo por alguien, que nunca será capaz de devolvértelo” (Rutz Smelter).
El propósito mayor de la vida es como un árbol que elimina los frutos mal hechos y entrega generoso los mejores para que los disfruten los demás. (O)