Tras la aceptación de la renuncia de la exvicepresidenta María Alejandra Vicuña, muchas voces apuntan a demandar un reemplazo con perfil técnico. Debe ser porque hay varias asignaturas urgentes. La proforma para el presupuesto del próximo año, la renegociación de la deuda correista, la recuperación de los capitales desviados por la corrupción, la reactivación del aparato productivo y la generación de empleo copan todos los espacios de debate. Muchos demandan contar con un vicepresidente de baja intensidad pública pero de alta vocación técnica.
Lo que no se ha considerado es que cualquier ajuste a las finanzas públicas exigirá un diálogo fluido entre los poderes representativos del Estado y eso demanda la presencia de un operador político experimentado y no solo de un profesional técnico.
Estamos en un momento en el que cualquier pugna institucional podría arriesgar la permanencia del titular del poder Ejecutivo. Las amenazas de empantanar el clima institucional para posibilitar el retorno del mesías de la década ganada deberían anticipar un antídoto para la inestabilidad institucional.
Lo dice la Historia de las más recientes crisis presidenciales. Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez caminaron por pisos resbalosos tras instalar gabinetes dominados por integrantes de sus partidos, además de independientes; tuvieron poca fuerza legislativa, se vieron obligados a recurrir a los acuerdos de poder sin una coalición de gobierno y confiaron el diálogo político a secretarios que pudieron hacer poco frente a las crecientes demandas de los bloques congresales. En cuanto quisieron impulsar sus reformas económicas las crisis políticas los devoraron vivos. ¿Qué expresan estos momentos de las crisis institucionales?
Para no cometer estos errores es urgente privilegiar lo político, nombrar a un vicepresidente político que calme las aguas, dialogue con los disimiles y archive la idea peregrina de que necesitamos un vicemandatario técnico. (O)
