Venezuela vive uno de los periodos más duros de su historia contemporánea, después de casi dos décadas de un gobierno autodenominado del socialismo del siglo XXI. El país caribeño ha pasado de ser una de las naciones más ricas de la región, a ser el país con mayor inflación, con mayor migración, con mayores niveles de violencia, entre otros muchos indicadores.
La hambruna por la que hoy pasa el pueblo venezolano está generando una situación social preocupante para gran parte de Latinoamérica, excepto para el propio gobierno venezolano que parece ser ajeno a esta realidad. Esto aumenta el nivel de alerta para los países vecinos; el puente internacional Simón Bolívar, que une Venezuela con Colombia, se ha convertido en el icono del drama venezolano. Miles de ciudadanos de este país cruzan diariamente esta frontera con la intención de encontrar una opción que les permita alimentarse, que les dé la oportunidad de tener una vida digna, esa misma oportunidad que el gobierno de Maduro les ha robado.
La comunidad internacional debe aceptar la existencia de lo que ya es una crisis humanitaria, pero fundamentalmente los países latinoamericanos deben reaccionar ante esta realidad.
Esto pasa por activar los fútiles foros regionales, tales como Unasur, Celac, OEA, y ejercer una real presión que obligue a Venezuela a enfrentar esta crisis social, económica y política, que se ha perpetuado y multiplicado con el gobierno de Maduro.
Criticar simplemente el posible intervencionismo de Estados Unidos, o las acciones unilaterales de algunos gobiernos, como el peruano y colombiano, no es la solución. Esto pasa por coordinar acciones desde nuestra región, por dejar a un lado las absurdas lealtades ideológicas y con urgencia trabajar en resolver una tragedia que viola los derechos más básicos de las personas: alimentación, salud, integridad física, entre otros. El silencio cómplice, las medidas o propuestas tibias no contribuirán a solucionar el drama venezolano. (O)
