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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Venezuela, entre maniqueísmo y violencia

25 de febrero de 2014

@mazzuele

¿Existe una forma para concebir la política como un conjunto de prácticas e instituciones que reconozca los antagonismos sociales sin que estos se enrumben en los peligrosos rieles del fanatismo? En estas semanas el mundo ha sido testigo de una variedad de sangrientos choques sociales, desde Venezuela a Ucrania, pasando por Bosnia y la República Centroafricana. Abundan los relatos que pretenden reducir estos enfrentamientos a luchas de carácter moral entre los malos y los buenos. Si bien la división de la sociedad a la Carl Schmitt tiene mucha relevancia en la construcción de los antagonismos -linfa vital de la política, verdaderos antídotos a las derivas tecnocráticas-, es importante trazar una línea lo suficientemente espesa que divida lo que aporta a la construcción de una sociedad democrática de lo que en cambio la menoscaba.

Es sobre el país sudamericano que quisiera detenerme. Se disputan el partido del análisis dos lecturas opuestas. Por un lado, la Revolución Bolivariana vive la ola de incesantes manifestaciones estudiantiles como una amenaza auspiciada por la CIA y teledirigida por las oligarquías locales que intentan derrumbar de manera antidemocrática los logros del chavismo y restaurar el orden imperialista y neoliberal. Por el otro, un gobierno tiránico y despreocupado de la grave crisis desatada por la inflación, el desabastecimiento y la inseguridad agrede el legítimo derecho a la protesta, coadyuvado por bandas irregulares de jóvenes armados sin escrúpulos. En el medio, insultos, golpes bajos, mentiras y balas perdidas.

¿Existe entonces la posibilidad de una izquierda que derrote a sus adversarios políticos y defienda sus logros sin suprimir el pluralismo?El contexto venezolano ya no se presta a juicios tan nítidos: el juego detractores vs. defensores ignora irresponsablemente la complejidad de los acontecimientos. Ahora bien, el chavismo sigue siendo una referencia para la lucha al neoliberalismo, la palanca a través de la cual se ha abierto un espacio de importante y necesitada experimentación democrática en los últimos 15 años en América Latina. Además, no todas las protestas de estos días tienen un carácter genuino o democrático. Guiadas en su mayoría por un golpista criollo, las protestas estudiantiles han sido acompañadas por la difusión de fotos falsas circuladas en la web y por la hipócrita moraleja de los países occidentales.

Sin embargo, más allá de la cortina de humo levantada alrededor del chavismo, toman cuerpo cada vez más unas tendencias preocupantes que, en pos de la misma salvaguardia del proceso, es preciso mencionar. En otras palabras, ¿es posible denunciar un manejo económico mediocre, un caos institucional endémico, una corrupción alarmante, un presidente inepto y una falta de apertura hacia las ideas ajenas que roza el autoritarismo sin ser tildado de antirrevolucionario? Hay que medir cuidadosamente hasta dónde es posible jugar con el maniqueísmo.  

¿Existe entonces la posibilidad de una izquierda que derrote a sus adversarios políticos y defienda sus logros sin suprimir el pluralismo? El caso de Venezuela es emblemático, ya que, desde su génesis, ha intentado trazar una vía al socialismo que pretendía ser diferente de los experimentos del siglo pasado. Una revolución en democracia, se decía. En este sentido, la izquierda no debe suprimir los logros de las instituciones liberal-democráticas, sino trabajar para radicalizarlos. Vale recordar que las elecciones libres son solamente uno de ellos.

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