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El Telégrafo
Fander Falconí

Valor del trabajo en el hogar

05 de noviembre de 2014

Para comenzar, ¿por qué hablamos de trabajo? No digo que no debamos hacerlo, pero creo que en una visión más amplia y menos economicista se debería hablar de actividades humanas.

Hablamos de trabajo como la única posibilidad de actividad de los seres humanos, o al menos de la única que interesa a la economía, y lo peor del caso: hablamos en forma usual de ‘mercado de trabajo’ como un mecanismo de intercambio mercantil. En mi opinión, resulta deplorable tratar a los seres humanos como mercancías intercambiables en los mercados.

En las sociedades de mercado la actividad humana tiene valor (de cambio o mercantil) si se intercambia en alguna actividad ‘productiva’ de bienes y servicios.

Valorar el trabajo no es tan fácil. Si una PhD se queda sin empleo o decide abandonar su laboratorio para dedicarse a cuidar a su hija durante su primer año de vida, ¿cuánto cuesta esa actividad? Una opción sería valorar ese ‘trabajo’ a precios de mercado, es decir a lo que se paga a una empleada doméstica; otra sería valorarlo a costo de oportunidad, es decir a lo que ganaría esa PhD en su actividad usual; otra, en fin, sería calcular un promedio de algunas remuneraciones e imputarle ese precio a esa actividad para, multiplicado por el número de horas, encontrar un valor (¿de cambio?) que contabilizar para tener un Producto Interno Bruto (PIB) más importante.

Uno de los aspectos que más se ha estudiado sobre esto es el del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, realizados en su mayoría por las mujeres, debido a un orden social injusto.

Lo que ha propuesto el feminismo, entre otras cosas, es valorar ese mercado e incluirlo en el sistema de cuentas nacionales. Reconocer el trabajo doméstico no remunerado y voluntario, e incluirlo en la contabilidad nacional, es algo básico.

El INEC acaba de calcular el trabajo no remunerado de los hogares sobre la base de las encuestas de uso del tiempo. Es un paso adelante. De acuerdo a la metodología utilizada, el valor monetario de las actividades de culinaria, limpieza y aseo es igual al tiempo que dedican multiplicado por la remuneración promedio del trabajo doméstico. Otras actividades, como el cuidado de personas, se valoran con la remuneración promedio del sector al que pertenecen.

En 2010, el trabajo no remunerado alcanzó el 15,4% del PIB (las mujeres aportaron con el 12% y los hombres con el 3,4%). Se trata de una contribución mayor a muchas actividades económicas, incluso a la extracción de petróleo (9,3%).

Hoy por hoy, las actividades humanas, como el cuidado solidario, o las que se realizan en el hogar, no tienen valor de cambio, aunque su valor de uso o su utilidad concreta es fundamental para la reproducción social. De lo anterior se infiere que es necesario recuperar los valores de uso, y no solo los valores de cambio.

Un siguiente paso sería utilizar otras medidas que no estén solo restringidas al ámbito monetario. El debate tendría que extenderse también a otros aspectos fundamentales, como son el injusto determinismo de los roles en el hogar, las relaciones entre desigualdad, género y exclusión social, género y medio ambiente.

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