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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Urge salvar la democracia

19 de junio de 2015

Jugar con fuego: eso hacen los desestabilizadores en Venezuela, Ecuador o Argentina. Diversos países, iguales sectores empresariales y reaccionarios, parecidos procedimientos de desestabilización. Venezolanos opositores que se suben a buses para predicar en favor de la agitación social. No es en Venezuela, es en Ecuador. Una situación sorprendente; y que si alguien apoya dentro de Ecuador, estaría sembrando una semilla de discordia que -a largo plazo- puede ser desastrosa para todos.

El 16 de junio se cumplió en Argentina un nuevo aniversario de los bombardeos sobre Plaza de Mayo en contra del gobierno del primer peronismo, los que dejaron alrededor de 400 muertos. La Marina y sectores de la Aviación fueron los responsables de matar a sus propios compatriotas indefensos. Algunos creyeron que, en nombre de matar/voltear a Perón, todo se justificaba. Tres meses después, en septiembre de 1955, daban el golpe de Estado, apoyados por una parte de la sociedad civil: eran los más acomodados, enardecidos desde los medios de información opositores.

Algunos creyeron, absurdamente, que terminarían de esa manera con el peronismo.  Encarcelaron dirigentes, y prohibieron no solo al Partido Peronista y a diversos sindicatos -otros fueron intervenidos- sino que se llegó al conjuro fetichista de declarar ilegal la enunciación de las palabras “Perón” o “Eva Perón”.

El peronismo pasó a ser el sector proscripto del sistema político, y como tal, cada vez más imborrable e idealizado. Creció en la oposición y la resistencia, boicoteó elecciones donde no se lo dejaba participar, organizó huelgas y luchas sociales. En 1973, tras 18 años de desencuentros y enfrentamientos entre argentinos, el peronismo volvió a ser gobierno.

La conclusión: solo por elecciones y consensos se desplaza a un gobierno. Si se lo hace por la fuerza, la desestabilización o la violencia, seguro que ese gobierno retorne en el futuro. Más, si se trata de un gobierno que ha mejorado la situación de los sectores populares, pues el contraste con el posterior abandono no suele dejar lugar a dudas sobre lealtades e identidades políticas de los sectores más pobres de la sociedad. Mientras, el período intermedio entre quitar a ese gobierno y reponerlo, se convierte en una pesadilla para todos los actores sociales, cualquiera sea su condición económica o su posición política.

Torpe noción de quien crea que la simple apelación a la agitación será un logro hacia una imaginada caída de Correa. Esta es altamente improbable por los apoyos que ese gobierno concita -incluso en el plano internacional, que hay que tener en cuenta-, pero a la vez, en el raro caso de producirse, sería lamentable; porque la interrupción abrupta de los mandatos constitucionales es la instalación de una caja de Pandora, de la que luego puede emerger cualquier monstruo, o incluso varios de estos.

La democracia es defendible por todos. Que nadie se confunda en la actual Latinoamérica: tener diferencias con un gobierno es diferente de abominar del sistema. Quien no se sienta representado por un gobierno, tiene el derecho a la diferencia y a su expresión democrática. Pero la disidencia no es pretexto para la antiinstitucionalidad, la violencia o la antidemocracia; y cuando se llama a los demonios de los poderes ‘fácticos’ por fuera o encima de la ley, se corre el riesgo de prender una llama inmanejable, que podría luego incendiar a los mismos que la produjeron. (O)

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