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El Telégrafo
César Hermida

Universidad, ciencia y valores

31 de mayo de 2014 - 00:00

La ciencia es una forma de conciencia social occidental. Creó un método para las necesidades de la razón, para el cerebro, pero alejado del corazón, de los sentimientos y de los valores éticos que mueven la voluntad. Creía que la verdad era el ‘bien’, pero en la práctica se alejó de la ética que son las normas y principios de la supervivencia colectiva, a diferencia de la moral, que son las establecidas por el poder de la autoridad. La ciencia se dividió en disciplinas, ‘neutrales’, legitimadas por expertos, pero libres de valores. Durante el siglo XX la ciencia hizo crisis (‘crisis de paradigmas’ de Kuhn), provocando rupturas (’rupturas epistemológicas’ de Bachelard). Todo se volvió relativo (la ‘relatividad’ de Einstein), tomando los caminos de las incertidumbres. Además de las inseguridades y riesgos teóricos, la ciencia optó por los senderos de la destrucción y la guerra, y se puso al servicio del mercado del capital.

La crisis de la ciencia fue también de la universidad. Se enseñaba ciencia y tecnología para profesiones que debían tratar la vida, la naturaleza, las aplicaciones prácticas, pero que carecían de norte sobre las humanidades y las necesidades éticas. La universidad había descuidado el cultivo de los valores, como la solidaridad, honradez, veracidad en opiniones y conductas, equidad social, y otros que, más allá del individualismo, se referían a la relación con los otros, la otredad.

Los procesos duales de enseñanza-aprendizaje no relacionaban los conocimientos del cerebro con las necesidades subjetivas del afecto que llevan a lo volitivo en donde reposan los valores. El conocimiento no es todo, a la academia le hace falta, además de las prácticas neuromusculares, los valores que mueven las conductas. Las evaluaciones académicas deben comenzar por las autoevaluaciones de participación colectiva para perfeccionar los procesos científicos, tecnológicos y de responsabilidad ética.

El Estado ecuatoriano, con sus políticas de educación superior gratuita, de exámenes nacionales de ingreso y egreso, de oníricos fondos para que estudiantes y profesores vayan con becas a las mejores universidades del mundo, debe, en el marco del diálogo Universidad-Estado, contribuir a mejorar la calidad universitaria, no solo en los campos teóricos y tecnológicos, sino en el cultivo de valores subjetivos, sobre todo en los actuales escenarios de intereses mercantiles que buscan ganancias, incluso, a costa de los intereses del bien común o el buen vivir.

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