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El Telégrafo

Universalidad vs. particularismos en las elecciones ecuatorianas

12 de febrero de 2013

Tras una atracción durada algunos años, algunos pedazos de la izquierda europea y norteamericana se han distanciado progresivamente de Rafael Correa. Mientras avanzaban una crítica estructural del rumbo de la Revolución Ciudadana, en la cual se rescatan solamente algunos esporádicos elementos de la acción del Gobierno ecuatoriano, los mismos sectores han ido manifestando su cercanía con Alberto Acosta, considerado más afín a su ética política. No debería sorprender que una izquierda acostumbrada a perder e incapaz de ejercer una influencia hegemónica desde hace ya varias décadas decida respaldar a un candidato minoritario y encuentre en él mayores similitudes que con Rafael Correa.

No se trata de una provocación, sino de una cercanía filosófico-política real de la cual se desprenden diferentes pensamientos estratégicos en el seno de la izquierda.

En las demandas sociales podemos distinguir un fisura constitutiva: estas están compuestas por un elemento diferencial y un elemento equivalencial.

El primer elemento resalta la autonomía de la demanda específica respecto a las demás, mientras el segundo, en cambio, constituye la posibilidad de que una demanda se ligue a las otras. Una cierta lógica de la praxis política de la izquierda occidental, influenciada por el pensamiento del filósofo italiano Toni Negri, postula la necesidad de la multiplicación de las demandas, mas no prevé ningún tipo de articulación política entre ellas.

Es decir, favorece el primer elemento de la fisura constitutiva, dejando entrever su preferencia por la defensa del particularismo de la demanda. En América Latina, las experiencias políticas de los últimos años han apostado a un curso distinto. Parten de la necesidad de superar los sujetos clásicamente identificados, según las diferentes teleologías políticas, como los encargados de llevar a cabo un proyecto emancipador, a la vez que rechazan las lecturas posmodernas que rehúyen  la búsqueda de una universalidad.

Los experimentos latinoamericanos hablan un idioma que los coloca cerca del pensamiento gramsciano: en tal sentido se apartan de todo tipo de determinismo y ponen en la mesa la necesidad  de construir una voluntad colectiva, siempre precaria e inestable, a través de la interpelación hegemónica. ¿Qué significa eso? Significa operar política, ideológica y culturalmente para que diferentes demandas se unan en una cadena equivalencial, de tal forma que la demanda nodal que estructura la cadena proyecte su influencia más allá de su limitado alcance.

Debemos a Ernesto Laclau el desarrollo más original del pensamiento de Gramsci hacia una teorización más compleja del concepto de hegemonía.

¿Cómo se declina todo esto al contexto ecuatoriano? Alberto Acosta es portador de una serie de demandas particulares y su capacidad de aglutinación de otras peticiones societales es débil: la acción de su parte política piensa en la defensa de unos pocos sectores y de sus instancias, sin una visión más general. Por ejemplo, ¿qué tiene que decir Acosta a los moradores del Guasmo de Guayaquil? Rafael Correa, en cambio, encarna, en esta coyuntura histórica, una universalidad: su capacidad de articular al bagaje de la izquierda demandas no tradicionalmente asociadas a ella ha permitido a la misma salir del rincón a la cual había sido confinada.

Por eso gana: al trascender el particularismo de las demandas, su proyecto político se vuelve hegemónico. Una lección para la izquierda radical europea, encerrada en sus categorías y sin capacidad de emocionar a la gente.

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