No dejemos que esta sea una Navidad más. Busquemos la inspiración humanitaria y demos eficacia al amor al prójimo, máxima del compromiso cristiano en pro de la equidad.
No olvidemos que en Quito, Patrimonio Cultural de la Humanidad, viven casi 5.000 seres humanos en las calles, y entre las injusticias sin fin que existen, encontramos el caso increíble de una familia numerosa de honestos recicladores a punto de perder el terreno donde sobreviven en una mediagua, en posesión pacífica y permanente desde 1970. La hija mayor nació allí hace 47 años, y vive hoy su viuda madre con sus demás hijos. Pueden ser expulsados de un momento a otro, por falta de encontrar protección jurídica efectiva en defensorías públicas, de pueblos y atenciones universitarias a las que han acudido por años.
Será porque prevalecen las ideologías, actitudes y comportamientos de la Inglaterra del diciembre de 1843, cuando Charles Dickens escribió su breve cuento A Christmas Carol, en el que cuenta la historia del anciano Scrooge, avaro, egoísta, explotador.
Me viene a la mente este personaje típico del capitalismo industrial del siglo XIX, que parece que transitara por nuestras calles.
Da tristeza el desamparo de niños y familias en la indigencia, como en África, Siria, Palestina, invadida por Israel, rechazados en muchas partes, y ver esa misma situación entre los indigentes de nuestros propios países.
Siento la ansiedad de las palabras de un sacerdote sirio, al referirse a los niños, familias de Alepo, y de refugiados en el mundo, que sufren las atrocidades de la guerra, de la injusticia y corrupción: “¿Qué decir? ¿Qué hacer? ¿Cómo apoyar a tantos niños y familias en la miseria? ¿Cómo proporcionar un apoyo psíquico, humano y espiritual que les permita vivir a los niños plenamente su infancia?”.
Un reto para el mundo que se dice seguidor de Jesús de Nazaret, que debe construir una civilización de amor eficaz y equidad. (O)