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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Una alforja de libros

10 de marzo de 2016 - 00:00

En los lejanos tiempos de mi infancia, el principal medio de transporte que existía eran las acémilas. Y para transportarse en ellas la gente había inventado la silla de montar, que tenía como aditamento fundamental la alforja, una especie de talega de cuero o de lienzo fuerte, con bolsas a los extremos, que generalmente se usaba para llevar los alimentos del viaje.

De este invento derivó otro, que fue la alforja campesina o alforja de mano, que las gentes pobres, que no tenían acémilas, usaban para cargar en uno de sus hombros alguna pequeña carga que transportaban, constituida por alimentos, frutos o ropas.  

Era un tejido grueso, de unos 35 cm. de ancho y 120 de largo, al que luego se le doblaban y cosían los extremos para que formaran dos bolsas de buen tamaño, dejando al centro una parte libre destinada a reposar sobre el hombro.

Se destacaron por su destreza en tejerlas las provincias de Manabí, Loja y Azuay, que usaban para ello algodón local o del norte peruano, al que tinturaban para formar listones de colores.

Hace poco he vuelto a recordar las alforjas campesinas y sus variados usos porque la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Loja, me ha hecho el invaluable regalo de una bella alforja campesina repleta de libros.

Si esta alforja de algodón coloreado, tejida y cosida a mano, es ya una espléndida obra de arte manual, el contenido resultó ser todavía más importante, pues en ella venían las últimas publicaciones de ese querido Núcleo, gestadas bajo la mano sabia y generosa de Félix Paladines.

Son estas: Dos libros del gran poeta y suscitador cultural Carlos Manuel Espinosa, rescatados del olvido: Sin velas desvelado. Memorias de un mal estudiante y un tomo de su correspondencia con notables escritores ecuatorianos y extranjeros.

Un libro sobre Héctor Manuel Carrión, el hermano mayor de Benjamín, titulado La extraña soledad del corazón. Y una edición ampliada de Una mujer total. Matilde Hidalgo de Prócel, de Jenny Estrada. Dos tomos de El último rincón del mundo, ensayos literarios y recuerdos de Alejandro Carrión, junto con su novela Muerte en su isla y una compilación de sus Cuentos Selectos.

También un poemario de Carlos Eduardo Jaramillo: Blues de la calle Loja, un ensayo de Félix Paladines sobre Los Oradores Lojanos, y un libro del cientista social holandés Wim Dierckxsens, titulado Susy y el mundo del dinero, destinado a enseñar las bases de la economía política a los niños y jóvenes.

Y como yapa venían los últimos números de la afamada revista Mediodía, uno de ellos dedicado al centenario del maestro Eduardo Kingman, iluminado con su cuadro La Costurera, de 1947, tan bello como su otro cuadro llamado La Visita.

Esto me ha hecho recordar que todavía habito en la Galaxia de Gutenberg, ese mundo de letras impresas que inventó un orfebre alemán, allá por el año 1449, y que todavía se mantiene en plenitud. Nací, crecí y he vivido en esta galaxia de papeles impresos, donde aprendí a leer y escribir y más tarde me volví adicto a libros, periódicos y revistas.

Y por lo mismo esta alforja de libros es el más grato e inesperado regalo que podía recibir un lector como yo. Gracias, Félix, por tu regalo. Gracias, Loja, por tu cultura. (O)  

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