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Montevideo, abril de 1924. El puerto despedía un barco a vapor. No existían vuelos transatlánticos; el cielo no se cruzaba, se contemplaba como un arcano inalcanzable. A bordo viajaba la selección charrúa, rumbo a los Juegos Olímpicos de París. Era la primera vez que un equipo latinoamericano disputaba un partido oficial en suelo europeo. Uruguay debutaría ante Yugoslavia en el encuentro inaugural. Días antes, los europeos enviaron emisarios a espiar la preparación sudamericana. Los uruguayos, advertidos, decidieron burlarse del prejuicio: se entrenaron enviando pelotas al cielo, tropezando entre ellos, pateando sin dirección, como si el desatino fuese doctrina. Los espías regresaron riendo:
—“Vinieron de tan lejos… pobres, no saben a qué juegan.”
Finalizó el Mundial de Clubes FIFA 2025, un certamen de nuevo cuño, con formato ampliado y ecos de las nuevas arquitecturas del fútbol global. La FIFA eligió a Estados Unidos como sede estratégica, antesala de la Copa del Mundo de 2026, que también se jugará en su territorio. De siete clubes se pasó a treinta y dos; desde ahora, se celebrará cada cuatro años. Pero no solo cambió la estructura: también el modo de verlo, de vivirlo, de consumirlo. El torneo incluyó cámaras en los árbitros, VAR en pantallas gigantes, sensores en los balones, inteligencia artificial recolectando datos al instante, y entrenadores que ya no entregan papelitos, sino que hacen los cambios desde una tablet. Brilló el espectáculo, pero el calendario se resintió. Se habla de saturación, de cuerpos sin descanso, de mentes al límite. El show exige cada vez más, y los que lo juegan, cada vez menos.
Al otro lado del campo, donde el césped aún guarda algo de verde y poco de oficina, la reciente final entre Paris Saint-Germain y Chelsea volvió a poner a Ecuador en lo alto del fútbol mundial. Moisés Caicedo alzó la Copa del Mundo de Clubes y confirmó por qué es el mejor del mundo en su posición. Su consagración no solo celebró el presente, sino que tocó las cuerdas de la memoria: 59 años después de Alberto Spencer, un ecuatoriano volvió a escribir su nombre en la historia mundial del fútbol de clubes.
Uruguay venció 7-0 a Yugoslavia. Desde entonces, el fútbol cambió para siempre. Los ingleses de pase largo y pelota alta se enfrentaron con los de pelota cortita y al pie. Las multitudes se arrumbaban en los estadios para ver a esos hombres jugar al fútbol como si fuera ajedrez. Las brujerías y travesuras con la pelota llegaron desde lejos, desde el sur.