El 12 de enero, el presidente Correa inauguró el Sistema de Control de Inundaciones Cañar y Naranjal, uno de los denominados megaproyectos de la Revolución Ciudadana. Este no es un artículo acerca del Proyecto. Es un gran proyecto. Es un proyecto necesario. Es, también, un proyecto que no ha iluminado la imaginación de los medios, pero no por eso el proyecto carece de importancia. Este es un artículo acerca de lo que el presidente Correa dijo.
Su discurso transcurrió entre los detalles técnicos del proyecto, la naturaleza de la Revolución Ciudadana (RC), las proyecciones para este año, la institucionalidad estatal, su usual reproche a la oposición, y la enumeración de los aciertos de 9 años de gobierno, como si se vinieran elecciones. Retomó el aspecto ciudadano de gobernar: “No hay nada que agradecer. Estamos haciendo lo que tenemos que hacer”. Claro que también hubo su buena dosis de “gracias a la Revolución Ciudadana”, pero parece que, retóricamente, se está regresando a nombrar a la ciudadanía como el eje conductor de lo que significa “hacer gobierno” (algo que también está presente en ese segundo paquete de enmiendas, que busca ser creado “desde la ciudadanía”, según el Presidente).
A los veinte minutos de su discurso, el presidente Correa habló sobre el reconocimiento que ha tenido la Revolución Ciudadana en todos los campos. “No es suficiente (el reconocimiento)”, dijo. “Necesitamos un pueblo movilizado”. Pero aquí hay una disonancia entre el discurso de ‘lo ciudadano’, y el rol del ‘ciudadano’ frente a la RC. El Presidente exhorta a la movilización, no como un mecanismo de participación en un proyecto político, sino como un mecanismo de legitimación de un proyecto político. Parecería que la movilización, según Correa, no debe ser crítica, ni cuestionadora ni opositora, sino que debe ser simpatizante y reivindicadora de lo conseguido, en la manera que se lo ha conseguido. Es decir, la RC es infalible (y esta percepción de lo crítico es tema para otro artículo).
El pueblo movilizado, entonces, se reduce al simpatizante dogmático y miope. Eso no es pueblo. Pero la disonancia pasa de ser retórica a ser cognitiva, cuando conceptualiza, a través de su discurso, el rol del Estado y del ciudadano. “$ 1.456 le cuesta al Estado atender (a un paciente que necesita de) la hemodiálisis”. ¿Le cuesta al Estado? No le cuesta al Estado, nos cuesta a todos los ciudadanos. Y es un costo bueno. Es un costo necesario. No es un gasto, sino parte de un contrato social implícito de lo que buscamos como sociedad.
Pero el discurso, y la concepción epistemológica del aparato estatal, según el Presidente, sigue decantando por una separación entre lo público y el público. Muy a pesar de buscar al ciudadano, todavía lo percibe, al ciudadano, como otro a quien se debe servir desde el Gobierno, y no como un partícipe activo del accionar del Gobierno y, más importante aún, de la construcción del Estado. “La Revolución eres tú”, entonces no significa que la Revolución la construyen los ciudadanos, sino que la Revolución está al servicio de los ciudadanos, que al final es estar al servicio de la propia Revolución, de su reproducción y perpetuación, y no como eso que se prometió hace nueve años: “Revolución Ciudadana”, énfasis en lo de Ciudadana, que Revoluciones han existido muchas.
La construcción de la política desde lo ciudadano no puede ser el Gobierno desde quienes apoyan irrestrictamente al proceso, a cualquier proceso. A la Revolución Ciudadana le falta mucho de Ciudadana, precisamente porque eso significaría construir un Estado desde las voces críticas de la ciudadanía. Sería confrontarse con la realidad de nueve años con aciertos, pero con muchos errores. Y sería entender que disentir y criticar, algo que no parece entrar en los parámetros de movilización y ciudadanía del Presidente, son también parte de la Revolución. (O)
