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¿Estamos listos en Ecuador para un gobernante cuya lengua materna es el kichwa? ¿Seremos capaces de sobreponernos a los prejuicios tercermundistas y a los complejos que nos acorralan?
Escribo esta columna sin tener certezas sobre quién acompañará a Andrés Arauz en la recta final de abril. Lo que sí tengo claro es que el segundo clasificado al balotaje llegará desgastado por los cuestionamientos de su contrincante, que posiblemente impugnará los resultados. Una necesaria pérdida de energía que pondrá cuesta arriba cualquier intento de acercamiento.
Ambos, son caras de la misma moneda de la discriminación. Más allá del congelamiento de los depósitos, a Lasso lo persiguió la sombra de banquero millonario. Porque eso, en un país al que le dieron jarabe de resentimiento social por más de diez años, es una credencial nefasta. Y lo mismo sucede con Pérez a quien se lo marca como uno de los cabecillas de octubre de 2019, aunque buena parte de la resistencia que genera se origina en su identidad indígena.
Por supuesto y más allá de cualquier lunar, Ecuador está preparado para digerir un presidente de saco y corbata. Lasso ha demostrado por capacidad y trayectoria tener un perfil totalmente presidenciable. Pero una buena parte del electorado, sobre todo el votante urbano de Twitter, ha perdido de vista quién es Yaku Pérez. Le basta con saber que está vinculado a la Conaie para descartarlo. En el imaginario de la gran ciudad alguien con el sello de Pachakutik es una persona perteneciente a otra realidad, que coquetea con el golpismo y a la que solo vemos parcialmente cada que un paquetazo sube los humos populares.
La comunicación política, empezando por sí misma, es la venta de ilusiones; y en ese trajín se van apilando un montón de leyendas. Lasso ha sido duramente estigmatizado, pero Pérez ha sido ignorado pese a que su perfil, como producto o personaje electoral, es un sueño para cualquier asesor político: toca el saxofón, es un autor publicado con varios estudios de posgrado, es elocuente, aterrizado y empático. Es un padre esforzado y cariñoso y, por último, es al que mejor le fue en el bendito TikTok.
Su discurso sostenido en el triple eje de libertad, justicia y defensa de la naturaleza conectó de inmediato con el electorado joven, activista y milenial, que no suele adolecer de los prejuicios endémicos del Ecuador como el racismo o el regionalismo.
Lasso ya reconoció su valía en una entrevista con el portal La Posta hace pocos días y ojalá ese sea un paso para que el electorado sectario y más conservador puede al fin tener una actitud inclusiva. Y si es Lasso quien finalmente llega a la segunda vuelta, sería un gesto enorme que el representante del grupo más vulnerable del país se acerque a un ícono de la clase pudiente. El tiempo de Yaku Pérez debe ser el tiempo de la reconciliación, que tanta falta le hace a este país roto con las mañas del populismo, los miedos y la ignorancia. Debe ser también el tiempo para descubrirnos y darnos las manos. Al fin y al cabo, nunca llegaremos a ningún lado si nos seguimos poniendo zancadillas entre hermanos.