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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Un político light, según Felipe Burbano

14 de diciembre de 2014

El ahora columnista de El Universo, en la semana que termina, ha calificado a Mauricio Rodas como un político light, debido a “su poca densidad política e ideológica” y “a un estilo político centrado en cuidar la imagen y popularidad”, por lo cual “pretende ser un alcalde de todos, pero a condición de no proponer mucho ni hacer olas”.

Es ese mismo alcalde por el que votaron más de la mitad de sus electores (posiblemente también el propio Felipe) en contraposición a un modo de hacer política con tesis, confrontativo, polémico y propositivo, con densidad ideológica. Seguramente Felipe escribió a partir del retrato de político que se dibujó el alcalde capitalino en su primer discurso en el aniversario de la fundación de la capital. A mí me dejó claro que no entiende la quiteñidad ni tampoco la explora, apenas la mira como un escenario geográfico y una tarima.

¿Y no es ese estilo el que en su momento Felipe criticó en Jamil Mahuad, ese alcalde encantador que sabemos dónde terminó cuando ejerció la Presidencia? ¿Acaso no son esos políticos light los que demandan ciertos analistas y prensa con el solo afán de ponerse del otro lado de un Rafael Correa que propone y confronta? Entonces, ¿a qué viene ahora la crítica a ese alcalde que busca ‘cuidar los bolsillos de los quiteños’ e inaugurar la supuesta nueva política? ¿No fue esa misma imagen la que proyectó en las presidenciales de 2013 el ahora alcalde, que en alguna medida critiqué en esta columna?

En lo que no coincido con Felipe es que sí hay ‘olas’ de este alcalde, pero han sido bien tapadas por cierta prensa, que jamás le hubiesen perdonado a su predecesor. Y hay algo más que requiere de mejor reflexión, señalado por el mismo Felipe: “No hemos visto una visión cultural de la ciudad... Un festival de música, posible de realizarse en cualquier momento del año, difícilmente puede constituirse en un referente cultural ligado a la historia de la ciudad”. Claro, basta ver qué hace Rodas y su Secretaría de Cultura para entender que más pesa el marketing y el ‘eventismo’, un ‘onegenismo’ raro y algo de performance sin densidad ideológica, con enorme voluntarismo light.

Obviamente, todo eso, como dice Felipe, “lleva a cierta inmovilidad de los ciudadanos, a no saber por qué jugarnos, qué discutir, por qué pelearnos, en el buen sentido”. Y, ojo, que eso de por qué pelearnos, “en el buen sentido”, ha sido la marca de estos ocho años, cuya mayor expresión está en la Constitución de Montecristi y en algunas políticas públicas, obras y posturas.

Esto nos devuelve a la política en su esencia, que no entienden algunos moralistas: confrontación, conflicto y gestación de nuevas realidades. La política light -quizá en la cabeza de Jaime Durán y su pupilo- conviene para desplazar con buen marketing las necesidades de fondo de sociedades complejas y complicadas por unas estructuras sociales que requieren propuestas más allá de las encuestas y los moldes liberales. A Quito y a Ecuador no le hacen falta primeras damas y cero densidad ideológica para afrontar una transformación de fondo.

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