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Lucrecia Maldonado

Un mundo para todos

01 de julio de 2015

Llama la atención por qué, en una época en donde el matrimonio está más bien desvalorizado, hay un afán tan grande entre un sector de la comunidad LGBTI por poder legalizar sus uniones. Incluso existen otros sectores dentro de la misma comunidad homosexual que se cuestionan profundamente el deseo de algunas personas gays o lesbianas por casarse o por adoptar niños, pues consideran que no se trata de reproducir el esquema de familia tradicional, sino más bien de romper con él en aras de la manifestación de una sexualidad más libre.

En días pasados se vio con alegría por parte de muchos, y con gran desilusión por parte de otros, la aprobación en todo el territorio de Estados Unidos del matrimonio igualitario. Como se trataba de Estados Unidos, la manifestación a favor fue mucho más ruidosa y llamativa que cuando se ha aprobado en otros países. Sin embargo, también hay reacciones en contra. Un pastor de una iglesia en Texas anunció, días antes, que si se aprobaba la posibilidad del matrimonio igualitario se prendería fuego. Hasta la fecha no se sabe qué es de él, si lo hizo o no. Tal vez recapacitó ante la evidencia, quién sabe.

Pero por otro lado también reaparece una serie de razonamientos sin mayor sustento. Por ejemplo, aquello de que la adopción por parte de una pareja del mismo sexo expone a los niños a tener experiencias sexuales traumáticas y de abuso. Aquí solamente se plantearía una reflexión: una de las situaciones más dramáticas que enfrentan niñas y jóvenes en el mundo es la violación sistemática por parte un padrastro o un padre, en el peor de los casos. Es una situación que se da en familias tradicionales, nacidas de una unión heterosexual, pero que nadie toma en cuenta en el momento de expresar prejuicios o rechazos. Porque si nos vamos a las estadísticas y a las consecuencias, tal vez se tendría que terminar prohibiendo el matrimonio heterosexual o la custodia de niños y niñas por parte de parejas formadas por miembros de diferente sexo.   

Nos guste o no, vivimos en un mundo diverso. Y somos seres sexuados, sexuales y afectivos. Desde siempre existieron orientaciones sexuales que no se ajustaban a la normativa heterosexual y patriarcal imperante aun en nuestros días. Y de alguna forma se dieron modos para manifestarse incluso dentro de la más estricta normativa social o la más cruel represión, casi siempre religiosa. La idea, más allá de superar una normativa o de entrar en ella, es construir una sociedad incluyente, un mundo para todos. (O)

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