Aproveché una breve permanencia en mi ciudad natal, Guayaquil, para satisfacer mi curiosidad natural de ir a conocer aquello de lo que se ha hablado tanto: el Parque Samanes y, créanlo y vívanlo ustedes en carne propia, me quedé sorprendido y desconcertado porque estaba ante un verdadero milagro de transformación de la naturaleza.
Para narrar lo que impacta sobremanera, hay que detectar que se trata de una obra dedicada al servicio de todo el mundo, espacio al que pueden asistir desde los más pobres entre los pobres hasta los más aniñados habitantes de esta gigantesca urbe, porque no tiene fines de lucro.
El estadio de fútbol que lleva con justicia el nombre del ‘Chucho’ Benítez es una joya auténtica, con cancha reglamentaria de césped e iluminación completa y de primera clase, graderías, cabinas de transmisión, baños también de primera, áreas especiales para discapacitados, parqueaderos y todo lo que seguramente tienen en otros países que son desarrollados.
Se pierde la vista cuando se observan las canchas de uso múltiple que sirven para indorfútbol, básquet, tenis y competencias atléticas. Hay varias lagunas artificiales y pequeños bosques donde conviven múltiples especies de aves. Todo está sembrado de los árboles que en número de 250.000 ya se cultivaron y cuando pronto crezcan llenarán de sombras los múltiples caminos que vinculan unas áreas con otras.
Una concha acústica al aire libre, con capacidad para 3 mil personas sentadas, será ocupada en cualquier horario y nada promete ser estrecho o incómodo y pueden desarrollarse simultáneamente y sin tiempos limitados o egoístas.
Circunda al gran parque una ciclovía y pistas para trotar o caminar sin obstáculos ni peligro. El gran parque se une con Guayaquil y otros asentamientos periféricos a través de magníficas y amplias avenidas.
Hay doce edificaciones amplias de uso múltiple para exhibiciones de productos y ferias, reuniones de grupos sociales, etc., etc.
En la información que aparece en internet se dice que Samanes es uno de los tres mayores parques de Latinoamérica, junto con el famoso parque mexicano de Chapultepec.
Mi visita la hice al mediodía de un miércoles y ya había una gran cantidad de usuarios peatonales y vehículos parqueados, seguramente de visitantes a hacer deportes o por simple esparcimiento.
Parecía que estábamos en un país donde los inversionistas construyen hermosos parques y centros de recreación para hacer negocios suculentos. Estábamos en un sitio que pueden disfrutarlo todos los habitantes de la populosa ciudad y sus visitantes, generalmente sin recursos abundantes como lo hacen los ‘pelucones’ que pasan vacaciones en otros países donde pueden pagar la posibilidad de disfrutarlos.
Este es el tipo de servicios solidarios con la universalidad de los habitantes de la patria a los que los opositores llaman gastos suntuarios y derroches del gobierno de la Revolución Ciudadana porque se diferencia de las egoístas visiones de los que con dinero propio y/o mal habidos disfrutan de aquello que se les niega a los pobres de una injusta nación. (O)