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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Un día tepipichinche

11 de agosto de 2016

Una de las mayores dificultades en la relación de la cultura europea-occidental con el resto del mundo tiene que ver con la representación de la naturaleza y la concepción del tiempo y el espacio.

En la cultura occidental prevaleciente, el tiempo y el espacio son dos dimensiones separadas. El tiempo se asocia a algo lineal que transcurre desde el pasado, llega al presente y va inevitablemente al futuro, sin posibilidad de regreso. Esta forma de representación y concepción del tiempo adquiere connotaciones de ideología debido a que la cultura occidental se sitúa imaginariamente adelante y concluye que todas aquellas sociedades que no reproducen sus valores están congeladas, localizadas atrás, en el pasado, por lo cual es necesario colonizarlas o ejecutarlas. De ahí que el imperialismo y la concepción del tiempo lineal están conectados subjetivamente.

En otras culturas, entre ellas varias culturas andinas, la naturaleza es concebida como una totalidad que contiene la vida humana entre otras vidas; y el tiempo unido al espacio es asimilado como circular y cíclico. Lo que para la cultura occidental europea es futuro, para ciertas culturas andinas es una especie de vuelta al principio del ciclo o pasado, desde donde hay que recomenzar siempre (Kaarhus, 1989).

Por ello, la noción de desarrollo puede ser a veces problemática debido a que, para ciertos pueblos ancestrales, lo importante es que el ciclo vital se cumpla. Esta idea, desde la perspectiva occidental, puede ser vista como atrasada al ser colocada en la coordenada lineal, pero en realidad es absolutamente lógica, puesto que el planeta da vuelta sobre su órbita y los ciclos del calendario deben repetirse para la continuidad de la vida. Es un hecho que si el planeta viajara en dirección lineal para llegar a un supuesto desarrollo, ya estaríamos todos muertos.

Justamente porque nuestros pueblos originarios concibieron la circularidad del tiempo, lograron organizar calendarios para comprender sus dinámicas. Mucho sabemos sobre los avances de los aztecas y mayas en este aspecto, y muy poco se conoce al respecto de las culturas del área norandina, que corresponde a lo que hoy es Ecuador, espacio climático especial por encontrarse en la Zona Tórrida o Intertropical, lugar donde hay más horas de luz solar y en el que no tienen lugar las cuatro estaciones.

Poco se sabe sobre la manera como los pueblos de la Costa organizaron la comprensión del tiempo circular, puesto que desaparecieron sus hablas; sin embargo, existe una palabra preciosa que revela mucho; cuando se la pronuncia, esa palabra repercute casi como una gota de agua cayendo siempre sobre las paredes de cerámica de un alambique. Esa palabra larga suena tepipichinche, nombre con el que las sociedades de acá nombraban quizás el domingo, lo que significa que habrían desarrollado un calendario compuesto por días y semanas.

No sabemos nada más, pero se conoce que la escritura distorsionada de las palabras  recogidas por los cronistas europeos, en su paso por lo que hoy es Manabí, al menos legó unas voces que suenan así: pinpiwasi, tiwa, apechingue, japotó, conhichigua, pantagua, chondana, xaramijo, levique, capil, xipijapa, pipai, picuazia, picalanseme, misbay, solongo. Así era el habla de los pueblos originarios de nuestra costa, con la que se designaban gente, pueblos, naturaleza, tiempo y espacio. (O)

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