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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Un congreso de ciencias sociales para pensar estos tiempos

30 de agosto de 2015

Para variar, no es motivo de atención mediática. No importa si más de un millar de personas asiste. Tampoco si ahí se debaten los temas ‘duros’ de nuestra realidad. Y al mismo tiempo, si de ahí salen posibilidades concretas de actuar con sensatez y argumentos frente a esa realidad para transformarla a favor de horizontes comunes complejos.

El III Congreso Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales acabó este viernes, pero deja un ‘ruido’ -mejor sería decir un zumbido- en Quito y Ecuador: hay que pensar más y gritar menos, imaginar mejor y dejar de lado los lugares comunes y esos ‘tropos’ mentales con los que justificamos todo y no hacemos nada. Por ejemplo, no estaría demás que aquellos editorialistas que militan en la oposición y fungen de neutrales analistas recojan los debates sobre asuntos como el populismo, medios y política, los sujetos históricos, entre otros, para dejar de lado una sola idea: nuestro país está en el peor lugar de los mundos posibles.

Y quizá está latente un asunto que dio las vueltas en los pasillos de la Flacso: el rol de los intelectuales. Ese manido tema que no acaba nunca, pero que cada vez adquiere nuevos contenidos y unas complejidades, bien sea por la postura, militancia o disciplina de ellos o por el aporte concreto a las urgencias y a las demandas de la historia.

Claro, los intelectuales honestos y responsables de América Latina se incrustaron en la acción política, con un propósito loable y entendible, siempre. La transformación de nuestras sociedades no es una tarea solo de los políticos. Es más, si solo fuese de ellos no tendría sentido la academia. Y muchos de esos intelectuales comprometidos ocupan ahora altos cargos públicos. Pero parece que a otros eso les fastidia o da envidia también. Como ellos no toman las decisiones, entonces nada vale. Y cuando se les pide actuar y participar salen con la muletilla de que no se comprometen con ningún poder y siguen ‘luminosos’ en su buhardilla.

Gracias a este Congreso y todo lo que saldrá de él, hemos tenido la oportunidad de escuchar qué pasa en cada uno de los países de América Latina y entender más allá de la lógica mediática conservadora y de los ‘académicos’ de oposición, cuánto se avanzó en movilizar ideas y argumentos para cambiar nuestras realidades. Y cómo, además, los intelectuales tuvieron y siguen teniendo un papel fundamental. Si no, ¿cómo se hace un camino con nuevos paradigmas? ¿El socialismo del siglo XXI, si este existiese, nació para reproducir el dejado atrás del Muro de Berlín? ¿O el Socialismo del Buen Vivir invoca una lectura crítica de nuestros propios procesos para entender que no estamos haciendo lo suficiente y a pesar de ello hemos avanzado décadas?

Duele y da pena que el debate intelectual ecuatoriano general siga dando vueltas en el mismo terreno: populismo, democracia tutelada, participación total y transparencia absoluta, entre otros lugares comunes. Sí, lugares comunes, porque parece que con esos tropos tienen auditorio, viajes y oídos en ciertos foros, pero no pasan de ahí. Envueltos en la hojarasca de las coyunturas, dejan de mirar las corrientes internas de nuestra sociedad. Y esos debates aportan poco a un entendimiento cabal de qué ha pasado estos años. Es muy cómodo acusar de todo a Rafael Correa y señalarlo como el blanco de todas las críticas, a veces por resentimientos hasta personales. Pero es mucho más difícil entender a la sociedad que gestó a Correa y la que él ha conducido y transformado.

Por suerte hay otras voces (no tan atractivas para los aparatos mediáticos conservadores) que postulan e iluminan de otros modos. Particularmente, lo ocurrido en los salones, aulas y pasillos de la Flacso, esta semana, oxigena el pensamiento y la esperanza de que hay mucho avance y todavía mucho por avanzar en el entendimiento de nuestras realidades y nuestros retos. Claro, todas esas ideas piden amplificarse, rebatirlas también; no pueden quedar encerradas en las notas de los participantes. Ojalá este tipo de eventos tuvieran una acogida y una difusión más amplia. No por masificar nada, sino para obligar a pensar más a muchos analistas, editorialistas, entrevistadores, opositores y funcionarios gubernamentales. ¡Pensar para actuar y actuar para pensar!

Lo importante es sentar un precedente para los intelectuales locales: nada de lo que se hace está concluido, pero tampoco no hay nada de la creación humana que sea perfecto (aunque suene a lugar común, como les gusta a algunos). (O)

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