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Juan Montaño Escobar

Tristeza en las caras lindas de mi gente negra

26 de julio de 2017

Las caras lindas de mi gente negra, de la costa pacífica colombo-ecuatoriana, están tristes, porque el cimarrón andariego detuvo su andar. Jamás fue inútil su caminar tras la palabra suelta de abuelos y abuelas para que ese complejo de condiciones logre que sea aquello es y no la falsedad o la media verdad instalada como conocimientos definitivos. ¿Y qué es ‘aquello’? Aquello es un proceso, un concepto o la propia vida de las comunidades negras narrada por los protagonistas o los herederos directos de esa historia comunitaria. Este jazzman interpreta unas líneas de Lidia Girola, profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, sobre la historicidad y los conceptos en la sociología.

Juan García Salazar, más que un historiador (contador de hechos a su real saber y entender), fue un sabio de la historicidad (verificador tenaz de hechos, narrador con pedagógica sencillez, interpretación y conceptualización filosófica y promotor de procesos de comunidades negras).

Las comunidades negras colombo-ecuatorianas dignificaron sus agradecimientos con nobles apelativos según la dimensión del cariño y el respeto. Entonces, Juan García fue el Maestro, el Cimarrón supremo, el Hermano mayor, el Bambero mayor; y hasta el poeta Antonio Preciado, en un verso esencialmente esmeraldeño, ejemplifica: “Así de Juan”. Una comparación con nadie más que con la misma persona; su grandeza no tiene por qué ser colonizada con comparaciones no siempre bienhechoras.

Es posible, no lo sé, pero quiero creer que la abuela Débora Nazareno y el abuelo Zenón Salazar sabían lo que hacían el día que la primera, con digna necedad, comunicó a quienes quisieran escucharla: “Si ahora no le cuento estas cosas (de su gente negra JME), más tarde nadie se las contará”. O cuando el segundo le hizo prometer que “le echaría tierra”.

Eso significó que desde ese momento hasta ese ‘algún día’ de traslado a otra vida conocería aquello que la sociedad dominante niega en sus instituciones educativas a la niñez afroecuatoriana. Y así ocurrió. Miles de nosotros, por los medios necesarios, aprendimos de sus enseñanzas y somos parte, por militancia o por liderazgo, del proceso de comunidades negras de este o del otro lado de la raya (Colombia).

Aprendimos del Juan García rupturista y contestatario recién egresado de la escuela de voluntad de vida de la comunidad de abuelas y abuelos y de la Johns Hopkins University; aprendimos del Juan García convertido en cimarrón político que invita a la gente negra a no enamorarse de los pesares de la esclavización y activarse en política para derechos colectivos, etnoeducación, reparaciones casa adentro y la defensa de la territorialidad del norte de Esmeraldas, Valle del Chota y las barriadas urbanas; aprendimos del último Juan García el pensamiento crítico, reflexivo y filosófico.

Y supimos que eso de ‘hermana’ y ‘hermano’ es algo respetable, porque es el reconocimiento implícito de una comunidad andante. (O)

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