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Tras las huellas de Heráclito

08 de octubre de 2020

Heráclito utilizaba un lenguaje críptico, por eso es conocido como el Oscuro: “Entramos y no entramos en los mismos ríos, somos y no somos”. También escribió: “Diversas aguas fluyen para los que se bañan en los mismos ríos. Y también las almas se evaporan en las aguas”.

Luis Farre dice que posee un estilo simbólico, mítico y sentencioso, por lo demás normal en los presocráticos imbuidos también en lo poético. Aunque su voz parecería salir de algún oráculo de Delfos, Nietzsche lo consideraba un filósofo diáfano: “Yo me escudriñé a mi mismo”, escribió hace 2500 años en Éfeso, Asia Menor, este contemporáneo de Parménides de Elea, a quien leyó. Su dialéctica, que el Universo está en movimiento a diferencia de lo estático de Parmémides, estaría presente después de milenios (no olvidemos la tesis del marxismo cuando habla de los contradictorios). Siguiendo a Heráclito, esa paradoja produce armonía, explicado por Platón en el mito de la caverna, cuando se pasa de la oscuridad a la luz.

Únicamente con su aguda intuición nos dejó interrogantes sobre nosotros mismos a partir de aparentes paradojas como nombrar a un río. Sin embargo, Aristóteles en la Metafísica advertía: “De hecho es verdaderamente imposible que alguien piense que una cosa sea y no sea, como afirman algunos que dijo Heráclito”.

Borges, desde su ceguera como una ironía, también interrogó al filósofo Oscuro para decirnos que debió sentir ese horror sagrado de ser un río y una fuga. De estos inasibles elementos decidí viajar al río-mar del Amazonas en procura de su misterio, pero también a los ríos de ceja de montaña de la provincia de Imbabura, así como la tristeza de mirar el río Tahuando, en Ibarra, donde los mayores aprendieron a nadar. Tal vez un día nos sea dado ir a ese otro río, donde el barquero Caronte nos señalará dónde habita Heráclito, para mirarlo desde lejos. Hasta mientras, hay que intentar con las palabras: “Río nocturno: / en sus aguas / busco su rostro”.

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