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Todos somos Assange

24 de agosto de 2012

Increíble. La amenaza proferida por Gran Bretaña de violar la embajada del Ecuador en Londres está fuera de todo límite, de toda legalidad pensable. Forma parte de un extraño universo, dentro del cual cabe cualquier abuso cometido desde la cúpula de poder de los países poderosos.

Contra los tratados internacionales (muchos firmados por la misma Inglaterra), se pretende naturalizar una acción insólita de abandono de las reglas del asilo; cuando alguien es perseguido, tiene el derecho a buscar auxilio en una embajada. Y si se le concede el asilo porque se demuestra que hay razones para el mismo -las cuales sobran y están a la vista con la persecución que sufre Assange-, la embajada procede como territorio propio del país que representa, es inviolable, y el país sede está obligado a respetar la integridad, tanto de la sede diplomática como de la o las personas afectadas.

Es que vivimos en un mundo de vaga legalidad. El imperio nos ha acostumbrado a la violación de las reglas (reglas que le son favorables en su mayoría, pero a las que rechaza cuando limitan su voluntad omnímoda). Si se trata de matar a Bin Laden, se lo mata sin juicio previo y sin siquiera conocimiento de las autoridades locales; si se trata del asesinato de Gadafi, será sangriento y en la calle, pero se “postergará” sin fecha el juzgamiento de sus responsables.

Si se decide invadir Irak sin apoyo de la ONU, se lo hace; si se decide atacar a Libia, se lo hace; y si se le ocurre al presidente de Estados Unidos, imparte órdenes secretas de asesinatos a perpetrar en cualquier parte del mundo.

Esa es la realidad que vivimos, un extraño estado de excepción permanente que el capitalismo desarrollado ha decidido implementar sin cortapisas ni apego alguno a normas legales, y menos aún éticas. A todo esto se lo llama “orden internacional”, y al conjunto de países títeres de la Gran Potencia se lo exalta con el eufemismo de “comunidad internacional”.

Inglaterra desoye la legalidad supraestatal con Malvinas, y ahora se está enfrentando a toda Latinoamérica con su nueva amenaza de burlarse del derecho internacional. Por cierto que, fácticamente, puede usar la fuerza y hacerlo. Pero también es de advertir que las violaciones a la legalidad más elemental pueden hallar límites de tolerancia en la opinión pública de muchos países.

Se puede jugar con fuego y, a veces, no hay incendios. Pero también una chispa puede encender la pradera, y es notorio que la tea encendida por las potencias en contra de Assange conlleva el peligro de propagar una llamarada planetaria.

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