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El Telégrafo

¿Todos juntos por fin de año?

03 de enero de 2014

Algunos confunden el sentido cristiano de las fiestas de fin de año (desde Navidad hasta Reyes) con una especie de versión bucólica y romantizada, según la cual todos debieran vivir en perpetua armonía y buenas relaciones mutuas, sin contradicciones ni conflictos.

Tal imaginario es obviamente inconsistente con cualquier realidad, pero a la vez con cualquier buen deseo. El amor y el compromiso con los otros no se sostiene en una especie de bovina pasividad, o en el sonreír siempre (cuando corresponde y cuando no); el amor se sostiene en la búsqueda del bien común, y eso nunca es simplemente decir que sí a todo, o quedar bien con los demás a cualquier precio.

Desde el punto de vista cristiano esto siempre ha estado claro, aunque ni en la Iglesia misma todos lo hayan respetado. “No he venido a traer la paz, sino la espada”, se dice en el Evangelio; y en otro pasaje: “El que no está conmigo, está contra mí”. Nada de medias tintas, de condescendencias con cualquiera que aparezca, de aceptación de lo banal, lo mediocre o lo falso como si fuera admisible.

Los actuales gobiernos latinoamericanos de carácter popular, como el ecuatoriano y el argentino con sus mutuos parecidos y diferencias, han traído no la paz, sino la espada, en el sentido de abrir espacio a la discusión política.

Al salir de las políticas dominantes que estaban totalmente naturalizadas como si fueran lo único posible, el horizonte se abrió a otras opciones y dejó de ser homogéneo. Por eso, ahora se discute más. Y qué bueno que así sea; se trata de un proceso de repolitización de la sociedad, para los casos de estas sociedades a que referimos.

Por ello, en este fin de año, conciliarse con los hermanos no es tender a pensar todos igual ni resignar las propias posiciones. Sí es obligarse a la seriedad propositiva y argumentativa (lo cual hoy en algunas oposiciones políticas, muy visiblemente para el caso argentino, está por completo ausente); es asumir el respeto por el otro y también la decisión de saber estar juntos, pero no mezclados.

Es decir: el amor no implica el acuerdo, tampoco la frágil condescendencia con el mal ni la asunción de lo timorato o lo pusilánime. El amor es compromiso con el otro a través de la verdad, eso que hoy tanto repele a muchos medios de comunicación y -como bien sucede siempre con la verdad-  puede doler. Pues, como bien ha dicho ese maestro de lo cotidiano que es Serrat, la verdad “lo que no tiene, es remedio”; y por ello nos interpela y nos exige, allí donde hoy reinan la hipocresía, la mentira, la deformación informativa, la falta de sinceridad y el apego a los propios intereses y privilegios, presentado como si fuera sincera defensa de derechos legítimos.

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