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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Terremoto

21 de abril de 2016

Tembló la tierra como no lo había hecho en cincuenta años. Los desastres naturales como el terremoto que sufrimos el pasado sábado dejan una secuela de devastación. Matan y mutilan a la gente, destruyen sus hogares y sus vidas, transforman en escombros a sus comunidades, quiebran a sus negocios y hacen añicos nuestro sentido de seguridad. La verdad es que me quedo sin palabras para confortar a mis compatriotas y vecinos que están lidiando con un enorme sufrimiento. Y qué le podemos decir a alguien que está con tanto desconsuelo en su corazón. Nadie nos ha enseñado a decir lo adecuado en estos casos. Y es muy posible que decir algo apuradamente nos haga equivocarnos.

Me parece que lo más sensato es darnos un pequeño momento y escuchar a nuestra gente que está con temor y lo han perdido todo. Simplemente escuchándolos les damos el alivio de saber que son importantes para alguien. Y eso es un consuelo. Se sienten desolados, pues están en refugios improvisados y tendrán que regresar a reconstruir sus hogares y sus vidas y enfrentar un grave problema en sus finanzas domésticas en medio de una mala coyuntura económica del país.

Pero sabemos que esto no es suficiente. El tiempo no se encarga de curar estas heridas. Solamente las correctas acciones las sanan. Ya se han formado grupos de voluntarios que inmediatamente salieron a los diferentes lugares de la Costa a atender a los damnificados con vituallas y medicinas. En todas las ciudades del país, en los barrios, agrupaciones religiosas, colegios y universidades, empresas e instituciones públicas y privadas, los ecuatorianos hemos respondido a un tácito llamado a la solidaridad y generosidad. Conmueve la forma como la gente en todo lado se reúne para recoger lo que necesitan nuestros hermanos, que necesitan mucho. La ayuda internacional no tardó en llegar, lo cual nos hace estar eternamente agradecidos.

Pero hemos aprendido (parecía que lo habíamos superado) que no estamos realmente preparados para una emergencia de este nivel. Las autoridades deben hacer una honesta evaluación de su actuación en las horas inmediatas y, sobre todo, los días después del terremoto. La mayor parte de los ciudadanos aceptamos mantenernos en nuestros hogares y evitar complicar más el tráfico. De hecho, en Guayaquil la caída de los pasos a desnivel partió la circulación de la ciudad del centro y sur hacia el norte.

Los negocios se cerraron y los eventos se suspendieron, pero siempre hay los irresponsables y morbosos que creen que una zona de desastre es un buen lugar para tomarse un selfie. Y mucho peor aquellos canallas que difundieron noticias tenebrosas por las redes sociales aumentando más el temor y la inquietud de la gente. Y no faltaron los que pretendieron usar esta tragedia con fines políticos. ¡Qué barbaridad!

Muchos afectados deben estar resentidos por lo ocurrido y eventualmente por lo que consideran una lenta respuesta estatal humanitaria. Es una reacción normal. Y tienen mucha razón. Todos debemos recordar que la ayuda y la generosidad empiezan por casa. Pero después de todo, estamos vivos y somos capaces de superar esta situación, como lo hemos hecho antes: unidos como un solo Ecuador. Vamos a recuperarnos de esta tragedia y salir adelante. La recuperación es un proceso que lo debemos hacer en forma ordenada, planificada y ¡por Dios! con absoluta honestidad. Este Gobierno tiene todavía el tiempo y  la autoridad para guiar al país a mirar la luz al final del túnel y sacarnos de este marasmo en el que nos encontramos ahora. (O)

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