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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Tan simple como eso

23 de septiembre de 2015

Son conmovedores los esfuerzos oficiales por frenar la drogadicción. Tan conmovedores como inútiles. En muchos países se ha defendido la teoría de que el castigo disuade a quienes piensan cometer el delito. Pero los datos reales siguen demostrando lo contrario, solo que no interesa hacerles caso.

Parece que no se puede, o tal vez no se quiere entender que la drogadicción no es un vicio, no es un delito. Es una enfermedad. A una persona con artritis, con diabetes, con cáncer, no se le puede amenazar con años de cárcel para ver si su enfermedad baja de intensidad o si incluso desaparece por completo. Tampoco se puede hacer algo similar con una persona que padezca de trastorno bipolar, esquizofrenia o… (¿adivinaron?) ¡adicción! Las enfermedades de las emociones o del comportamiento no se curan con cárcel, así como el embarazo adolescente no se trata con moralina.

Un viejo refrán reza: ‘Hecha la ley, hecha la trampa’. Cuando se rebajen las dosis permitidas para consumo o se aumenten las penas por microtráfico, no será nada difícil para los traficantes idear otra estrategia de distribución.

Si bien la preocupación por “nuestros jóvenes”, como los llama el presidente Correa, es muy legítima, pensar que el narcotráfico, del tamaño que sea, es la causa de la drogadicción, es aseverar muy sueltos de huesos que la calentura sí está en las sábanas, y quemarlas con el enfermo adentro para que le baje la fiebre. No hay drogadicción porque hay traficantes: es al revés. Las adicciones están en el cuerpo y en el espíritu de los seres humanos desde mucho antes de que se creara la venta ilegal de sustancias. Y baste con recordar que cuando se estableció la ley seca en Estados Unidos, a principios del siglo pasado, la fabricación y distribución clandestinas de alcohol aumentaron exponencialmente.

Hurgar en las pertenencias de los adolescentes, invadir colegios con perros investigadores, perseguir a los hijos… lo único que demuestra es que no solamente están enfermos los adictos, sino la sociedad entera, pues se sabe que la adicción a lo que sea intenta llenar con sustancias (o alcohol, videojuegos, o apegos de cualquier tipo) un vacío espiritual. Que el consumo de sustancias con frecuencia es una demencial automedicación para calmar intensos dolores emocionales y carencias afectivas. Y mientras no se tome consciencia de ello y no se ataque por esa parte el problema, se podrá -si se quiere- establecer cadena perpetua o pena de muerte para los traficantes, que todo seguirá exactamente igual. (O)

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